martes, 25 de diciembre de 2007

Raziel


Algo común de lo que no me salvo es que soy una persona de Tops. Tengo mi Top ten de películas, que excede las diez ya que ni siquiera puedo decir cuál es la número 1 y empato ahí a Rashomon, Paris, Texas, a veces Las últimas imágenes del naufragio y Señora Venganza. Tengo un Top 10 de libros que a veces es más bien de autores. Uno de los libros y de los cds que quiero. Y antes tenía hasta uno de las diez cosas que quería hacer algún día. (Si alguien ha leído este blog, sabrá que obviamente ese Top ten ya no existe). En fin, de vez en cuando caigo en numerar las cosas, pero nunca se me había ocurrido hacer un Top ten del año. Quizás porque naturalmente todos los fines de año me he dirigido a un Less ten, más bien. Y este año no sé qué haré. Supongo que ni uno ni otro o quizás ambos.
Todo lo anterior fue un preámbulo muy largo para decir que si tuviera que hacer mi Top ten del año, algo que no podría dejar afuera es que por una buena parte fue una temporada de reencuentros. Una que inició desde el año pasado, pero que este año he podido visualizar con una vista panorámica mejor.
Hace rato platiqué con mi primo Raziel (antes primo Robert). Ambos estamos en una etapa crítica, no mala, sólo crítica de nuestras vidas, por diversas razones que en momentos convergen. Estábamos en casa de mi abuela. Ambos sabemos que no es igual. Ya no somos los niños que jugaban a lanzarse cohetes y buscapies, los que semana a semana se encontraban en la casa de la abuela para salir a jugar basquetbol. El tiempo pasó. De una forma u otra nos fuimos alejando cada vez más. A lo largo de unos siete años nos conformamos con los esporádicos encuentros en las Islas de CU, rara vez con mi abuela, quizás en alguno de mis cumpleaños.
Sin embargo, este año fuimos a reencontrarnos cuando no pudimos vernos en Buenos Aires. Y de ahí han venido una serie de chats, unas cervezas en la Universidad y hoy.
Creo que cada uno tiene su vida y cada cual tiene sus propias ideas. Sé, me resulta un hecho evidente que nos alejamos demasiado. Pero es bueno saber que se cuenta de alguna forma, por rara y peculiar que parezca, con alguien de la familia.
Uno de mis mejores amigos me dijo que luego de dejar de ver a un amigo durante mucho tiempo, en el reencuentro te enfrentas a dos opciones: es un extraño o un pendejo. Y en los reencuentros de este año y medio he tenido la fortuna de toparme sólo con extraños, que después de un rato van dejando de serlo, no para volver a ser quienes fueron un día, sino para tomar el lugar que ahora tienen en mi vida, un lugar en ocasiones mejor.
Tal vez los caminos que tomemos cada cual vuelvan a separarnos, pero por alguna razón creo que por mucho que nos alejemos, así haya un mar de por medio, con pocas personas estaré tan unido, pocas personas podrán decir que cuentan conmigo y de pocas personas podré decir que cuento como con Raziel.

