martes, 25 de marzo de 2014

A manera de explicación a mí mismo (-quizá- parte 1 de varias)


Hoy he leído algunos blogs que solía revisar cotidianamente apenas hace un año. Visité también algunos otros que jamás me interesaron demasiado, pero que solía mirar pues hablan de literatura y eso, nomás por el tema, ya me parece algo bueno (aunque luego no lo es). Las cosas no van muy distintas de como estaban entonces, cuando escribí la entrada anterior de este blog, hace varios meses. Me quedó un mal sabor de boca y las ganas de alejarme por completo de todo lo que tenga que ver con el mundo literario y académico (que para mí son siameses).

Me pregunté entonces por mí: ¿Por qué ese deseo? ¿Por qué pocas cosas me llenan el ojo? ¿Por qué el rechazo? Pensé que quizá se debía a una suerte de frustración: por no escribir como quisiera (me refiero al tiempo que le dedico y a la calidad), o por seguir sin titularme a estas alturas del juego, o por no pertenecer a ningún grupúsculo, o porque incluso algunos pocos amigos que tienen interés en escribir ahora no son tan cercanos como antes (por alejamiento mutuo, me parecería justo decir).

Y sin embargo, creo que no se trata de eso. Escribo cuando tengo tiempo y ganas, porque muchas veces he intentado forzarme y nomás se me sale el buen humor para dejar bien instaladita a la frustración o el mal ánimo. No me he titulado porque tampoco me interesa demasiado decir algo más allá de mis pequeñas historias. No pertenezco a ningún grupúsculo porque en general me caga la gente y le cago a la gente, además de que no tengo tiempo para practicar la diplomacia (o hipocresía, según el grado de honestidad que cada quien tenga puede elegir). Y bueno, no sólo me he alejado y se han alejado mis amigos escritores, sino mis amigos en general, y cuento con muy pocos.

No soporto a la gente que habla a las espaldas de otros y es incapaz de decir lo mismo de frente (ahí se fue uno). No soporto a quienes padecen amnesia conveniente (ahí va otro). No soporto a quienes viven del pasado sin más y no se preocupan por generar nuevos recuerdos felices (ahí se fueron como cinco). Tampoco soporto a quienes no pueden ser ellos sin una gota de alcohol en la sangre (adiós a muchos más, incluso varios a los que ni siquiera alcancé a saludar).

En este momento del juego, carezco de todo interés en suponer que mi voluntad y mi interés deben primar por encima de los de los demás. Por eso sé que este texto es más bien como una especie de carta leída al espejo. Pocos se interesarán en lo que digo, como yo me intereso poco por lo que dicen algunos más. La razón: no me interesa leer nada que carezca de humildad y de vida, aunque sea el ejercicio de retórica más bello y completo que haya sido escrito. Y ahí radica la principal razón de mi falta de interés por el mundo literario y el mundo académico. No es privativo, en general en todos lados domina la dinámica del “posicionamiento” y la pretensión. Sé es más no según el conocimiento asimilado, sino según las lecturas que puedas presumir.

Creo que el conocimiento no viene de los libros, al menos no todo. Sin duda yo no sería el mismo sin las lecciones recibidas de Auster, Bernhard, Huerta, Vonnegut, Murakami, Pacheco, Gil de Biedma, Parra, Leopardi y muchos más (los nombres fueron dichos al azar)... En los libros de muchos escritores hay algo que todo mundo puede tomar para su propia vida. Y sin embargo, seguiré prefiriendo pasar dos horas de mi vida con mi novia, con algún amigo, con mi perro, con algún desconocido, ahí en las diversas circunstancias de donde según yo brota el único sentido de la vida, que leyendo o releyendo o mirando o reseñando. (Curiosamente son los textos que eso retratan los únicos que me interesan.)

A veces cuando voy por la calle me imagino de qué irán las vidas de las demás personas: por qué esa chica mira con languidez y tristeza, siendo tan bella; por qué ese señor lucirá tan de malas; por qué aquella otra señora se muestra tan petulante... A veces m pregunto si al mirarme alguno de ellos puede adivinar de qué va mi vida, así como yo hago suposiciones de ellos.

Por lo general ni yo mismo sé de qué va mi vida. Ya no soy aficionado al alcohol y a la nicotina, pero aún hay días en que no tengo más deseo que llegar a casa y beber una cerveza con clamato. No me siento frustrado ni mi mayor aliciente es estar en casa mirando el televisor, y sin embargo hay días en que hago hasta lo imposible por llegar a ver la continuación de una historia (llámese serie o llámese siguiente jornada de futbol). Tengo pocos amigos, con los que puedo platicar, reír, comer, escuchar, e incluso, aunque ya casi no, hacer planes a futuro (y agradezco a Dios o a la energía universal o a la puta vida, que la estafeta del “amigo que me insiste en que escriba” siga de mano en mano y hoy se encuentre en la mano de R., que ojalá siempre me insista en su forma sincera y a modo de invitación, respetuoso a veces al grado de la asepsia cuando en ocasiones también se requiere algo un poco virulento).

Creo que tampoco soy autocomplaciente, no tanto como antes, gracias al temor que me provoca perder la vida en la nada. En fin que, como todo monólogo interno sin intención dramática, esto no se dirige a ninguna parte. Quizá, si acaso, puedo sacar en conclusión que no me ha ido tan mal en eso de vivir y dejar que los demás vivan, o mueran, según su gusto y afición. La gente que quiera estar cerca puede estarlo, no pienso juzgar, si algo no me parece y hay confianza, lo diré, si no, me alejaré. Y ya ni siquiera pido lo mismo. Y de igual forma, puedo dar mi amistad a quien no se preocupe por demostrar que es más que nadie, sino simplemente un ser humano que ha coincidido en este espacio y este tiempo conmigo y mucha gente más...