En los últimos días me he dado cuenta de que he comenzado a
escuchar la música de manera diferente. Se lo debo a mi madre, no me cabe duda.
Canciones que he repetido un sinnúmero de ocasiones, en diversos aparatos,
lugares y tiempos, hoy me muestran detalles antes imperceptibles a mis
sentidos.
“Comienzas a escuchar”, le dice el personaje de Wesley
Snipes al de Woody Harrelson en White men can’t jump, una película que nada
tiene que ver con esto y sin embargo se ha deslizado de mi memoria en una
sincronización llena de armonía, porque la sensación de felicidad que me da esa
película es parecida a la que siento ahora al reconocer sonidos que antes me
eran vedados por no se qué razón.
El fin de semana visité a Iván. Sus hijos hacen más evidente
el paso del tiempo en nosotros. Pusimos un par de LP que me obsequió a pesar de
que el acuerdo previo sólo incluía la compra en representación mía y el
posterior pago... A estas alturas creo que ya no nos debatimos las
amabilidades, tercos los dos, amigos al fin y al cabo.
Luego de esos discos con bandas de rock mexicanas cuya fama
fue mínima o inexistente, vinieron otros. La plática era amena y la música sólo
la acompañaba muy al fondo. Así que cuando terminó de sonar algún disco, con
toda calma y discreción Iván colocó el Música de contrabando, que también sonó
completo. Ya algún día se lo pediré prestado, ese disco es una verdadera joya.
Al lunes, al llegar a casa, puse en el reproductor “Sin
aliento”, y pude percibir lo que comentaba al inicio: escuché la canción con
elementos que nunca antes había percibido. Siguieron otras canciones de Danza
Invisible, y después Cerati con su maravillosa guitarra. Quizás, a pesar de
gustarme tanto la música, apenas comienzo a escuchar.
También en días recientes, de forma paralela a la música, he
vuelto a leer las cosas que escribí aquí... En los últimos dos o tres años he
tenido muy abandonado este espacio que muchas veces me ha funcionado mejor que
un terapeuta. No me pienso hacer el propósito de volver a llenarlo de letras.
Cosas que decir tengo muchas acumuladas, pero lo cierto es que el ánimo no me
ha dado para hacerlo, y sin impulso nada sale.
Sin embargo, con la relectura de mis viejos textos
noto dos cosas: mi manera de mostrarme y hacerme evidente era notoria, pero no
me autocensuro. También he podido redescubrir aspectos que dormí con anestesia
de miedo o de prevención o de corazón roto, pero leerlos me hace darme cuenta
de que puede haber algo que valga la pena que escriba. Ya veremos...