24-25/dic/07

Hoy es nochebuena. Bueno, de hecho, técnicamente ya es navidad. Ha sido un día largo, no tanto por las cosas hechas como por las pensadas. Sé que una de las razones por las cuales he detestado la navidad es porque en un día como este, una noche como esta, fue de las peores que he vivido. Sin embargo, hoy después de muchos años los sentimientos han sido diferentes. O mejor dicho, hoy he sentido algo. Porque en realidad parte de odiar la navidad es la falta de sentimientos, la indiferencia que emana de mí en este día. Y resulta doloroso darme cuenta que no importan los años transurridos, los repetidos intentos por rescatar lo perdido. Porque todo se va y nada permanece. Porque incluso las personas que piensas van a perdurar en tu vida un buen día ya no están o se convierten en rostros de pared, en un extraño más que evitas saludar en la calle. Por todo eso, hoy de alguna forma, por segunda ocasión en 12 años, he sentido pena por mi falta de sentimientos en el resto de esos 12 años. Hoy me di cuenta que 12 navidades de rescate no sirven contra una navidad destrozada y destructora. Pero también hoy, pensé que quizás era ya tiempo de dejar las cosas flotar e irse. Porque finalmente es algo de lo que este año he aprendido a hacer con más facilidad. Dejar que las cosas se vayan como un globo cargado de recuerdos y rencores, de lágrimas y resentimientos, de sueños rotos, de cosas que no serán al fin y al cabo.
Un sentimiento de amargura, condimentado con algo de desazón es lo que siento hoy. Por el pasado, por el presente. El futuro no me preocupa, o al menos de él no quiero ocuparme ahora.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Hace unos días hablaba aquí sobre la tranquilidad y la calma que ofrece el amargamiento, la pérdida de esperanza. Lo que no dije es que, paradójicamente, esa calma también da un grado de felicidad. El hecho de saber que el mundo siempre será la mierda que es y el reducir los intereses, como en mi caso dije a pasear con mi perro, escribir, leer, volver al aikido, conseguir un trabajo para en unos años ir al mediterraneo... Me siento raramente feliz por el hecho de saber que eso es lo único que me interesa ahorita, lo único con verdadera importancia y sentido. No sé a qué se deba, pero hay un algo de felicidad flotando alrededor mío. No sé si es ese poquito de esperanza que se niega a dejarme. La verdad no quiero preguntarme mucho al respecto. Lo único que importa es que el amargamiento además de calma me ha traído una suerte de felicidad, que por bizarra, contradictoria y extraña que sea, no deja de ser eso: felicidad.

