martes, 17 de febrero de 2009

Desde otra realidad...

Hay momentos y momentos... y este es un mal momento. Solo o casi solo en la oficina, pensando "soy un maldito oficinista"... No salí a comer... prefiero salir a la luz una vez que no tenga que volver a entrar en esta sombra, al menos no hasta mañana. Voy a seguir, lo sé... hay muchas cosas que puedo aprender, hay otras que de verdad disfruto, y además es necesario...
Ahora más que nunca se impone no quitar el dedo del renglón de la literatura... de la de otros, y de lo que bien o mal pueda salir de mí...
Terminé de releer algo de Luis Sepúlveda y comencé una novela de Mauricio Electorat que promete. Ya hablaré al respecto.
Mientras seguiré en este otro mundo que a pesar de ser el que muchos consideran real, no es el mío... no es al que pertenezco, ese otro al que, como dije, impone adoptar como refugio por ser mi personal, pura, absoluta y divina realidad...

viernes, 13 de febrero de 2009

Entre urbano y Sigur Ros

La idea era salir temprano para avanzar en la investigación que hago, pero el ánimo que arrastraba desde la noche anterior, sumado al de los meses pasados, hoy no me dio para más, y en lugar de dirigirme a esos libros tomé rumbo al centro de la ciudad. Caminé dejándome atravesar por los recuerdos de muchas personas, pero a la vez con la mente en blanco. Pensé sin pensar en realidad, y estuve sin estar allí.
Busqué discos y libros, pero no recuerdo lo que hallé. Sólo un par de discos que ahora están acá. Una compra de mucho contraste, porque hice algo que no hacía desde hace 15 o más años y compré algo de un grupo desconocido de rock urbano; así que junto con Sigur Ros, 3 vallejo llegó a la estantería que existe a ras de suelo en mi cuarto. El grupo urbano no está siendo un gran descubrimiento, al menos no lo ha sido hasta la quinta de once canciones que contiene el disco que escucho mientras escribo; la onda romanticona en el urbano vale mientras no sea lo único, creo. Ya veremos qué ocurre, a final de cuentas –y espero no verme muy malinchista, pero-, en cosas de rock urbano uno sabe que siempre hallará consuelo en el conocimiento de que siempre podría ser peor.
En fin, seguí caminando y llegué a varias librerías donde la consigna era Jorge Aguilar Mora, sólo hallé uno.
Luego me dirigí hasta "La casa del pavo", con la firme intención de por fin comer, a las siete de la noche. Una torta de pavo y un refresco, pero antes: romper una de mis costumbres más arraigadas al dejar mis cosas en la mesa vacía mientras fui al baño. El pequeño cuarto de apenas un metro por un metro y sin ventanas estaba bañado en cloro puro. Luego de diez segundos mis ojos comenzaron a arder, incluso si los cerraba. No sé cuánto tiempo estuve, pero el ardor más un ligero mareo se apoderaron de la parte superior de mi cuerpo, aun cuando el cloro reposaba en el piso. Al salir, el ambiente tibio y vaporoso del lugar no mejoró las cosas. Para cuando iba a sentarme a la mesa, llegó la comida y de inmediato mi nariz se vio alertada por el vinagre de los chiles que dejó la mesera. Al cabo de unos minutos el efecto cloro pasó, y la comida se acabó.
Volví a tomar rumbo por las calles que he recorrido demasiadas veces, tantas que me he embebido de su pasado, sus fantasmas, sus nostalgias, al punto de no distinguir aquellos de los míos y, peor aún, al grado de no distinguirme de esos mismos fantasmas, como si fuera ya uno más de ellos de vez en cuando, de tarde en tarde, in situ o en lejanía.
No recuerdo cuánto tiempo caminé ni qué calles crucé. No recuerdo sino una especie de rostros inexpresivos como fabricados en serie, esos de la gente que viajaba en el camión.
Llegué a mi casa, mandé un correo que escribí ayer, llamé a Jorge, luego a Mariana y ahora escribo sin novedad, ni en lo escrito ni en la música.
Recuerdo sólo dos cosas más: la imagen de otro tiempo de la ciudad nocturna vista desde la torre latinoamericana, y el encuentro fortuito con un escritor que escuché hace unos meses en una conferencia, alguien de quien no he leído sino un cuento aunque preferiría conseguir una novela. No lo saludé, aunque lo pensé, pero minutos más tarde supuse que estaría en un evento en honor a Julio Cortázar. No entré. Ahora sólo queda el encuentro y los conflictos internos que de manera indirecta desató. Breves, cada vez más breves y sin importancia. ¿En verdad pretendo escribir? Lo curioso es que entre menos lo considero una posibilidad, más capaz me siento de alcanzarla. Veremos...

jueves, 12 de febrero de 2009

Fulano de nadie...

