Hoy ha sido un día difícil, de ésos en los que la cabeza se embota por momentos y no sabes nada. Por primera vez desde que comencé a trabajar en la editorial, decidí hacer a un lado el trabajo y ponerme a escribir. Escribí conectado al ipod, que reprodujo las canciones en orden aleatorio y fue guiando mi estado de ánimo.
Escribí hasta que vi cómo mi letra se transformaba: al inicio fue clara y legible, después la hoja parecía salpicada de arañas muertas. Siempre he tenido caligrafía deficiente, fea para ser más claro, y ello se potencia cuando las ideas llegan más rápido de lo que puedo transcribirlas.
Pensé mucho y disfruté la música, al tiempo que recorría de lado a lado el papel haciendo líneas que simularon letras y palabras. Dos conclusiones: nunca es bueno mirar cómo es ignorado tu esfuerzo, y siempre es bueno recordar dónde estás parado.
Después de hallarme como un coctel de emociones, como una mezcla con poca idea, sin cohesión, que fusionaba el ambiente musical de Orishas (Mística), el ánimo patibulario, el encabronamiento en los puños, y sobre la piel -latiendo, quemando al rojo- una esperanza aferrada pero desesperanzada; después de todo eso, hallé la calma.
Por mis oidos desfilaron además: Outkast, Duncan Dhu, Robi Rosa, The Libertines, El haragán y Cia., Duncan Dhu de nuevo, Ismael Serrano y Los Prisioneros; pero también hubo muchos que evité. Con cada uno fui a diferentes espacios y tiempos. Una de las cosas más trascendentes en el aspecto musical fue concientizar que mi gusto por Duncan Dhu deriva de los viajes que me provocan. No soy feliz, pensé, y después me corregí: no he sido feliz y ahora lo soy, aunque aún me falta mucho y por momentos el pasado me alcanza. Sí, ahora conozco algo así como lo que creo podría llamarse felicidad. Cuando me siento alicaido suelo aferrarme a eso que he dado en nombrar sueños. La diferencia entre lo que antes llamaba sueños y lo que son ahora es simple, cosa de matices, pero profundos. Antes soñaba para evadirme, para huir de la llana verdad de que me odiaba. Aunque todavía no termino de reconciliarme, creo que ahora si planteo una huida es en función de alcanzar mis sueños.
A lo largo de estos últimos años he despertado de una especie de letargo, un adormecimiento neuronal o emocional que me llevó a desarrollar una vocación autodestructiva que hoy sigue funcionando y quizá continuará por el resto de mi vida. En fin, ya me alejé del punto. La cosa es que cuando mi ánimo no levanta los brazos me aferro a esas pequeñeces que quiero alcanzar en la vida, pero por alguna razón (que supongo es esa misma vocación) cuanto más me acerco para guarecerme de lo que lastima, más los veo como quimeras sin materia, como algo que de golpe se evapora. ¡Los sueños y su maldita evanescencia! Y Duncan Dhu refleja justo esa mezcla de emociones. Con su música llego a los lugares que alguna vez he visto claramente en mis sueños (nocturnos y diurnos) y al mismo tiempo regreso a la realidad apabullado.
El mundo apesta y la vida es una perra, pero creo que una vez que conoces o al menos prefiguras su funcionamiento puedes o toparte en su contra o darle la vuelta. Yo soy partidario de la segunda opción (siempre he sido, aun odiándome, un optimista de lo más recalcitrante), y seguiré hasta nuevo aviso, hasta que haya algo evidente o contundente que me diga ¡No!
Justo pensaba lo anterior cuando llegó otra parte trascendente de mi devenir mental-musical. Comenzó "El baile de los que sobran", de Los prisioneros. Y creo que fue una forma de mantenerme unido al piso, palpando la tierra de la realidad de las cosas, recordando lo que fui, lo que soy y lo que quiero ser y hacer, siempre sin lastimar a nadie: conozco unos cuentos sobre el futuro, el tiempo en que los aprendí fue el más seguro. ¿Que me hace pensar que llegaré a mi tierra prometida?, ¿que no terminaré pateando piedras?, ¿por qué mi caso habrá de ser distinto? No lo sé y nada me lo asegura. Sólo que ahora mi optimismo no es sólo mental y lleno de esperanza, ahora también creo y actúo con el fin de alcanzar lo que quiero. Antes creía merecerlo por que sì. Ahora no es así y tampoco se trata de tomarlo, sino de conseguirlo. Al menos la disposición la tengo y por fortuna también tengo esos pequeños momentos que me devuelven la mirada al punto que quiero alcanzar, un punto naranja que a medida que me acerque irá tomando forma, como la tierra para los navegantes.
Por lo pronto después de desahogarme en garabatos salí justo a mi hora de salida, ni un minuto después (también por primera vez desde que comencé a laborar ahí). Caminé por las clales pensando y pensando. Subí al metro. Me parecìó todo irreal lo que veía. Vaya, este es el mundo donde vivo, pensé, me resulta tan extraño. Y de un momento a otro decidí dejar de pensar, mezclarme con la gente, unirme al cojunto e integrarme al nudo que se forma para tomar las escaleras eléctricas, y de esa forma desaparecer de mis propias reflexiones, ser sólo uno más. Minutos antes de salir había comenzado a escribir una historia que pretendo se convierta en cuento, y ella estaría esperando mi llegada a casa para continuar surgiendo, después de este pequeño paréntesis en el blog. Eso se convirtió en lo importante.