Por mera "casualidad", pensé esto una noche poco antes de escuchar esta canción.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Lo bueno de tener un blog es que puede hacer las veces de diván.
El viernes, camino a la Universidad, me pregunté qué era lo que hacía justo ese día, a esa hora, diez años atrás. Quizás es una tontería, pero suelo preguntármelo de vez en cuando. El tránsito estaba insoportablemente lento, muchos autos, mucha gente, calor, la ciudad, un choque y un desconocido en el suelo terminaron por desvanecer mis intentos de vencer la resistencia de la memoria. No supe si la persona en el piso estaba desmayada o había sido atropellada. Supuse que lo último, dada la presencia de un taxi y una patrulla de auxilio unam. Tenía a un cúmulo de mirones a su alrededor, unas diez o quince personas, y sólo tres de ellas trataban de ayudarlo. Lo vi a lo lejos, no quise acercarme. Por una parte, ya se encontraba ahí alguien de la Universidad y sé de antemano que es poco lo que pude haber hecho (no estudié medicina ni sé primeros auxilios ni nada). Por otra parte, ver ese tipo de cosas me pone mal. Así que seguí mi camino, conformándome con mandar buena vibra para ese muchacho y a la vez recriminándome esa conformidad.
Pasé un rato con mis amigos, caminé por algunas partes de CU, recordando tantas cosas, alegre y tranquilamente, y después emprendí el regreso a casa. En el pesero comenzó a sonar una canción de Mónica Naranjo que hacía años, más de diez, no escuchaba. Debo confesar que esa canción ha sido uno de mis resbalones musicales, uno de los muchos que tuve cuando iba en secundaria. Después las cosas cambiaron y volvieron a mejorarse. Y bueno, por alguna razón esa canción comenzó un viaje de regreso. Si unas horas antes me preguntaba qué hice diez años antes, el repertorio musical del pesero me llevó no a saber con exactitud mis actos del 14 de diciembre de 1997, pero sí me trajo algunos sentimientos y emociones de varios años atrás. Algunos recuerdos específicos, que ni siquiera sé si alguna vez he compartido con alguien.
Cuando comenzó la canción de M.N. (hasta escribir su nombre aquí me apena) yo no sabía lo que venía. Supongo que era un compilado mp3 con canciones pop “románticas”, de esos que arma quién sabe quién y venden por diez pesos en el metro. La segunda canción fue de Vilma Palma e Vampiros y por completo me instalé en mi época secundariana. Durante esas canciones no tuve recuerdos específicos, simplemente recordé algunas otras “joyas musicales” de las que gusté en aquella etapa de mi vida. Y fue justo al final de la canción de VPEV, que vino algo específico. En el año que esa canción sonó, solía escuchar radio, esperando esa y otras canciones por el simple gusto de recordar a la chica que me gustaba. María Elena, Marielena, ahora no sé, ya no recuerdo cómo se escribía, pero ella me gustaba y solía pensarla mucho tiempo, sobretodo con canciones cursis.
Después vino una canción de Gloria Estefan y me transporté muchos años adelante, a una casa en Pachuca, con un amigo que llamaba por teléfono, y que no hacía sino pensar en la mujer que poco tiempo después se convertiría en su esposa. Un amigo que afortunadamente permanece y espero seguir compartiendo con él muchos años más.
De ahí mis pensamientos se esparcieron entre la preparatoria, los amigos, la secundaria y la escuela de sogem. No sé si pasó otra canción más. No recuerdo mis recuerdos durante cinco minutos. Pero cuando sonó la única canción de Shakira que me ha gustado (sí, sí, ya lo sé y advertí que el repertorio era fatal) no supe qué hacer. Durante años, y hablo de muchos, muchos años, evité escuchar esa canción, cambiando de estación en el radio, alterando mi ruta en las caminatas por el centro. Pero entonces iba en el pesero y aunque antes me hubiera bajado, el viernes tenía tanta demasiada güeva que preferí escucharla. Además, pensé que sería traicionar el momento de evocaciones que me proporcionaba amablemente el conductor. Y escuché, completa, por primera vez en quizás más de diez años, esa canción que me recordaba algo doloroso. Y entonces me di cuenta que en verdad uno de mis mayores temores es perder a la persona que amo y a las personas que quiero en general. Y es que mi vida ha sido una especie de procesión de adioses. Cuando no he tenido que despedirme yo (por circunstancias ajenas a mí, por esa vida cuasinómada que eligieron mis padres), la gente se ha ido. Y esa canción la escuché y me gustó poco tiempo antes de que alguien se fuera. Quizás por eso, como por miedo que se repitieran las cosas, evité escucharla durante muchos años. Por otra parte, la canción, le dice a alguien todo lo que significó, lo mucho que fue, que descubrió lo que es amar y más frases cursilonas, pero a pesar de ello nunca he podido dejar de preguntarme si yo he causado algo así en alguna de las novias que he tenido. Porque todas han sido diferentes, pero se han parecido en que después de cortarme no pasan más de dos meses sin empezar una nueva relación, lo cual me ha hecho sentir completamente olvidable. Y creo que por eso evitaba la canción, porque era ir de nuevo a una etapa de rompimiento que me resultó devastadora, donde no tenía asidero alguno, donde había dudas sin respuesta... En fin, a la luz de los años posteriores ahora sé que ese rompimiento fue un juego de niños.
Escuché la canción, recordé, dudé, me pregunte y de nuevo no tuve respuestas. Pero no importó. Porque seguí pensando y recordando. Y recordé a personas que no he vuelto a ver, como mi mejor amigo del último año de primaria (la vida nómada te hace tener un mejor amigo cada año escolar, por prevención) Iván, y los otros amigos como José Luis y Leonardo. Y como otras veces que he pensado en ellos la memoria vuelve a recaer en Germán. Y el viernes no fue la excepción, pero sí creo que descubrí algo que no había captado.
Germán era un amigo del transporte escolar que por coincidencia conocía a Iván, de hecho fue por él que empecé a llevarme con Iván. Sus padres eran amigos. Dado que la secundaria estaba en otro edificio, los momentos de convivencia con Germán se reducían al regreso a casa y alguna vez en una posada. Así fue durante un año. Cuando salí de la primaria yo quería seguir con mis amigos, pero sabía que iría a parar a una escuela que después odié. Sin embargo esa es otra historia. Cuando eran vacaciones, no recuerdo si ya había entrado a secundaria o no, por lo tanto no recuerdo si fueron vacaciones de verano o de invierno, un día me llamó Iván para decirme que Germán había muerto atropellado. Nunca supe bien lo que pasó, sólo recuerdo que algo me dijo de una camioneta, que Germán iba en bici, que la camioneta se fue. La verdad no recuerdo mucho de esos días, como ya dije no sé si fue en verano o invierno. Mis recuerdos son como pequeñas cápsulas unitarias que de vez en cuando, al recaer la mente en Germán, se abren: una de ellas me lleva a caminar las calles frías, con el aire fuerte pegándome en la cara y los pensamientos en blanco; otra me lleva a la segunda llamada de Iván y la tercera y la nunca realizada visita al panteón; otra me lleva al llanto contenido, la impotencia, el desear para esta navidad que mi amigo no hubiera muerto, y finalmente, la última cápsula se abre para recordarme la furia, las ganas de partirle la madre a un desconocido que se fue dejando a mi amigo tirado, muerto o en agonía.
El viernes descubrí que quizás por ese recuerdo latente es que me afecta tanto ver accidentes como el que vi afuera de CU. Por eso me resulta tan difícil aceptar que no puedo hacer nada para ayudar y reconocer que lo mejor es no estorbar e irme. Pero cada vez que me voy me siento mal, me recrimino una supuesta indiferencia.
La última canción que escuché en el pesero fue de Mecano. Cuando era niño me asustaban sus canciones y videos. Creo que eso merece otro texto en el blog. Baste decir que sirvió para volver a mis espirales de memoria donde el tema fue el miedo al abandono y el contradictorio amor por la absoluta soledad. Paradojas, contradicciones, recuerdos... Al final de todo llegué a casa para darme cuanta que no hay nada que no pueda sobrellevar si cuento con la sonrisa de mi perro, las llamadas de Valeria y mi blog-diván...