El plan de esta noche era simple: trabajar. El plan de mañana era sencillo y gozoso: leer y escribir; trepar algo al blog.
Hoy escribo en horas en las cuales el acceso a internet está descartado, al menos desde casa. Escribo en lugar de trabajar, de apurar las correcciones de un libro que adeudo desde hace semanas, o de mandar ese correo con dudas a un autor que algún día espero escuchar en un salón de clases, o encontrarme en los pasillos del sitio donde quiero laborar.
Escribo y la atmósfera se llena de la suave nostalgia que acompaña el soundtrack de esta noche.
Hace unos días escribí sobre la idea de desaparecer, borrarme de la mente de quienes me conocen. La entrada tuvo algunos comentarios, pero hay uno cuya respuesta he dejado pendiente, porque merece mucho más de tres líneas. Hoy no escribiré esa respuesta aún, sin embargo pienso que lo que pueda salir de mi mente irremediablemente va dirigido al mismo sitio, como si fuera un preámbulo o una explicación de algo que todavía ni siquiera pienso claramente, que sólo vive en mí como una nube sin forma.
Lo que va del año, así como los últimos días o semanas o meses del anterior no he dejado de sentir nostalgia. Los vistazos al pasado que la mayoría de las veces duran un segundo han sido más constantes de lo que eran en lo que podía llamar "mi vida normal". Pero hoy la nostalgia se ha vuelto cotidiana, mi día a día. Y no deja de parecerme curioso que eso suceda justo en esta etapa en la cual estoy construyendo muchas cosas que antes apenas imaginaba, en este momento de mi vida en el que me siento un poco más fuerte, en el que me abrazo más a la felicidad, así sea la de los pequeños milagros que no solemos ver.
Aun así basta una llamada, un correo, un recuerdo, una voz, una frase para remover las aguas calmadas y hacer pequeños remolinos de nostalgia, a veces hasta melancolía.
Para llegar a la respuesta que adeudo, debo seguir una línea cronológica que sea reflejo de mi vida en el aspecto sentimental. Hace ya un par de semanas escribí sobre Brenda y aseguré que no volvería a mencionar su nombre asociándolo al dolor. Eso y un par de conversaciones han parecido parte necesaria en la cauterización, o mejor dicho: olvido. Estoy en paz y este espacio ha terminado de ser mío.
Pero después de ella hubieron otras personas antes de llegar a la mujer con la que vivo mi presente. Un par de historias fugaces, con distintos grados de profundidad. Un requinto de jazz fugaz e improvisado, una imagen en el aire de un pintor apresurado, podría citar para describir a una y a otra. Como muchas otras veces me quedó la duda del hubiera y el sentimiento de las asignaturas pendientes cuyo cambio de estatus en el futuro depende por completo de mi presente.
A veces, al recordar esos extraños meses, los últimos cuatro de 2006 y los primeros de 2007, no puedo sino sonreír, aunque no he descifrado el motivo. (Por aquella época -que a pesar de ser tan cercana se me aparece lejana, muy lejana- comencé el largo camino de regreso a mí mismo, y hasta la fecha sólo he hallado una parte y el resto ha sido construcción nueva, mejor.) En fin, simplemente sonrío, y puede ser, como dije, cualquier cosa la que abra la caja de recuerdos, pero particularmente una canción que tiene nombre y apellido, como muchas otras que también lo tienen aunque no lo diga. Y me resulta peculiar mi comentario, porque sólo aquí he confesado estas cosas que por lo general no comparto. En fin, esa canción es Fulanos de nadie, de Los caballeros de la quema, porque bien dice: siempre se va, lo que nos cura se va, se queda un rato, nos mima, nos miente y después se va, después se va..
Arriba mencioné que me resulta curiosa mi temporada de nostalgia justo ahora, pero creo que estos viajes al pasado son sólo una forma de ver en perspectiva mi presente. Porque sé, por ejemplo, que parte de mi presente no estaría de no haber estado antes ese par de chicas que por una u otra razón no permanecieron. Porque después del hundimiento que viví me tendieron su mano para comenzar el viaje a mí mismo; me rescataron de algún sitio oscuro y húmedo, y sin más me dejaron en la orilla, sano y casi salvo, y se fueron. Su posible regreso o completa despedida son cosas inciertas, de ahí que la nostalgia la interprete como algo para sopesar el presente, y de ahí mi insistencia en que todo depende del mismo.
En fin, no me gusta poner canciones tan seguido, pero esta noche no puedo hacer nada más sino recordar los días aquellos y los inmediatos, como ayer y cada martes, ahora lunes. Mientras tanto, brindemos por lo que viene y se va.



