Hace varios años, quizás más de diez, tuve la oportunidad de ver a Silvio Rodríguez en el Auditorio. Después lo he visto un par de veces más, pero ninguna ha sido como aquella, por dos razones. En primer lugar, esa ocasión cedió el escenario a Fernando Delgadillo, cuya música disfrutaba mucho en aquel tiempo (aún la disfruto, pero la de esos años, no la "nueva"). Sin embargo, lo mejor de ese concierto fue el final, cuando Silvio tuvo la ocurrencia de cerrar con mi canción favortita de su repertorio. No sé por qué, pero hoy que sigo con ánimo oscuro me he acordado de eso. Son poco los momentos en que la suerte me sonrie de esa forma, pero los que han sucedido han sido maravillosos. Esa noche Silvio Rodriguez sin saberlo hizo extensivo su regalo de 6 de enero a mí. Y a pesar de ello, creo que el recordarlo hoy no es por el hecho en sí, sino por la misma canción, porque a pesar de tener el ánimo para quedarme en casa y guarecerme bajo las cobijas mientras leo, o quizás no hacer nada en absoluto, aún sigo diciendo bendito sea el paraíso algo infernal que me parió, y sí, seguimos en pie.
2 comentarios:
PP, me cambie de blog, ahora soy tu vecina :D
beso
Así funciona esto mi estimado pepe, algo parecido lo representó Fernando Vallejo el año pasado cuando estuvo en la facultad el día de mi cumpleaños.
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