martes, 11 de diciembre de 2007

...

Aprovechando que al parecer ya se pueden oir de nuevo canciones, dejo ésta, dedicada en general. No necesito decir más, habla por sí misma. Es de una de las mejores bandas mexicanas de rock, poco valorada (raro).

Talking Heads 1

Mi banda favorita es Talking Heads. Me gusta la música y por supuesto las letras. Me gustó leer a Jerry Harrison (guitarrista, tecladista, segunda voz) cuando dijo que siempre ha pensado que si conociera más a fondo a cualquier fan del grupo, seguro se harían amigos. Sí, creo que somos pocos, especiales y diferentes. ¡Qué mamón, verdad? Pero es cierto. Conozco personas a las que les gustan un par de canciones, pero hasta la fecha no conozco a alguien que, como yo, diga que Talking Heads es su banda favorita. Debe haberlos, lo sé, pero no hemos coincidido. De coincidir, seguramente no haríamos buenos amigos.
Alguna vez hace muchos años, mientras paseaba con un amigo por los pasillos de una tienda de discos, escuché a una chica preguntar “¿Dónde encuentro discos de Talking Heads?”. Inmediatamente volví la mirada. Creo que aun recuerdo sus ojos nocturnos, el cabello negro de tinte, ondulado y suelto, un cutis con ligeras imperfecciones, la ropa negra y ella toda, en conjunto, bella.

La vi...

