jueves, 27 de marzo de 2008

3 videos prometidos y 2 extras

Empezamos con los extras:

La canción que más he escuchado en lo que va del año y que me hace pensar en la realidad eventual de algunos sueños... quizás merecería una entrada aparte, pero quise ponerla ya...



De esta segunda canción no había visto el video. Adoro la rola y el video está pocamadre y sé que en estos momentos inspira a un buen amigo.



Empezamos con los prometidos:

A Iván le proimetí algo de Thieves like us... a ver si le gusta...



Yoyo no dejó de joder por chicas, chicas, chicas!!!!!



Y Miguel pidió un grupo más que mencionado en este espacio. Y quedé de poner el video.

Dato curioso

Algunas revistas suelen tener una pequeña sección con las efemérides del mes. Para marzo, en medio de las eternas polémicas entre el sector político del país, resulta curioso ver el lado hacia el cual se inclinan algunas de estas publicaciones. Hablo de revistas de todo tipo y género, que de manera sutil hacen manifiesta su opinión. Por poner un ejemplo, y sin ánimos de entrar en la polémica inútil e imbécil, para alguna persona resultó más importante que un 18 de marzo se fundó American Express, que recordar la nacionalización del petróleo. Y sobra decir que para el 21 no se recordó al llamado Benemérito de las Américas. Al mencionar esto no trato de fijar ninguna posición. Soy políticamente incorrecto desde el hecho de que, al menos en México, todas las opciones políticas me son desagradables, tanto las oficiales como las que dicen estar "en resistencia". Es sólo que resulta curioso ver la sutileza con la que pueden o al menos intentan manipular nuestro conocimiento y memoria, y no quise dejar de mencionarlo antes de que acabe el mes.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Uno de mis mejores amigos me llama para contarme que terminó con su novia. Ella decidió que necesitaban un tiempo, que necesitaban distancia. Argumentó no estar segura, pero que quizás eso podría ser hasta lo mejor que podría pasarles. Que tal vez regresarán pronto y todo será mejor.
Conozco historias similares. Yo mismo las he vivido. Y la cosa se repite siempre, con mayor o menor grado de similitud, pero hay detalles persistentes. Ya sé en qué terminan esas dinámicas donde alguien decide terminar y muestra dudas. Esas dudas que hacen que la otra persona mantenga una suerte de esperanza terca, porque aunque los amigos te hablen y te cuenten sus propias experiencias, uno nunca va a pensar lo peor, uno mismo siempre va a creer que su caso será diferente y un día regresará lo que piensa, es la felicidad.
No puedo evitar recordarme al ver lo que le sucede a mi amigo: no comer, no dormir, no distinguir el día de la noche, querer componer todo en dos días, pensar sólo en los propios errores, sentir la necesidad de hablar con alguien que ya no quiere hablar, para entender, para comprender dónde o cuándo se fue todo a la basura, Toda alegría supone la pérdida de la felicidad de alguien, cita Vonnegut a Blake... y sí... eso sucede... y mi amigo piensa... piensa... piensa... y sigue pensando... y sólo escucha esa terca voz que le dice que todo tiene solución... que quizás... tal vez... podría ser...
Me sé bien esa historia. Y puedo decirle a mi amigo muchas cosas. Pero sé que él ahora no está para escuchar más que a su propia necedad y sus incertidumbres. Lo único que me queda decirle -aun sabiendo que va a leer esto y no lo va a creer del todo hasta dentro de unos meses, y entonces volverá a recorrer estas líneas-, es que sin importar lo que pase con ella, podrá superar esta situación y puede contar conmigo (y sé que más amigos) aun cuando me llame a las cuatro de la mañana en tiempo de exámenes.
Puedo asegurarle que un día va a despertar y con sorpresa se dará cuenta de que durmió en verdad. Se sentirá descansado. Levantará la cabeza y podrá mirar alrededor como si volviera a descubrir su espacio. Quizás demore mucho. Quizás se envuelva en esa dinámica enferma en la que las dudas de ella siguen alimentando su terquedad, esa dinámica en la que en el último nivel puede llevarlo a arrepentirse de haber conocido a esa mujer que un día amó. Pero aun cuando eso pase, le aseguro que un día se desvanecerá. Será algo paulatino, por supuesto, pero la conciencia de ello llegará de repente. Ese día volverá a plantearse de manera imperturbable lo que quiere hacer, sin esperar una respuesta ajena. Y se dará cuenta de muchas cosas que ahora no ve. Y sonreirá agridulcemente. Y volverá a dejar de fumar. Y dejará de pensar. Dejará de pensar y vivirá. Y más adelante encontrará a una persona con la que podrá sentir y compartir. Quizás no sea la primera mujer, ni la segunda. Pero llegará y será feliz de una forma diferente. Entonces no importarán cosas que ahora importan.
Estoy seguro que un día volverá la vista a estas fechas y sonreirá feliz de haber sobrevivido. De no haberse quedado en el mismo lugar. Y quizás escuche canciones que ahora duelen y las vea de forma distinta, sin nostalgia, sólo recordando.
Dejo una canción que evade mi memoria en los momentos de duelo, pero que recurrentemente llega a mí cuando han pasado los malos tiempos.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Este día, por ser el día que es (mi cumpleaños), quiero poner una canción que hable y muestre el lado del mundo en el cual me he encontrado siempre... Se trata de El baile de los que sobran, de Los Prisioneros, de quienes hablaré probablemente en una futura entrada al blog...

