lunes, 9 de mayo de 2016

Tú y el rock and roll serán mis amigos

Ayer compré la “remasterización” del disco Tecnopal, de Víctimas del Doctor Cerebro. La verdad el sonido no difiere mucho del que recuerdo que salía del LP; es decir, la calidad de sonido no es la mejor. Pero eso no importa.

Importa la música. Importa recordar que los 36 minutos que duran las 10 canciones de ese disco eran los mejores de mi día entre los 13 y los 15 años, porque prácticamente no había día que no lo escuchara.

De ese disco primero oí “El muerto Nabor”, en una cinta que algún amigo de mi tío le obsequió y que él, a su vez, me regaló. Era una cinta con canciones de varios grupos, todos de rock urbano, salvo Víctimas del Doctor Cerebro, que según yo nunca fue plenamente rock urbano, aunque tengan dos o tres rolitas del estilo. (Ya habrá tiempo de escribir otra entrada acerca de esa cinta...)

Posteriormente pude grabar del radio, igual en una cinta, la primera versión de la canción “El esqueleto”, que en segunda versión fue el primer gran éxito comercial de la banda. Esa cinta se perdió...

Pero volviendo a Víctimas del Doctor Cerebro Tecnopal, ayer me llené de buenos recuerdos, aunque con un dejo de melancolía.

Fue un disco formativo y definitorio en mi vida. Entre bromas, al escuchar precisamente “El muerto Nabor”, rola que abre el disco, comenté que me gustaba el estilo de Víctimas por que eran “remamones”, no en el sentido de engreídos o pesados, sino de desenfado, de no tomarse las cosas tan en serio, como lo es meter un a-go-gó en medio de la canción. Y bueno, creo que de ellos saqué eso tratar de decir alguna bobada para mejorar el ánimo incluso en los peores momentos.

Las letras eran diferentes a lo que harían después. No tan diferentes como para pensar en que cambiaron de manera radical, porque incluso un par de rolas de este disco las volverían a utilizar, con variantes, para el disco “Brujerías” (me quedo con las primeras versiones, aunque no le hago el feo a las posteriores).

En este disco está contenida la primera canción de “amor” que dediqué a alguna chica: “Caminemos”, cuyo coro dice: “Clávame la estaca en el corazón, crucifícame las veces que quieras”; y bueno a la fecha no veo falla en una declaración amorosa de este tipo.

Durante muchos años Víctimas fue mi banda favorita. Tengo anécdotas que antes consideraba interesantes y hoy siento entrañables. Por ejemplo, el único concierto al que he ido con mi papá fue a uno de Víctimas. Tendría yo 14 años cuando se presentaron en el Teatro de la Ciudad. Creo que fui el primero en comprar los boletos; al menos eso me dijeron en la taquilla. Iba a ir con un tío y mi primo, pero al final me quedaron mal. Era en la noche, y a esa edad aún no me dejaban ir solo, sobre todo porque el concierto iniciaba a las 9 o 10. Así que, supongo que a insistencia de mi mamá, mi padre terminó por acompañarme. Fue muy bueno ir, porque se rifaron con un conciertazo aunque el teatro no se llenó ni a la mitad. Abrió Kenny y los eléctricos, y bueno, los detalles de ese concierto los conocen un par de amigos y así se quedará por el momento.

Ayer también recordé que al poco tiempo de haber ingresado a la preparatoria, en días oscuros y melancólicos por el ánimo que me cargaba, afuera se presentó la “Gira Redilas” de Juguete Rabioso. No se malinterprete, para entonces ya había conocido, por ejemplo, a uno de los pocos amigos que aún conservo y frecuento, eventualmente, de aquella época. Pero todo en la prepa me parecía sin encanto, gris. Incluso ese día, mientras Juguete Rabioso ofrecía su música gratis, fuimos pocos los que hicimos caso. Mis “amigos” se largaron, y la gente escuchaba pero de lejos, como a 10 metros de distancia del camión donde tocaban los músicos. Sobra decir que el breve slam lo armamos tres o cuatro ingenuos que saltábamos alegres y éramos vistos como bichos raros.

Lo anterior tiene que ver con Víctimas porque ese día conocí al Abulón. Luego de que terminó de tocar Juguete Rabioso mi ánimo apesadumbrado volvió. Simplemente estaba en un lugar que no quería estar, sin saber dónde sí quería estar (y esta sensación a la fecha me es habitual). Así que emprendí el regreso a casa, y justo en la esquina de Corina y Xicoténcatl vi a una chica guapa con un tipo de cabello anaranjado. De inmediato lo reconocí. Dudé unos segundos, o más bien el tiempo que les llevó caminar una cuadra, y al final decidí alcanzarlos. Platicamos un rato, me dio un autógrafo, conocí a su novia (Raquel, supuse entonces que era la de la rola de Nabor); realmente se mostró sorprendido de que conociera Tecnopal y yo me quedé con la imagen de un tipo buena onda que nada tenía que ver con los músicos engreídos y sin gran talento que abundan en este país. Ese autógrafo aún está en casa de mis papás.

Todo esto recordé ayer, feliz y triste. Feliz por los buenos recuerdos, triste porque hoy hay cosas muy diferentes que me hubiera gustado que permanecieran. Creo que de todo lo que recordé lo que más me metió en esta contradicción de ánimo fue recordar que alguna vez mi mamá habló con la mamá de la familia Flores. El LP traía en el reverso un teléfono de contacto que era en realidad el de su casa (me sorprende que quizás ni ellos pensaron en lo que el futuro cercano les tenía preparado). Esto lo supe porque un día, por mera curiosidad, llamé y, luego de que contestaron, pregunté a dónde llamaba: “A casa de la familia Flores”, respondieron y casi me desmayo. Por supuesto, colgué.