La seguí viendo... Pensé que si no conocía a Talking Heads yo podría recomendarle algún disco, hablarle de las canciones, de la historia de la banda, cuidando mucho el no parecer mamón y pretencioso. Pensé también que si ella conocía a la banda, podríamos tener una agradable plática, conocernos y hacernos amigos, de entrada. (Nunca pensé, hasta este momento en que escribo, que quizás buscaba un cd para regalarlo a alguien y no por interés propio)
La seguí viendo. Y me repetía “Es hermosa y preguntó por Talking Heads, es hermosa y preguntó por Talking Heads...”.
En verdad estaba impactado. Podía tratarse de la chica de mis sueños. Sin embargo, en esa época yo era muy tímido. Esa fue, en parte, la razón por la cual sólo la vi; y la seguí viendo tratando de grabarme su rostro que hoy no sé si es el mismo o es media invención mía; y la seguí viendo repitiéndome las posibilidades, las historias que podrían suceder si tan sólo le dijera “hola”; y la seguí viendo tratando de memorizar su voz, un tanto grave, y la seguí viendo aun cuando frente a mis ojos ya no estaba ella, sino la muchas personas en el centro comercial y yo le contaba a Paco que había visto a una chica en la tienda de discos... y él preguntó, por no dejar: "¿Por qué no le hablaste?".
Hoy puedo decir que fue timidez. Antes decía que no hubiera sabido qué decir, que iba con su hermana menor y muchos pretextos más. Creo que fue un pedazo de timidez y un pedazo el querer guardarme las posibilidades, que lucían perfectas y podían cambiar en la realidad. Eso es lo más cerca que he estado de conocer a alguien que al menos tenga interés en Talking Heads. Aunque probablemente fue más fantasía mía porque, como dije, nunca contemplé la posibilidad de que el CD no fuera para ella. En fin, no sé por qué mi memoria trajo esto al blog. Yo quería escribir otra cosa, pero lo dejaré para una próxima ocasión.
Ésta, la llamada época decembrina, es de las que más desagradables me resultan a lo largo del año. Las razones son varias. Supongo que irán saliendo en entradas posteriores. Hoy por ejemplo, me quedé pensando en esta estúpida frase hecha: “época de dar y recibir”. Una frase, una supuesta idea que te venden en todos lados, más que evidente en el principal medio de comunicación masiva que es la televisión. Lo que no te dicen es qué dar y qué recibir. Y mucho menos hacen la penosa aclaración “época de dar y recibir (entre los que pueden)”. Recuerdo alguna de las obras de Michael Moore, en la que toman un video de Bush donde dice “aquí estamos los que tenemos y los que tenemos más” o algo parecido (no recuerdo bien, pero creo que es en Fahrenheit 9/11). Y algo similar pasa en México y supongo que en todo el mundo. Así que seguí pensando en la frase y pensé en la gente que no tiene un peso, ni casa, ni comida. ¿Ellos que esperan dar y recibir? ¿Me lo dirán los noticieros? ¿Lo tendrá contemplado el gobierno, algún teletón o los mártires del Fobaproa? Por supuesto, las preguntas fueron necias y las respuestas evidentes.
Mis pensamientos aterrizaron en la causa del festejo navideño: el nacimiento de Jesús. No voy a entrar en polémicas, ya se ha hablado suficiente sobre la extraña coincidencia entre el supuesto nacimiento y muchas otras fiestas de diversas culturas antiguas. El asunto es que se celebra a Jesús. Es él, en apariencia, el motivo de todas las fiestas. Y el problema entonces radica en que desafortunadamente, la idea que se tiene de él, es bien distinta entre las personas que tienen, las que tienen más y las que no tienen.
Después, mi pensamiento dibujó una especie de idea. Pensé que este año, como en los últimos 12 años, no quiero cena ni lucecitas en un árbol. Tampoco quiero esperar un tipo gordo en traje rojo, ni dejar un zapato el 5 de enero. Este año me gustaría, y de hecho es una invitación abierta, que la gente como yo, que tampoco tenemos mucho, pero al menos contamos con comida y techo, reservemos algo o todo de la cena y lo regalemos. Me gustaría que en lugar de peregrinar de casa en casa para recalentados, a cada una de las pocas personas que suelo visitar, estén de acuerdo conmigo en recalentar la comida y dársela a una persona que probablemente en la puta vida ha probado una torta de bacalao con frijoles (quizás sólo dos de los ingredientes). No hace falta buscarlos, basta abrir la puerta para encontrarte con una persona más jodida (y eso que estamos en la ciudad capital y no en el México que muchos llaman profundo).
Cuando maquiné la idea inmediatamente me sentí estúpido. No obstante espero hacerlo. Sé que no voy a resolver su situación para nada. Sé que las cosas no van a cambiar por darle comida a alguien. Sé que ese alguien no va a tener un mejor futuro y sé también que mi conciencia no quedará más tranquila. Sin embargo, le encuentro más sentido a eso que a pasar una noche comiendo y brindando sin motivo aparente ni evidente. Y claro, no se trata de caer en la estupidez de dar y recibir, esas son mamadas (perdonen mi fino español, pero es que es la mejor forma de calificar una frase ahora carente de sentido: dar y recibir). No, la verdad es que si lo quiero hacer es porque supongo que en el fondo de los festejos navideños está el recordar algo que no aparece en la televisión ni los centros comerciales. Recordar que el mundo es una mierda, pero que de alguna manera puede ser cambiado. No olvidar que muchos (no sólo la figura central del cristianismo) han dejado todo en ese esfuerzo. Yo no tengo mucho que dar. Y la verdad estoy cada día más amargado, más desilusionado y desesperanzado y no me engaño creyendo que voy a vivir para ver un mundo distinto. Sin embargo, como una especie de placebo para no dejar que la esperanza muera del todo, quiero compartir algo de lo poco que tengo, al menos un día en el año. No sería la primera vez, pero nunca lo había pensado para navidad, así que esta vez será como para no olvidarme que ha habido, y quizás aun hay, gente buena, cosas por las que vale la pena luchar y, al menos en literatura, la posibilidad de un mundo mejor que este. Repito, no es dar y recibir, sino compartir, en el más amplio -y menos manoseado- sentido de la palabra.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Reloaded