viernes, 14 de marzo de 2008

Era madrugada. Cansado y con la entera disposición de dormir, el recuerdo de un poema me hizo volver a encender la luz...


Relación de los hechos, de José Carlos Becerra

Esta vez volvíamos de noche,
los horarios del mar habían guardado sus pájaros y sus anuncios de vidrio,
las estaciones cerradas por día libre o día de silencio,
los colores que aún pudimos llamar humanos oficiaban en el amanecer
como banderas borrosas.

Esta vez el barco navegaba en silencio,
las espumas parecían orillar a un corazón desgarrado por los hábitos de la noche.
Algo teníamos en el tumbo lejano de las olas,
en la vaga mención de la tierra que en la forma de un ave el cielo retuvo
un momento en la tarde contra su pecho,
algo teníamos en el empuje ahora sosegado, fresco y oscuro de mareas.

Más allá del mensaje radiado por los cabellos de los ahogados,
de la bajamar que deja grises los labios como el dolor inexperto,
de las maderas podridas y la sal constituida por el crimen de las aglomeraciones solitarias,
del pecho marcado por el hierro del silencio; más allá,
el chillido del pájaro marino que demuele la tarde con un picotazo en el poniente,
la mujer que atraviesa la noche con una inscripción azul en los ojos,
el hombre que juega distraído con el amanecer como con un cuchillo filoso y deslumbrante.

Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
la respiración apaciguada de los dormidos como si no descansaran sobre el mar,
sino a la sombra del hogar terrestre.

Sólo el rumor de la brisa entre las cuerdas,
el ritmo latente del otoño que se acerca a la tierra para enumerarla.

Así nos tendíamos en el túnel secreto del amanecer,
alcobas que nos asumían fuera de horarios,
hoteles señalados para dormir bajo el ala del invierno,
en el recuerdo contradictorio que se establece en nuestro corazón como un depósito de estatuas.

Sólo hablábamos debajo de la sal,
en las últimas consideraciones de la estación lluviosa, en la espesa humedad de la madera.
Sólo hablábamos en la boca de la noche,
allí escuchábamos los nombres que las aguas deshacían olvidando.

Mi camisa estaba llena de huellas oscuras y diurnas,
y la Palabra, la misma, devorando mi boca,
comiendo como un animal hambriento en el corazón de aquel que la padece y la dice.

Yo miraba igual que los ríos,
verificaba las rotas murallas, los andrajos humanos que la eternidad retiraba de la muerte
igual que retiran el vendaje de la herida curada.
Yo descubría pasos en el amanecer
y me cegaba aquel silencio que como mano oscura
parecía cubrir la vida de todo lo dormido.

También el mar volvía, volvía el amanecer con su cabeza incendiada,
y yo reconocía en el olor de la brisa la cercanía de las estaciones,
el lenguaje que despierta en la boca de los dormidos
como un enjambre de insectos húmedos y brillantes.

Y tú también volvías, volvías de alguna forma de mirar, de algún desenlace:
vana donde tu cuerpo carecía de espacio, en tu propio centro de navegación,
en ese espacio que tu tristeza concedía al rumor de las aguas.
Incorporabas tus ojos al desenlace nocturno,
meditabas tu sangre en todos los espejos penetrados por el animal de la niebla.

Y eras tú, de pie en tus ojos, como aquella que alimenta su desnudo con viento,
tú como la inminencia del amanecer que rodea con un corazón amarillo a los labios,
tú escuchando tu nombre en mi voz como si un pájaro escapado de tus hombros
se sacudiera las plumas en mi garganta;
desenvuelta y solitaria, con entrecerrada melancolía, mirándome.