Carpe diem.
Escribí hasta que vi cómo mi letra se transformaba: al inicio fue clara y legible, después la hoja parecía salpicada de arañas muertas. Siempre he tenido caligrafía deficiente, fea para ser más claro, y ello se potencia cuando las ideas llegan más rápido de lo que puedo transcribirlas.
Pensé mucho y disfruté la música, al tiempo que recorría de lado a lado el papel haciendo líneas que simularon letras y palabras. Dos conclusiones: nunca es bueno mirar cómo es ignorado tu esfuerzo, y siempre es bueno recordar dónde estás parado.
Después de hallarme como un coctel de emociones, como una mezcla con poca idea, sin cohesión, que fusionaba el ambiente musical de Orishas (Mística), el ánimo patibulario, el encabronamiento en los puños, y sobre la piel -latiendo, quemando al rojo- una esperanza aferrada pero desesperanzada; después de todo eso, hallé la calma.
Por mis oidos desfilaron además: Outkast, Duncan Dhu, Robi Rosa, The Libertines, El haragán y Cia., Duncan Dhu de nuevo, Ismael Serrano y Los Prisioneros; pero también hubo muchos que evité. Con cada uno fui a diferentes espacios y tiempos. Una de las cosas más trascendentes en el aspecto musical fue concientizar que mi gusto por Duncan Dhu deriva de los viajes que me provocan. No soy feliz, pensé, y después me corregí: no he sido feliz y ahora lo soy, aunque aún me falta mucho y por momentos el pasado me alcanza. Sí, ahora conozco algo así como lo que creo podría llamarse felicidad. Cuando me siento alicaido suelo aferrarme a eso que he dado en nombrar sueños. La diferencia entre lo que antes llamaba sueños y lo que son ahora es simple, cosa de matices, pero profundos. Antes soñaba para evadirme, para huir de la llana verdad de que me odiaba. Aunque todavía no termino de reconciliarme, creo que ahora si planteo una huida es en función de alcanzar mis sueños.
A lo largo de estos últimos años he despertado de una especie de letargo, un adormecimiento neuronal o emocional que me llevó a desarrollar una vocación autodestructiva que hoy sigue funcionando y quizá continuará por el resto de mi vida. En fin, ya me alejé del punto. La cosa es que cuando mi ánimo no levanta los brazos me aferro a esas pequeñeces que quiero alcanzar en la vida, pero por alguna razón (que supongo es esa misma vocación) cuanto más me acerco para guarecerme de lo que lastima, más los veo como quimeras sin materia, como algo que de golpe se evapora. ¡Los sueños y su maldita evanescencia! Y Duncan Dhu refleja justo esa mezcla de emociones. Con su música llego a los lugares que alguna vez he visto claramente en mis sueños (nocturnos y diurnos) y al mismo tiempo regreso a la realidad apabullado.
El mundo apesta y la vida es una perra, pero creo que una vez que conoces o al menos prefiguras su funcionamiento puedes o toparte en su contra o darle la vuelta. Yo soy partidario de la segunda opción (siempre he sido, aun odiándome, un optimista de lo más recalcitrante), y seguiré hasta nuevo aviso, hasta que haya algo evidente o contundente que me diga ¡No!
Justo pensaba lo anterior cuando llegó otra parte trascendente de mi devenir mental-musical. Comenzó "El baile de los que sobran", de Los prisioneros. Y creo que fue una forma de mantenerme unido al piso, palpando la tierra de la realidad de las cosas, recordando lo que fui, lo que soy y lo que quiero ser y hacer, siempre sin lastimar a nadie: conozco unos cuentos sobre el futuro, el tiempo en que los aprendí fue el más seguro. ¿Que me hace pensar que llegaré a mi tierra prometida?, ¿que no terminaré pateando piedras?, ¿por qué mi caso habrá de ser distinto? No lo sé y nada me lo asegura. Sólo que ahora mi optimismo no es sólo mental y lleno de esperanza, ahora también creo y actúo con el fin de alcanzar lo que quiero. Antes creía merecerlo por que sì. Ahora no es así y tampoco se trata de tomarlo, sino de conseguirlo. Al menos la disposición la tengo y por fortuna también tengo esos pequeños momentos que me devuelven la mirada al punto que quiero alcanzar, un punto naranja que a medida que me acerque irá tomando forma, como la tierra para los navegantes.
Por lo pronto después de desahogarme en garabatos salí justo a mi hora de salida, ni un minuto después (también por primera vez desde que comencé a laborar ahí). Caminé por las clales pensando y pensando. Subí al metro. Me parecìó todo irreal lo que veía. Vaya, este es el mundo donde vivo, pensé, me resulta tan extraño. Y de un momento a otro decidí dejar de pensar, mezclarme con la gente, unirme al cojunto e integrarme al nudo que se forma para tomar las escaleras eléctricas, y de esa forma desaparecer de mis propias reflexiones, ser sólo uno más. Minutos antes de salir había comenzado a escribir una historia que pretendo se convierta en cuento, y ella estaría esperando mi llegada a casa para continuar surgiendo, después de este pequeño paréntesis en el blog. Eso se convirtió en lo importante.
Carpe diem.
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