La idea era salir temprano para avanzar en la investigación que hago, pero el ánimo que arrastraba desde la noche anterior, sumado al de los meses pasados, hoy no me dio para más, y en lugar de dirigirme a esos libros tomé rumbo al centro de la ciudad. Caminé dejándome atravesar por los recuerdos de muchas personas, pero a la vez con la mente en blanco. Pensé sin pensar en realidad, y estuve sin estar allí.
Busqué discos y libros, pero no recuerdo lo que hallé. Sólo un par de discos que ahora están acá. Una compra de mucho contraste, porque hice algo que no hacía desde hace 15 o más años y compré algo de un grupo desconocido de rock urbano; así que junto con Sigur Ros, 3 vallejo llegó a la estantería que existe a ras de suelo en mi cuarto. El grupo urbano no está siendo un gran descubrimiento, al menos no lo ha sido hasta la quinta de once canciones que contiene el disco que escucho mientras escribo; la onda romanticona en el urbano vale mientras no sea lo único, creo. Ya veremos qué ocurre, a final de cuentas –y espero no verme muy malinchista, pero-, en cosas de rock urbano uno sabe que siempre hallará consuelo en el conocimiento de que siempre podría ser peor.
En fin, seguí caminando y llegué a varias librerías donde la consigna era Jorge Aguilar Mora, sólo hallé uno.
Luego me dirigí hasta "La casa del pavo", con la firme intención de por fin comer, a las siete de la noche. Una torta de pavo y un refresco, pero antes: romper una de mis costumbres más arraigadas al dejar mis cosas en la mesa vacía mientras fui al baño. El pequeño cuarto de apenas un metro por un metro y sin ventanas estaba bañado en cloro puro. Luego de diez segundos mis ojos comenzaron a arder, incluso si los cerraba. No sé cuánto tiempo estuve, pero el ardor más un ligero mareo se apoderaron de la parte superior de mi cuerpo, aun cuando el cloro reposaba en el piso. Al salir, el ambiente tibio y vaporoso del lugar no mejoró las cosas. Para cuando iba a sentarme a la mesa, llegó la comida y de inmediato mi nariz se vio alertada por el vinagre de los chiles que dejó la mesera. Al cabo de unos minutos el efecto cloro pasó, y la comida se acabó.
Volví a tomar rumbo por las calles que he recorrido demasiadas veces, tantas que me he embebido de su pasado, sus fantasmas, sus nostalgias, al punto de no distinguir aquellos de los míos y, peor aún, al grado de no distinguirme de esos mismos fantasmas, como si fuera ya uno más de ellos de vez en cuando, de tarde en tarde, in situ o en lejanía.
No recuerdo cuánto tiempo caminé ni qué calles crucé. No recuerdo sino una especie de rostros inexpresivos como fabricados en serie, esos de la gente que viajaba en el camión.
Llegué a mi casa, mandé un correo que escribí ayer, llamé a Jorge, luego a Mariana y ahora escribo sin novedad, ni en lo escrito ni en la música.
Recuerdo sólo dos cosas más: la imagen de otro tiempo de la ciudad nocturna vista desde la torre latinoamericana, y el encuentro fortuito con un escritor que escuché hace unos meses en una conferencia, alguien de quien no he leído sino un cuento aunque preferiría conseguir una novela. No lo saludé, aunque lo pensé, pero minutos más tarde supuse que estaría en un evento en honor a Julio Cortázar. No entré. Ahora sólo queda el encuentro y los conflictos internos que de manera indirecta desató. Breves, cada vez más breves y sin importancia. ¿En verdad pretendo escribir? Lo curioso es que entre menos lo considero una posibilidad, más capaz me siento de alcanzarla. Veremos...
Busqué discos y libros, pero no recuerdo lo que hallé. Sólo un par de discos que ahora están acá. Una compra de mucho contraste, porque hice algo que no hacía desde hace 15 o más años y compré algo de un grupo desconocido de rock urbano; así que junto con Sigur Ros, 3 vallejo llegó a la estantería que existe a ras de suelo en mi cuarto. El grupo urbano no está siendo un gran descubrimiento, al menos no lo ha sido hasta la quinta de once canciones que contiene el disco que escucho mientras escribo; la onda romanticona en el urbano vale mientras no sea lo único, creo. Ya veremos qué ocurre, a final de cuentas –y espero no verme muy malinchista, pero-, en cosas de rock urbano uno sabe que siempre hallará consuelo en el conocimiento de que siempre podría ser peor.
En fin, seguí caminando y llegué a varias librerías donde la consigna era Jorge Aguilar Mora, sólo hallé uno.
Luego me dirigí hasta "La casa del pavo", con la firme intención de por fin comer, a las siete de la noche. Una torta de pavo y un refresco, pero antes: romper una de mis costumbres más arraigadas al dejar mis cosas en la mesa vacía mientras fui al baño. El pequeño cuarto de apenas un metro por un metro y sin ventanas estaba bañado en cloro puro. Luego de diez segundos mis ojos comenzaron a arder, incluso si los cerraba. No sé cuánto tiempo estuve, pero el ardor más un ligero mareo se apoderaron de la parte superior de mi cuerpo, aun cuando el cloro reposaba en el piso. Al salir, el ambiente tibio y vaporoso del lugar no mejoró las cosas. Para cuando iba a sentarme a la mesa, llegó la comida y de inmediato mi nariz se vio alertada por el vinagre de los chiles que dejó la mesera. Al cabo de unos minutos el efecto cloro pasó, y la comida se acabó.
Volví a tomar rumbo por las calles que he recorrido demasiadas veces, tantas que me he embebido de su pasado, sus fantasmas, sus nostalgias, al punto de no distinguir aquellos de los míos y, peor aún, al grado de no distinguirme de esos mismos fantasmas, como si fuera ya uno más de ellos de vez en cuando, de tarde en tarde, in situ o en lejanía.
No recuerdo cuánto tiempo caminé ni qué calles crucé. No recuerdo sino una especie de rostros inexpresivos como fabricados en serie, esos de la gente que viajaba en el camión.
Llegué a mi casa, mandé un correo que escribí ayer, llamé a Jorge, luego a Mariana y ahora escribo sin novedad, ni en lo escrito ni en la música.
Recuerdo sólo dos cosas más: la imagen de otro tiempo de la ciudad nocturna vista desde la torre latinoamericana, y el encuentro fortuito con un escritor que escuché hace unos meses en una conferencia, alguien de quien no he leído sino un cuento aunque preferiría conseguir una novela. No lo saludé, aunque lo pensé, pero minutos más tarde supuse que estaría en un evento en honor a Julio Cortázar. No entré. Ahora sólo queda el encuentro y los conflictos internos que de manera indirecta desató. Breves, cada vez más breves y sin importancia. ¿En verdad pretendo escribir? Lo curioso es que entre menos lo considero una posibilidad, más capaz me siento de alcanzarla. Veremos...
1 comentario:
Sí, es cierto, con el rock urbano queda la certeza de que puede ser peor, ya intentaré revertirte ese sentimiento pronto.
Mi estimado Pepe, acá está tu azulgrana amigo para lo que gustes, un poco escondido y lamiéndose heridas, poniéndo en orden sus cosas pero con tiempo para sus contados amigos.
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