Y eran los dos asiduos a las lluvias que desentierran en el otoño al abismo,
esa pregunta que pesa tanto en los labios
que cae al fondo de nuestra voz sin remedio
o se agazapa en un rincón oscuro como un perro asustado
al que es inútil llamar dulcemente.

Y sin embargo, allí estábamos,
allí estábamos cuando las manos se enlazan y rozan al corazón soñoliento
como una suave advertencia,
en esa búsqueda, cuando el presentimiento de los cuerpos son los labios.

Cuerpo de viaje cuya mejor señal es una cicatriz de nube,
tú también habías escuchado, en quién sabe qué momento del sosiego nocturno,
ese rumor de tela que va enlazando al océano cuando amanece,
esa primera tibieza destinada sólo para los cuerpos enlazados.
El primer rayo de sol ya ponía su adelfa en el agua,
y un roce de astros, de manos más pálidas que el esfuerzo de atardecer,
aún tocó el horizonte que el mar retiraba.

Esta vez volvíamos,
el amanecer te daba en la cara como la expresión más viva de ti misma,
tus cabellos llevaban la brisa,
el puerto era una flor cortada en nuestras manos.


Transcribí la versión que aparece en la antología Poesía en movimiento, la cual refiere a su vez la versión aparecida en Revista de Bellas Artes, num. 4, julio-agosto, 1965.

