La única persona que ha hecho que deje de escribir en este blog ha sido Miguel Ángel Hernández Acosta. No lo digo a manera de reproche ni acusación y escribo su nombre completo esperando que alguien busque estos días en internet y lea alguno de sus cuentos. También esperando que alguien busque sus libros dentro de unos años (ojalá pocos años).
Miguel Ángel y yo nos conocimos en la escuela de escritores de sogem. Junto con dos o tres cursos y algunas lecturas, su amistad fue de lo poco que valió la pena en ese lugar.
Durante casi cinco años, nuestros encuentros se redujeron a casualidades breves en CU. Quisiera decir que fueron muchas cosas juntas las causas del alejamiento, y en efecto lo fueron. También quisiera decirle que una de esa causas no fue la que entonces era mi novia, pero ya no quiero seguir negándolo.
Miguel Ángel tiene una forma de ser un tanto rara. Es directo y sincero. A veces con una honestidad tan rotunda que puede causar aversión, como ocurrió con Brenda. Pero eso es algo bueno, generalmente, porque de Miguel sólo puedes esperar que te escupa netas en la cara. No verdades rotundas, de esas que la gente trata de imponer, sino las verdades que conforman su visión de los hechos.
Mi amigo es extraño. La verdad, fuera de la honestidad no sé qué esperar de él. Corrijo. Sé que además de la honestidad puedo esperar su mano para salir del hoyo, sé que puedo esperar buenas recomendaciones literarias, un oído para escucharme, un abrazo necesario e incluso un peso para tener dónde caerme muerto aunque él no lo tenga.
Sin embargo, digo que no sé qué esperar porque a veces no sé cómo va reaccionar ni qué es lo que me quiere decir. Por poner un ejemplo, a pesar de tener gustos tan similares, diferimos en la opinión acerca de muchos autores. Yo no sé si por mí conoció a Efraín Huerta o si acaso fue ese autor un punto de cimiento en nuestra amistad. Nunca hablamos de José Emilio Pacheco, el escritor que me hizo querer ser escritor, y sin embargo hace unos meses me sorprendí al leer en su blog lo que significa Pacheco en su vida. Y a pesar de esas coincidencias esenciales, hemos pasado horas debatiendo acerca de otros autores.
De la misma manera, cuando nos vemos o platicamos y le cuento lo que me ha pasado en los últimos días, nunca sé qué es lo que va a opinar. No sé si va a reír, si se va a enojar o si dirá un simple pinche Juanjo. A veces, incluso, necesito que me explique lo que dice, porque no lo termino de entender cabalmente. Y es por esa razón que en dos ocasiones me ha provocado dejar de escribir en este blog. La primera fue hace unos meses, cuando en una entrada dejó en comentario que esperaba que siguiera escribiendo así, que al leer incluso había sentido las ganas de fumar un cigarro (llevaba ya meses o quizás más de un año sin fumar). No supe qué decir, no supe qué escribir y sólo balbuceé la siguiente o siguientes entradas.
Hace casi dos semanas escribí algo. Un día después vi en el comentario firmado por Miguel, una referencia a El Perseguidor, de Julio Cortázar. Inmediatamente quise responder. Pero me contuve. No supe... dudé sobre la intención del comentario. Desde entonces no había escrito nada hasta hoy.
El pasaje del cuento donde viene la frase que citó habla de dos cosas: de una obra donde los errores podían ser vistos por todos y de la genialidad del autor de la misma. Quizás Miguel Ángel no quiso decir ni una cosa ni la otra. Y no lo he podido ver para que me explique.
Sé que mi amigo también es chingaquedito. Así que no dudo que me diga que piensa que en lo que escribo son perceptibles los errores. O que me diga que no quiso decir nada, que simplemente se acordó. Y no podré negarle los errores en mi escritura. Antes bien, esta entrada es una muestra de los mismos. Mi escritura entrecortada y torpe, porque a pesar de que he querido hacerlo antes, nunca me decidí a escribir y publicar algo con respecto a él; me cuesta mucho trabajo.
No sé por qué sea. La verdad no lo sé. Quizás porque a veces me queda la sensación de no conocer del todo a mi amigo. De no saber qué me quiso decir, si entiendo su opinión. A veces no sé si él mismo prefiere no decirme todo lo que piensa de mí, y de ahí vienen mis lagunas y dudas.
Por un lado siento que él, mejor que nadie, entiende que el pesimismo que muchos ven en mí es en realidad una muestra del gran optimismo que poseo. Por otro lado me queda la duda de algún silencio.
Así que dejaré de escribir porque me siento raro. Sé que esta entrada no es buena. La siento inconexa e insegura. Algo que no es digno de la amistad que le guardo a Miguel. Sin embargo, ya no quiero posponer más el escribir acerca de él. Porque se trata de una persona importante. Una amistad recuperada en la temporada de reencuentros que me ayudó a salir de la depresión que me envolvía y me hacía caer en espiral. Y ahora creo que si no he escrito nada de Miguel antes es porque tengo demasiado que decir y no sé por dónde empezar y sólo puedo resumir, malamente, que se trata de alguien que siembra verdades y dudas, con quien comparto el anhelo de escribir. Miguel Ángel es quizás la persona que más me ha impulsado a hacerlo. Aunque sigo sin entender sus razones. Y acaso esa es la mayor duda. No saber por qué ni una sola vez que hablamos o nos vemos, deja de decirme, de buena o mala manera, con tacto o con brutalidad, pinche Juanjo escribe!, como si mi problema no fuera escribir mal (como yo creo), sino simplemente no hacerlo (como efectivamente ocurre). Y sin embargo, a pesar de la duda, he de confesar que sin sus palabras, quizás hace mucho habría tirado mi idea de ser escritor bajo una roca. Así que ahora, viendo en perspectiva esta entrada, sólo me queda decirle, lo siento Miguel, esta vez no ha fluído, pero al menos escribí...
lunes, 10 de marzo de 2008
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4 comentarios:
Ayer Luisa me citó a Jaime Sabines: "para aprender a nadar bien hay que nadar diario".
¿Qué quiso decir? No lo supe sino hasta hoy, después de mucho meditarlo. ¿Tú qué crees que signifique esa frase? Tal vez ahí están las respuestas que a veces pides, o quizá sea otra duda que te dejo.
Lamento no haber llegado ese día a CU. Pero ya sabes qué hubiera pasado. Al final, entre todo lo que platicáramos, terminaría diciéndote: luego nos vemos, saludos a tus papás, a Brenda, ah, y escribe...
Como siempre un comentario... como siempre no resuelves las viejas dudas... pero al mismo tiempo creo que más bien yo me hago güey... me dejas pensando... en muchas cosas... Oye, en eso de los saludos... a Brenda????? es una de tus bromas de chingaquedito????? o fue de esas veces que vas tan rápido que no piensas lo que dices (escribes)????? o qué?????
Gulp! Como broma, creo que es demasiado para mí; más bien es lo segundo. Mil perdones. En cuanto a la duda, te lo diré cuando nos veamos. Hoy mejor no mando saludos a nadie, para no cagarla. Jeje.
Digamos que fue una muy peculiar manera de romper el hielo..... si es que éste existía.
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