domingo, 8 de febrero de 2009

Domingo a la madrugada

La vida es demasiado frágil. Lo veo en la madurez de mi perro y en los ligeros pero contundentes surcos que ahora acompañan a mis ojos como la huella inequívoca de los caminos que he mirado bajo mis pies.
A veces olvidamos que lo único que tenemos es el instante que pasa, los momentos que por cotidianos no apreciamos, y dejamos ir, se nos escapan, así, sssss, como un soplido, como, de hecho, cada vez que exhalamos el aire que nos permite seguir viviendo.
Furia, rabia, odio, enojo, tolerancia, infelicidad, amargura, rencor, resentimiento, todos sentimientos que viven en nosotros, que vivo mucho más de lo que quisiera. Calma, tranquilidad, amor, serenidad, aceptación, felicidad, dulzura, perdón, paz, sentimientos que también vivimos cotidianamente, aquellos que he tratado de cultivar con mayor frecuencia cada día. Muchas veces caigo, pero sigo terco en alcanzar mi meta.
Algunas últimas veces que he visto a ciertas personas, he estado enojado o doy por sentado que seguirán estando, y pienso que, aun teniendo fundamento, por mucha que fuera mi molestia o mi seguridad, hubiera sido mejor arrancarme de la nada una sonrisa, una palabra amable, un mínimo gesto de amor.
En fin, cosas que en cualquier lado te venden como el estilo de vida, la forma de pensar más barata que pueda haber. Y sin embargo, es algo en lo que creo a pie juntillas, no tanto como una cosa que suena bonito, para recordar hoy y olvidarlo mañana, sino como una forma de llevar las cosas, vamos, como una parte del ser humano que pretendo ser. Sé que ahí voy, a pesar de quien sea o lo que sea...
Han sido días demasiado pesados. Hoy estoy agotado. Pero me queda una sonrisa, una caricia y un gesto de amor más que mostrar.
Es tarde. Dormiré abrazado a mi perro.

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