miércoles, 12 de marzo de 2008

A falta de pan: compañeros en el camino o El día que no vi a Jarvis Cocker

El sábado comenzó con la llamada de Yoyo para despertarme y para confirmar su inasistencia al concierto. Por un momento, antes de volver a dormitar, pensé en que no teniendo un centavo para comer, no debería gastar dinero en trasladarme a Toluca, pagar un estacionamiento y alguna bebida durante al menos 9 horas de música, de la cual el 80 por ciento me resultaría desconocida. Sin embargo, reparé, he esperado ver a Jarvis Cocker desde que tenía 16 años (hoy ya casi tengo 28). Así que me relajé y dormité entre soñando cosas variopintas.
Una hora más tarde escuché la voz de Rodrigo gritando desde la calle. Mi primera reacción fue mirar el reloj. Mi amigo se había adelantado por casi dos horas. Me asomé a través de las persianas y vi que había llegado en un coche que no reconocí. El plan era salir a Toluca al medio día y esperar en el sitio del concierto a Omar y Daniela. Pensé que algún contratiempo había surgido. Me vestí rápidamente y bajé. Lo que vino a continuación fue el relato de la que supongo una de las peores noches que ha pasado mi amigo: unos asaltantes lo dejaron sin coche, sin ipod, sin celular, y por supuesto, sin boletos para el MX Beat. Él y su novia me explicaron las llamadas que hicieron a ticketmaster y marlboro. Nadie se haría responsable de los boletos. ¿Entonces para qué tanta mamada de registrarlos?, nos preguntamos todos.
El concierto me resultaba lo menos importante. Mi amigo estaba a salvo. Sano. Dentro de la mala fortuna tuvo la "suerte" de que no lo golpearan ni lo dañaran físicamente. Además, pensamos algunos amigos, por fin se deshizo de un auto que fue poco más que salado.
Rodrigo y Norma se fueron. Todavía tenían que arreglárselas con otras cosas... Mi día cambió por completo. No me sentí tan mal como hubiera supuesto. Todo alrededor del concierto fue complicado desde el inicio. Desde no alcanzar boletos en la venta, la oportunidad de conseguir uno por medio de Rodrigo, los malabares para conseguir el dinero, el no saber cómo ir y regresar, la desorganización y problemas que no vale la pena mencionar aquí. Muchas, demasiadas obstrucciones, incluyendo el deja vu del día anterior, el recuerdo de un mal sueño donde algo malo, peor que un simple mal presentimiento, se cernía sobre mí de manera fatal. Así que al final la mala suerte ganaba. Mi espera de 12 años seguiría prolongándose indefinidamente. Y sin embargo no me sentía tan mal, sino más bien tranquilo.
Luego vinieron las llamadas. A Omar, con quien comparto el gusto por Jarvis para avisarle el asalto que sufrió Igo y la obvia consecuencia de no asistir. La segunda llamada fue a Mariana.
Decidí aprovechar el día. Lavé mi coche, salí un ratito con mi perro y pasé la tarde junto a mi novia y su hermana. En algún momento, mientras manejaba, puse en el estéreo el disco This is hardcore de Pulp, y a modo de broma les comenté, a falta de pan...; a lo que reaccionaron con algunas risas cómplices de mi humor agridulce. Después traté de no pensar más en Jarvis.
En la noche pasamos a una tienda a buscar un juego de mesa que llevamos algunas semanas sin encontrar. Mientras me entretenía con un Elmo bebé, sonó mi celular. Del otro lado una voz familiar me dijo, está Jarvis, escucha, te dejo hasta que se acabe el crédito. La mala suerte sobrevino de inmediato, porque en la tienda subieron el volumen de la música. Sin embargo, fueron sólo unos segundos. Bastó moverme a otra parte, taparme bien la oreja libre y apoyarme. Escuchaba el sonido de una guitarra. Música, sólo música y sonido de gente. La voz Daniela diciéndole algo a Omar... y entonces la voz grave de Jarvis Cocker. De manera casi instantánea se me anudo la garganta y se me nubló la vista. Pude escuchar, sin reconocer la canción, la voz que he esperado y seguiré esperando. Pero la escuché lo más cerca que la he escuchado nunca. En algún lugar a no tantos kilómetros del supermercado donde estaba, Jarvis cantaba y mi amigo lo puso al teléfono para que lo escuchara como lo hice, evocando mil recuerdos, con un enjambre de emociones, con una sonrisa y lágrimas, con algún sentimiento que hasta ahora no sé describir, lo escuché, lo disfruté, hasta que el crédito del celular de Omar se agotó.
La historia con Omar es como un viaje en una montaña rusa: vertiginosamente pasamos de arriba a abajo, de un buen estado de ánimo al choque. Alguna vez le escribí que sabía que en ocasiones podíamos llegar a cagarnos. Pienso que a veces no nos entendemos y hasta podemos caernos tan mal mutuamente que podemos llegar al punto de preferir no vernos un par de días, pero jamás al grado de dejar de lado la amistad. Y ahora veo que eso es parte de lo bueno de mi amistad con Omar, porque significa que nos aceptamos como somos y continúa, con nuestras virtudes y defectos, con los puntos de encuentro y también los de desencuentro que en ocasiones incluso pueden alimentarla. Como bien me dijo, faltan muchos caminos por compartir y recorrer. Han sido muchas las coincidencias en momentos importantes de nuestras vidas; inicios y rupturas al mismo tiempo, lecturas, mucha música y anhelos, como bien refirió Omar en el diario de su Hi5 hace un par de meses.
El sábado al salir del súper mi coche no quiso encender. De esa manera se redondeó un día de mala suerte. Lo que pasó después no importa. Hoy el auto sigue sin funcionar y no está en mi casa. Sin embargo no importa. Ya saldrá algo bueno. Mientras tenga vida y gente que me quiere alrededor, creo que todo puede solucionarse. En la mañana del sábado dije a falta de pan... mientras escuchaba un disco de Pulp. Pero por la noche me di cuenta que a falta de pan, están los buenos amigos que alimentan el espíritu y hacen de esta vida algo no sólo llevadero, sino feliz. Ya nos tocará ver a Jarvis juntos algún día, en un regreso a México o mejor en Sheffield; entonces mi espera terminará y Omar seguirá ahí compartiendo camino.