No recuerdo cómo fue que le platiqué lo que había pasado a mi mamá; no recuerdo si le conté, si me preguntó, si fue ese mismo día o después; no recuerdo esos datos, ¡caray! Y bueno, un día al regresar de la escuela (esto fue antes de conocer al Abulón, en secundaria) mi mamá me comentó: “Hoy hablé con la mamá de las Víctimas del Doctor Cerebro”. No podía creerlo y por supuesto le hice mil preguntas porque no me la creía, o pensaba que a lo mejor le habían jugado una broma. Pero al final le creí. No voy a reproducir la conversación completa, esa vive eterna en ese tiempo y, parcialmente, en mi mente también. Sólo comparto el dato de que mi mamá me dijo que a la señora Flores le gustaba mucho “Los ojos de los niños de Bagdad” y que quedaron que un día alguno de Víctimas me iba a llamar. Por supuesto, aunque lo escuchaba todos los días y en ocasiones ella estaba ahí, mi mamá no tenía mucha idea de las rolas del disco, así que entre otras cosas, ese dato me sirvió para dejar de preguntar.

Esa era la clase de mamá que tenía. No sé si cualquier mamá tendría ese gesto, si alguna que otra lo juzgaría mal. No me importa un carajo otra opinión. Únicamente me importa que para mí fue un detalle como los muchos lindos que tuvo siempre conmigo. Y probablemente la ausencia de esos detalles sea lo que más tristeza me provocó recordar tanto ayer. Tonto de mí, porque seguramente desde donde esté los seguirá teniendo y los seguiré recibiendo aun sin saber de forma tan evidente que son de ella...

En fin, que mejor sigo oyendo el disco para distraer a las lágrimas...

Por cierto, semanas más tarde de que mi mamá hablara con la señora Flores, encontramos en la contestadora un mensaje muy extraño, con ruidos, voces y risas, muy al estilo de lo que solían hacer las Víctimas...

martes, 26 de enero de 2016

Again

Mucho tiempo ha pasado desde la última vez que escribí algo aquí. También ha pasado mucho más tiempo desde la última vez que escribí algo (un cuento, un poema, una idea) por iniciativa propia, por el mero gusto de hacerlo; algo que no tenga absolutamente nada que ver con el trabajo, donde seguido escribo, algunas veces cosas que me gustan, y mucho menos veces, cosas en las que creo.

La depresión o el mal ánimo o el desánimo (para ser más preciso) que me acompaña de no sé cuándo para acá (años, muchos años) no se larga. Tampoco hago mucho; digamos que ha ganado por perseverancia, esa que a mí me falta.

Ayer estaba insoportable. Yo ayer estaba insoportable para mí mismo.

Escribo tan poco que siento dolor en los dedos al teclear apenas dos líneas. Mal, muy mal por mí.

Leo. No, tampoco demasiado. Pero hoy leí algo que me gustó. Antes, una hora antes, encontré una imagen que me recordó una promesa. Y si hay una cosa, probablemente la única, que me salva es que cumplo mis promesas, así sea mucho tiempo después, siempre quedo a mano. Quizá por eso no prometo nada casi nunca, pero no viene a cuento.

Decía que hoy vi una imagen, y la imagen me anudó la garganta y me mandó a escribir esto. No es casualidad, no creo en ellas (como he afirmado tantas veces en este espacio). Ayer pensaba en mi desánimo actual. Ayer pensaba en escribir una carta a alguien para contarle mi estado. Ayer pensaba en lo vano que sería eso y recordé este blog.

Ayer también leí algunas cosas de mi amigo R y me caló la idea de que uno se vuelve escritor cuando tiene alguien que lo lea. En ese sentido y estirando a conveniencia su idea, yo he tenido gente que ha dedicado valiosos minutos de sus preciosísimas vidas a leer lo que he puesto acá. La frase anterior carece de ironía, de verdad pienso que queda vida es preciosa y que el tiempo, al ser un recurso no renovable, es lo más valioso que podemos encontrar en la vida.

Pero siguiendo la idea, he tenido lectores. He sido escritor y he dejado de serlo; lo he sido con cuentagotas y a conveniencia; siempre tan laxo, tan condescendiente conmigo. Y muy probablemente lo siga siendo, porque la promesa que pienso cumplir no va por ahí ni tiene que ver mucho con este blog, aunque se me ocurre que puedo usarlo como una buena herramienta para compartir, para no dejar nomás conmigo las cosas.

Por eso es que hoy comparto un fragmento del texto que ha iluminado mi mañana, lo poco que este oscuro ánimo permite. Ya recuperaremos terreno, y lo perderemos de nuevo seguramente (porque así se va la vida).

Camus, como siempre, contesta en buenos momentos algunas preguntas que me afligen:

"La historia no explica ni el universo natural que había antes de ella ni la belleza que está por encima de ella. Ha elegido ignorarlos. Mientras que Platón lo contenía todo —el sinsentido, la razón y el mito—, nuestros filósofos no contienen más que el sinsentido o la razón, porque han cerrado los ojos al resto."
"«Odio mi época», escribía antes de su muerte Saint-Exupéry, por razones que no están demasiado alejadas de las que he expuesto. Pero, por perturbador que sea ese grito viniendo precisamente de alguien como él —que amó a los hombres por lo que tienen de admirable—, no vamos a apropiárnoslo. Y, sin embargo, ¡qué tentador puede resultarnos, en ciertos momentos, darle la espalda a este mundo sombrío y descarnado! Pero esta época es la nuestra, y no podemos vivir odiándonos."


Esto es del ensayo "El exilio de Helena", del libro El verano. La versión la copié de un libro electrónico, aparentemente hecho con la edición de Alianza Editorial.