Hoy he leído algunos blogs que solía revisar cotidianamente
apenas hace un año. Visité también algunos otros que jamás me interesaron
demasiado, pero que solía mirar pues hablan de literatura y eso, nomás por el
tema, ya me parece algo bueno (aunque luego no lo es). Las cosas no van muy
distintas de como estaban entonces, cuando escribí la entrada anterior de este
blog, hace varios meses. Me quedó un mal sabor de boca y las ganas de alejarme
por completo de todo lo que tenga que ver con el mundo literario y académico
(que para mí son siameses).
Me pregunté entonces por mí: ¿Por qué ese deseo? ¿Por qué
pocas cosas me llenan el ojo? ¿Por qué el rechazo? Pensé que quizá se debía a
una suerte de frustración: por no escribir como quisiera (me refiero al tiempo
que le dedico y a la calidad), o por seguir sin titularme a estas alturas del
juego, o por no pertenecer a ningún grupúsculo, o porque incluso algunos pocos
amigos que tienen interés en escribir ahora no son tan cercanos como antes (por
alejamiento mutuo, me parecería justo decir).
Y sin embargo, creo que no se trata de eso. Escribo cuando
tengo tiempo y ganas, porque muchas veces he intentado forzarme y nomás se me
sale el buen humor para dejar bien instaladita a la frustración o el mal ánimo.
No me he titulado porque tampoco me interesa demasiado decir algo más allá de
mis pequeñas historias. No pertenezco a ningún grupúsculo porque en general me
caga la gente y le cago a la gente, además de que no tengo tiempo para
practicar la diplomacia (o hipocresía, según el grado de honestidad que cada
quien tenga puede elegir). Y bueno, no sólo me he alejado y se han alejado mis
amigos escritores, sino mis amigos en general, y cuento con muy pocos.
No soporto a la gente que habla a las espaldas de otros y es
incapaz de decir lo mismo de frente (ahí se fue uno). No soporto a quienes
padecen amnesia conveniente (ahí va otro). No soporto a quienes viven del
pasado sin más y no se preocupan por generar nuevos recuerdos felices (ahí se
fueron como cinco). Tampoco soporto a quienes no pueden ser ellos sin una gota
de alcohol en la sangre (adiós a muchos más, incluso varios a los que ni
siquiera alcancé a saludar).
En este momento del juego, carezco de todo interés en
suponer que mi voluntad y mi interés deben primar por encima de los de los
demás. Por eso sé que este texto es más bien como una especie de carta leída al
espejo. Pocos se interesarán en lo que digo, como yo me intereso poco por lo
que dicen algunos más. La razón: no me interesa leer nada que carezca de humildad
y de vida, aunque sea el ejercicio de retórica más bello y completo que haya
sido escrito. Y ahí radica la principal razón de mi falta de interés por el
mundo literario y el mundo académico. No es privativo, en general en todos
lados domina la dinámica del “posicionamiento” y la pretensión. Sé es más no
según el conocimiento asimilado, sino según las lecturas que puedas presumir.
Creo que el conocimiento no viene de los libros, al menos no
todo. Sin duda yo no sería el mismo sin las lecciones recibidas de Auster,
Bernhard, Huerta, Vonnegut, Murakami, Pacheco, Gil de Biedma, Parra, Leopardi y
muchos más (los nombres fueron dichos al azar)... En los libros de muchos
escritores hay algo que todo mundo puede tomar para su propia vida. Y sin
embargo, seguiré prefiriendo pasar dos horas de mi vida con mi novia, con algún
amigo, con mi perro, con algún desconocido, ahí en las diversas circunstancias
de donde según yo brota el único sentido de la vida, que leyendo o releyendo o mirando
o reseñando. (Curiosamente son los textos que eso retratan los únicos que me
interesan.)
A veces cuando voy por la calle me imagino de qué irán las
vidas de las demás personas: por qué esa chica mira con languidez y tristeza,
siendo tan bella; por qué ese señor lucirá tan de malas; por qué aquella otra
señora se muestra tan petulante... A veces m pregunto si al mirarme alguno de
ellos puede adivinar de qué va mi vida, así como yo hago suposiciones de ellos.
Por lo general ni yo mismo sé de qué va mi vida. Ya no soy
aficionado al alcohol y a la nicotina, pero aún hay días en que no tengo más
deseo que llegar a casa y beber una cerveza con clamato. No me siento frustrado
ni mi mayor aliciente es estar en casa mirando el televisor, y sin embargo hay
días en que hago hasta lo imposible por llegar a ver la continuación de una
historia (llámese serie o llámese siguiente jornada de futbol). Tengo pocos
amigos, con los que puedo platicar, reír, comer, escuchar, e incluso, aunque ya
casi no, hacer planes a futuro (y agradezco a Dios o a la energía universal o a
la puta vida, que la estafeta del “amigo que me insiste en que escriba” siga de
mano en mano y hoy se encuentre en la mano de R., que ojalá siempre me insista en
su forma sincera y a modo de invitación, respetuoso a veces al grado de la
asepsia cuando en ocasiones también se requiere algo un poco virulento).
Creo que tampoco soy autocomplaciente, no tanto como antes,
gracias al temor que me provoca perder la vida en la nada. En fin que, como
todo monólogo interno sin intención dramática, esto no se dirige a ninguna
parte. Quizá, si acaso, puedo sacar en conclusión que no me ha ido tan mal en
eso de vivir y dejar que los demás vivan, o mueran, según su gusto y afición.
La gente que quiera estar cerca puede estarlo, no pienso juzgar, si algo no me
parece y hay confianza, lo diré, si no, me alejaré. Y ya ni siquiera pido lo
mismo. Y de igual forma, puedo dar mi amistad a quien no se preocupe por
demostrar que es más que nadie, sino simplemente un ser humano que ha coincidido
en este espacio y este tiempo conmigo y mucha gente más...