lunes, 10 de marzo de 2008

La única persona que ha hecho que deje de escribir en este blog ha sido Miguel Ángel Hernández Acosta. No lo digo a manera de reproche ni acusación y escribo su nombre completo esperando que alguien busque estos días en internet y lea alguno de sus cuentos. También esperando que alguien busque sus libros dentro de unos años (ojalá pocos años).
Miguel Ángel y yo nos conocimos en la escuela de escritores de sogem. Junto con dos o tres cursos y algunas lecturas, su amistad fue de lo poco que valió la pena en ese lugar.
Durante casi cinco años, nuestros encuentros se redujeron a casualidades breves en CU. Quisiera decir que fueron muchas cosas juntas las causas del alejamiento, y en efecto lo fueron. También quisiera decirle que una de esa causas no fue la que entonces era mi novia, pero ya no quiero seguir negándolo.
Miguel Ángel tiene una forma de ser un tanto rara. Es directo y sincero. A veces con una honestidad tan rotunda que puede causar aversión, como ocurrió con Brenda. Pero eso es algo bueno, generalmente, porque de Miguel sólo puedes esperar que te escupa netas en la cara. No verdades rotundas, de esas que la gente trata de imponer, sino las verdades que conforman su visión de los hechos.
Mi amigo es extraño. La verdad, fuera de la honestidad no sé qué esperar de él. Corrijo. Sé que además de la honestidad puedo esperar su mano para salir del hoyo, sé que puedo esperar buenas recomendaciones literarias, un oído para escucharme, un abrazo necesario e incluso un peso para tener dónde caerme muerto aunque él no lo tenga.
Sin embargo, digo que no sé qué esperar porque a veces no sé cómo va reaccionar ni qué es lo que me quiere decir. Por poner un ejemplo, a pesar de tener gustos tan similares, diferimos en la opinión acerca de muchos autores. Yo no sé si por mí conoció a Efraín Huerta o si acaso fue ese autor un punto de cimiento en nuestra amistad. Nunca hablamos de José Emilio Pacheco, el escritor que me hizo querer ser escritor, y sin embargo hace unos meses me sorprendí al leer en su blog lo que significa Pacheco en su vida. Y a pesar de esas coincidencias esenciales, hemos pasado horas debatiendo acerca de otros autores.
De la misma manera, cuando nos vemos o platicamos y le cuento lo que me ha pasado en los últimos días, nunca sé qué es lo que va a opinar. No sé si va a reír, si se va a enojar o si dirá un simple pinche Juanjo. A veces, incluso, necesito que me explique lo que dice, porque no lo termino de entender cabalmente. Y es por esa razón que en dos ocasiones me ha provocado dejar de escribir en este blog. La primera fue hace unos meses, cuando en una entrada dejó en comentario que esperaba que siguiera escribiendo así, que al leer incluso había sentido las ganas de fumar un cigarro (llevaba ya meses o quizás más de un año sin fumar). No supe qué decir, no supe qué escribir y sólo balbuceé la siguiente o siguientes entradas.
Hace casi dos semanas escribí algo. Un día después vi en el comentario firmado por Miguel, una referencia a El Perseguidor, de Julio Cortázar. Inmediatamente quise responder. Pero me contuve. No supe... dudé sobre la intención del comentario. Desde entonces no había escrito nada hasta hoy.
El pasaje del cuento donde viene la frase que citó habla de dos cosas: de una obra donde los errores podían ser vistos por todos y de la genialidad del autor de la misma. Quizás Miguel Ángel no quiso decir ni una cosa ni la otra. Y no lo he podido ver para que me explique.
Sé que mi amigo también es chingaquedito. Así que no dudo que me diga que piensa que en lo que escribo son perceptibles los errores. O que me diga que no quiso decir nada, que simplemente se acordó. Y no podré negarle los errores en mi escritura. Antes bien, esta entrada es una muestra de los mismos. Mi escritura entrecortada y torpe, porque a pesar de que he querido hacerlo antes, nunca me decidí a escribir y publicar algo con respecto a él; me cuesta mucho trabajo.
No sé por qué sea. La verdad no lo sé. Quizás porque a veces me queda la sensación de no conocer del todo a mi amigo. De no saber qué me quiso decir, si entiendo su opinión. A veces no sé si él mismo prefiere no decirme todo lo que piensa de mí, y de ahí vienen mis lagunas y dudas.
Por un lado siento que él, mejor que nadie, entiende que el pesimismo que muchos ven en mí es en realidad una muestra del gran optimismo que poseo. Por otro lado me queda la duda de algún silencio.
Así que dejaré de escribir porque me siento raro. Sé que esta entrada no es buena. La siento inconexa e insegura. Algo que no es digno de la amistad que le guardo a Miguel. Sin embargo, ya no quiero posponer más el escribir acerca de él. Porque se trata de una persona importante. Una amistad recuperada en la temporada de reencuentros que me ayudó a salir de la depresión que me envolvía y me hacía caer en espiral. Y ahora creo que si no he escrito nada de Miguel antes es porque tengo demasiado que decir y no sé por dónde empezar y sólo puedo resumir, malamente, que se trata de alguien que siembra verdades y dudas, con quien comparto el anhelo de escribir. Miguel Ángel es quizás la persona que más me ha impulsado a hacerlo. Aunque sigo sin entender sus razones. Y acaso esa es la mayor duda. No saber por qué ni una sola vez que hablamos o nos vemos, deja de decirme, de buena o mala manera, con tacto o con brutalidad, pinche Juanjo escribe!, como si mi problema no fuera escribir mal (como yo creo), sino simplemente no hacerlo (como efectivamente ocurre). Y sin embargo, a pesar de la duda, he de confesar que sin sus palabras, quizás hace mucho habría tirado mi idea de ser escritor bajo una roca. Así que ahora, viendo en perspectiva esta entrada, sólo me queda decirle, lo siento Miguel, esta vez no ha fluído, pero al menos escribí...