La semana pasada escribí algo lleno de furia, lo publiqué aquí y después lo quité. Sé que algunas personas se preguntaron de qué demonios se trataba. Y la verdad aun no lo puedo decir. Son cosas que sentí. Después un amigo lo leyó y me di cuenta que había personas que podrían sentir que estaba tirando mierda por igual, quizás sin incluirme. Pero lo cierto es que siempre hablo de mi propia basura. Si critico algo o a alguien, no salgo con la mamada de decir que comienzo por mí, pero sí es seguro que en algún punto me dé a mí mismo unos buenos golpes. Porque no tiene sentido criticar si no soy capaz de ver lo que hay mal en mí.
Hoy no es un día mejor que ese de la semana pasada. Pero al menos es mejor que ayer. Y creo que me hallo un poco tranquilo. A veces la tranquilidad se me confunde con ese sentimiento de paz que te da la desilusión, el saber que nada es posible y por lo tanto es mejor ya ni siquiera estar triste ante los imponderables de la vida. Hoy no sé si es tranquilidad o desilusión, pero me siento calmado. Además escucho mi canción favorita de Belle & Sebastian (luego la poingo acá). Por eso me atrevo republicar mis mentadas de madre. Cabe aclarar que no me refiero a cada persona que conozco, pero también que mucho de lo que digo, sigue estando ahí:

