En las últimas semanas he dedicado mis horas de lectura a un
libro acerca de la nostalgia. Ahí habitan historias y datos sobre el pasado
comunista de una parte de Europa, y en ocasiones he podido escuchar el trino
del lugano o palpar la atmósfera opaca de esos ambientes que añoraban la
libertad idealizada de Occidente. Me ha llevado semanas, más por los
imponderables que siempre se presentan en la vida y que me han llevado a partir
mi tiempo, nuevamente, entre el trabajo, el hospital y la vida doméstica.
Hoy, ya con algunas cosas en mejor estado (que no resueltas
del todo), he podido darme un poco de tiempo y éste se me ha ido en recordar
lugares y gente que hace tiempo no veo, ni habito, ni me entero de qué les va
la vida. Igualmente he recordado a quienes permanecen, a pesar del tiempo.
Me ha sorprendido y alegrado que hoy puedo recordar sin
añorar, hacer ejercicio de memoria sin que la nostalgia se haga presente. O
mejor dicho, sabiendo que la nostalgia, cuando llega, me dirige a otros hechos
que no han sucedido todavía, pero no ya a esos que no sucederán jamás o que se
quedaron existiendo en ese espacio que es la eternidad de cada instante.
Sigo aquí simple y llanamente, tratando de reclamar el
mínimo espacio y el ínfimo tiempo que me corresponden en la historia del mundo,
sin grandes aspavientos.
Leningrado/San Petersburgo