domingo, 8 de febrero de 2009

Domingo a la madrugada

La vida es demasiado frágil. Lo veo en la madurez de mi perro y en los ligeros pero contundentes surcos que ahora acompañan a mis ojos como la huella inequívoca de los caminos que he mirado bajo mis pies.
A veces olvidamos que lo único que tenemos es el instante que pasa, los momentos que por cotidianos no apreciamos, y dejamos ir, se nos escapan, así, sssss, como un soplido, como, de hecho, cada vez que exhalamos el aire que nos permite seguir viviendo.
Furia, rabia, odio, enojo, tolerancia, infelicidad, amargura, rencor, resentimiento, todos sentimientos que viven en nosotros, que vivo mucho más de lo que quisiera. Calma, tranquilidad, amor, serenidad, aceptación, felicidad, dulzura, perdón, paz, sentimientos que también vivimos cotidianamente, aquellos que he tratado de cultivar con mayor frecuencia cada día. Muchas veces caigo, pero sigo terco en alcanzar mi meta.
Algunas últimas veces que he visto a ciertas personas, he estado enojado o doy por sentado que seguirán estando, y pienso que, aun teniendo fundamento, por mucha que fuera mi molestia o mi seguridad, hubiera sido mejor arrancarme de la nada una sonrisa, una palabra amable, un mínimo gesto de amor.
En fin, cosas que en cualquier lado te venden como el estilo de vida, la forma de pensar más barata que pueda haber. Y sin embargo, es algo en lo que creo a pie juntillas, no tanto como una cosa que suena bonito, para recordar hoy y olvidarlo mañana, sino como una forma de llevar las cosas, vamos, como una parte del ser humano que pretendo ser. Sé que ahí voy, a pesar de quien sea o lo que sea...
Han sido días demasiado pesados. Hoy estoy agotado. Pero me queda una sonrisa, una caricia y un gesto de amor más que mostrar.
Es tarde. Dormiré abrazado a mi perro.

sábado, 7 de febrero de 2009

Al lugar donde has sido feliz...

Desde hace unas semanas he traído entre paso y paso esta canción, sólo por instantes mañaneros o nocturnos.
Anoche, por accidente llegué a un lugar donde fui feliz y al cual no volveré en las mismas circunstancias de hace un par de años.
Hoy, con los hilos del espíritu enredados, volví a caer en esta canción. La primera vez que la escuché fue la primera vez que vi a Joaquín Sabina, en el zócalo de la ciudad de México, un día menos feliz que doloroso, como ayer y como hoy.
Entre el mar de voces y de letras diario, hoy sólo dos frases son coherentes y tienen verdad y contundencia: el blues es un estado mental, un manual para aprender a llorar, y al lugar donde has sido feliz es mejor que no trates nunca de regresar...





El blues de la soledad

Tuvo la culpa esa canción
que un taxista me silbó.
¿Sabe si existe aquel café?
Cómo iba a suponer
que estarías tocando allí,
en el mismo piano,
diez años después para mí.
Noches de rabia y juventud
empapadas en un blues.
No te dije que estabas más guapa
ni tu el socorrido
¡chaval que joven estás!
Y apuramos por fin la botella
que hace diez siglos dejamos
a la mitad.

¿Te quedarás a la actuación?,
aún me sé nuestra canción.

Dicen que el blues es un estado mental,
un manual para aprender a llorar,
la banda sonora del desamor,
un gato en celo oculto en un callejón.
En el mismo club
al calor del blues de la soledad...
la lluvia nos ha vuelto a juntar.

Pensar que un taxi me empujó
a sacarte del baúl.
En naftalina conservó
tus caderas el alcohol.
No me digas que se estrelló,
en el asiento de atrás de un volkswagen azul,
nuestro blues.
No preguntes más cosas
detén el olvido
entra a saco en la vida
como un vendaval.
Al lugar donde has sido feliz
es mejor que no trates nunca de regresar.