Yo no sé si es que la vida es una puta perra o que yo soy demasiado pendejo. Me he declarado, de forma abierta, un incompetente para la vida. No tanto incompetente como poco funcional. Mucho más para la vida que se puede tener en un mundo como éste, pero sobretodo en un país como éste. Se me ocurre dedicarme a las humanidades en un país donde no importan y además sigue existiendo el amiguismo y el compadrazgo, a cualquier nivel, incluyendo el cultural. Y me pregunto si será así en todas partes. La parte ilusa de mí piensa que no. La parte realista, la que no dejo funcionar, esa que sería completamente adaptable a la vida, me dice que no sea pendejo.
Anoche pensé muchas cosas. En algún momento dije “la vida es una perra, punto; a algunos los bendice con suerte... a otros con fortuna... y a los más jodidos nos da un par de ojos bien abiertos para ver la mierda que es el mundo... eso sí... nos hace rete inteligentes, pero jodidos...”. Después recordé un cuento de José Emilio Pacheco intitulado La zarpa, cuya historia es sencilla, la de una mujer que siempre ha sentido envidia de su mejor amiga porque ella es fea y la otra bonita, porque su amiga tiene suerte y ella no. En ese cuento hay una de las frases más ciertas que he leído “Si alguien nace fea por fuera la gente se las arregla para que también se vaya haciendo horrible por dentro”. Y así sucede con todo. Uno puede ser una buena persona, pero la puta vida te puede volver envidioso y corroído por dentro. Y no sólo le pasa a los feos, sino a quienes merecerían tener una surte, acaso una vida distinta. Aún recuerdo el día que leí ese cuento, sentado afuera de la Prepa 6, con el sol en pleno blanqueando el papel que brillaba hacia mis ojos. Era mi último año y justo me debatía entre complacer a mis padres y pedir pase a la licenciatura en Derecho o seguir mi instinto y pedir Filosofía. Al final, como siempre, terminé cagándola, yendo dos años a la escuela de egos de SOGEM para luego caer en Filosofía y Letras en una licenciatura hermosa llena de gente pretenciosa. El libro donde leí La Zarpa ya no está en mi librero.
Me he vuelto más amargado cada día. Y, raramente, más calmado. Ahora sé que después de escribir algún libro y terminar de estudiar a los clásicos, esperando en el ínterin conseguir un trabajo que me permita ahorrar... ah! digámoslo como es: ahora sé que lo único que quiero es esto: pasear con mi perro, escribir, estudiar y conseguir un trabajo que me devuelva al aikido y después pague el viaje a Marruecos, donde habré de lanzar mi borrador de novela y mi vida al mediterráneo.
Pero eso no quita el amargamiento, sino que la calma es la última consecuencia del mismo. De saber que nada se puede. De reconocer una y otra vez que por más que quisiera dejar salir mi parte realista, siempre seré poco funcional para este mundo. Porque a final de cuentas de nada sirve que me queje. Puedo decir una y otra vez la mierda del mundo, la mierda que veo cada día en cualquier lugar, la apestosa y abundante mierda que incluso existe entre mi familia, en la gente que conozco, en los sitios que camino, en la universidad, en el país entero. Puedo quejarme mucho, pero a final de cuentas tampoco he hecho demasiado por cambiar mi vida. Yo mismo he decidido seguir rodeado de gente que me daña en muchos niveles, yo y sólo yo he querido seguir aquí y no moverme. Así que no vale la pena quejarme. Sé que es una realidad que algunos tienen una vida más iluminada, con mayor fortuna y mejor suerte. Y ante eso puedo quejarme, puedo sentir envidia o coraje, o simplemente puedo seguir como si nada, dejar que las cosas pasen. Finalmente, ya no me interesa ni siquiera la queja, no quiero que sirva para nada. Tampoco me interesa cambiar las cosas. Lo poco que he hecho por cambiar mi vida ha sido más bien en el plano de las ideas y no tanto en la realidad. Porque para ello necesitaría dejar salir a mi parte funcional, esa que sería necesaria para tener lo huevos de mandar al carajo a buena parte de mi familia, a varios de mis supuestos amigos y un chingo de la gente que me rodea, sin detenerme a pensar lo que ellos puedan sentir. Pero no soy así. Eso lo tengo claro. Así que sólo me queda el paso del tiempo y la esperanza del mediterráneo dentro de unos años...