Una canción es goma-2
conectada al corazón.

Dicen que el blues es un estado mental,
un manual para aprender a llorar,
la banda sonora del desamor,
un gato en celo oculto en un callejón.
En el mismo club
al calor del blues de la soledad...

Dicen que el blues es un estado mental,
un manual para aprender a llorar,
la banda sonora del desamor,
un gato en celo oculto en un callejón.
En el mismo club
al calor del blues de la soledad...

Una canción es goma-2
conectada al corazón.

jueves, 5 de febrero de 2009

Tokio blues

Antes de comenzar es necesario aclarar algo. Considero que tengo varios defectos de formación. El principal es que no puedo hablar de ningún libro sin mencionar lo que de él me ha movido, agradado o incordiado. No puedo hacer un comentario objetivo, ya no digamos una crítica (supongo), en tanto que tampoco me interesa hacerlo (afirmo).
Hace unos días le dije a Miguel Ángel que mi clasificación de libros se reduciría a tres escalas: malos libros, buenos libros, y libros que son una maravilla. Los primeros, quizá los que son mayoría, son libros que ni siquiera he terminado (¿para qué perder tiempo?), y de los cuales no hablo aquí -lo que puede explicar las pocas lecturas registradas en este espacio, porque tampoco juzgo un libro por sus primeras dos hojas, les doy una oportunidad a veces por demás generosa. Hay muchos libros malos entre las lecturas de libros buenos, y mucho más entre los libros que son una maravilla. Tokio blues pertenece a esta última categoría.
Una historia básica sobre la experiencia sentimental (como otros libros aquí referidos), el libro narra la historia de Toru Watanabe, un joven que vive en Tokio, asiste sin demasiado interés a la universidad, lee mucho (que no significa que lea muchos libros), bebe whisky y vive en la nada, entre la vida y la muerte, entre la imposibilidad y el amor por Naoko... y después la certeza de Midori.
El libro lleva por subtítulo Norwegian Wood, que ya da de que pensar a los melómanos beatlemaniacos, y a los que no son pero saben, también. En lo personal, aunque la conocía, esa canción no ha sido -ni es ahora- una de mis favoritas, pero sin duda hoy tiene un significado distinto. El libro además ofrece referencias musicales y literarias, propias de un tiempo y un espacio específicos -Tokio a finales de los sesentas-, y que de alguna manera han permanecido hasta hoy y pueden proyectarse en otros lugares.
No me parece atrevido afirmar que desde el inicio supe de qué iba la novela. Es obvio y uno sabe lo que va a pasar, pero te provoca seguir leyendo. Toru Watanabe es golpeado por los recuerdos al escuchar, en el aeropuerto de Amsterdam, Norwegian Wood. Piensa en Naoko, pero asegura que no puede recordarla, que le cuesta, a pesar de su promesa de no olvidarla nunca. Describe cómo fue que ocurrió, cómo de evocarla en fracciones de segundo, el tiempo fue alargándose hasta que ya no le fue posible precisar su imagen. Y curiosa o paradójicamente, en la novela asistimos a un asimiento de recuerdos, a la reconstrucción detallada que a final de cuentas modela la figura de Naoko y del mismo Toru 18 años antes.
Es una novela de aventuras y desventuras, de mucho solitario amor, de madurez e inmadurez, del desasosiego, la incomprensión del mundo. Llegando a este punto, comprendo que para quien haya leído algo más en este blog está de más explicar por qué me ha gustado esta novela. Y es que la angustia igual vive a los 20 que a los 28 años, o asalta en un aeropuerto a los 37, porque quizás por mucho que vivamos, por mucho que sepamos, por mucho de eso que algunos llaman madurez, nunca dejamos de estar en la nada, sólo en un espacio, sin saber en dónde es.
Lo que escribo, pues, se une a las muchas recomendaciones y mejores comentarios, reseñas y críticas que sobre el libro se han escrito. Léanla, vale demasiado la pena. Además hay que acotar que, aunque no he leo japonés, supongo una buena traducción, o al menos un esfuerzo por lograr una redacción excelente, que sale del común denominador de esas traducciones que muestran un estilo igual sin importar el autor.
Haruki Murakami, Tokio blues. Norwegian Wood, Tusquets, 483 págs.


"El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso."

Toru Watanabe