viernes, 18 de mayo de 2012

Hace un par de días vi una película que, como muchas, trataba de las relaciones interpersonales y las posibles crisis de edad en las personas. Fuera de las cosas criticables a este género (lugares comunes, propuestas insulzas de interpretaciones o teorías psicológicas y un largo etcétera) y de defender la precisión que suelen tener los escritores en Hollywood, hubo una parte que me pareció brillante y, a mi gusto, un personaje secundario que aparece tan solo en tres o cuatro escenas se llevó la película.

El personaje es un hombre de más o menos 60 años, y el momento es cuando confiesa nunca haber sido infiel durante su matrimonio. Sus motivos no parten de una cuestión moral o religiosa, sino de un sencillo código de ética. Este personaje argumenta que nuestros sentimientos por otras personas en realidad no tienen importancia para dichas personas, lo que cuenta más bien son nuestras acciones hacia ellas; uno siempre sabrá cuando hay algún engaño. Sencillo, directo y verdadero, así me parece.

Quizá por una cuestión muy personal pienso que este personaje se llevó la película. Y es que desde hace algunos años he confirmado que más allá de las palabras y las intenciones lo que quedan son los hechos, esos que sí se palpan, que nos tocan para provocar sonrisas o llanto. Actos, sin más. Ya dejemos de lado la coherencia que debería haber entre lo dicho y lo hecho, al final lo segundo es lo único que tiene peso en nuestro trato con los demás (amigos, familia, pareja, desconocidos). De igual forma, desde hace años no solamente confirmo esto sino que he tratado de tomarlo en cuenta para mi propia vida. No es sencillo y la línea que me separa de equivocarme o no es muy delgada. Sin embargo, también creo con firmeza que la mejor consecuencia de los errores no es tratar de enmendarlos sino dejar de cometerlos.

jueves, 17 de mayo de 2012

De comentarios y de Fuentes

Ante la noticia del fallecimiento de Carlos Fuentes volví a encontrarme con un buen número de comentarios bastante mamones, casi todos enfocados en distinguir entre los lectores y los no lectores que posiblemente ahora se interesarán en conocer su obra. La cosa se hace más extensa cuando, como en mi caso, uno no deja de estar atento a las palabras de algunas de las personas que integran el fundillo mundillo literario. Debería haber entendido, desde hace mucho, pero soy estupidamente terco un poco necio, y aunque posiblemente estoy más actualizado de lo que ocurre en otros países no dejo enterarme, a veces muy a destiempo, de lo que pasa en este sitio. Comentarios del tipo: "ahora todos van a buscar sus obras", "hay gente buscando en wikipedia para citar libros que nunca han (sic) leído", "¡cómo que no lo has leído?" y un sin fin de variantes (estas personas tampoco son tan creativas) fueron, en síntesis, los que pude leer, sobre todo en redes sociales.

Me sorprende que el tiempo pasa y los comentarios cuando muere un escritor siguen siendo los mismos por parte de aquellas personas que se han interesado en la literatura y al menos en apariencia la ejercen. Me pregunto si en otros países ocurrirá lo mismo, si en Italia o Portugal, por ejemplo, hace un par de meses, la gente del medio literario soltó juicios similares cuando falleció Antonio Tabucchi. Puedo decir que varios de los que hace dos días desplegaron su mamonería en marzo no dijeron nada. Probablemente no conocieron la obra de Tabucchi ni la conocerán en un tiempo, y eso también es válido.

Voy a decir verdades de perogrullo, pero es necesario. Creo que hay gente que se interesa en la literatura y gente que no. A quienes están en el segundo tipo todo lo que he escrito en esta entrada les es ajeno y es el momento de rebotar la página. A quienes se encuentran en el primer tipo puede tampoco importarles lo que estoy comentando y no importa demasiado. Dentro de este primer tipo, personas que tienen algún interés literario, hay quienes son lectores de Fuentes, quienes no conocen las obras de Fuentes y quienes han leído algunas obras de Fuentes. Yo me ubico en el último grupo, pero podría estar ubicado en cualquiera de los otros dos, y no por eso soy mejor ni peor lector, ni tengo más o menos interés en la literatura, ni poseo mayores y mejores o menores y peores cualidades para escribir, leer e, incluso, comentar una obra.

Cierto que ahora que ha muerto Carlos Fuentes será leído por personas que nunca antes se interesaron en leer sus escritos. Muy cierto, pero también muy válido, ¡y qué bueno! Que qué mal que apenas se interesan, sí, muy malo, pero así son las cosas: la vida apesta y en general es una mierda, y si se trata de arte aunque haya habido reconocimientos en vida, la muerte siempre genera un nuevo interés y probablemente no es sino hasta pasados más años que se aquilata bien el valor del trabajo de un artista. Ejemplos hay muchos, Pessoa, a propósito de Tabucchi.

Es posible que aquellas personas que comentaron acerca de Fuentes y el probable interés masivo en su obra también lo hayan hecho un poco en broma, pero aun entre bromas queda ese tufillo de superioridad que desde hace mucho no ha dejado de parecerme más bien un acuse de complejos e inseguridades otras cosas. Sería mejor que esa gente que critica a quienes ahora se interesarán por leer algo de Fuentes dedicaran sus esfuerzos en promover a los escritores que consideren imprescindibles, vivos o muertos, no sólo entre un pequeño grupo de gente interesada y sino entre quienes no tienen mucho interés o simplemente no han tenido la oportunidad de conocerlos; no sólo mediante una charla entre cervezas en un café o un comentario simplón una reseña erudita, sino incluso prestando los libros (que no es cosa de tontos). Me viene a la mente una crítica de un libro de Pérez-Reverte (de quien estoy muy atento estos días: clic aquí) que decía: "No deje de leer este libro. Puedo prestarle mi copia si es necesario", o mi amigo Iván, quien no dudó en deshacerse de su ejemplar de la novela de mi amigo Miguel Ángel con tal de que un conocido suyo pudiera leerla.

Ayer visité una librería y ya había una mesa especial con libros de Carlos Fuentes y el librero de literatura hispanoamericana acusaba una buena venta de Aura. Y qué si la gente se interesa apenas, y qué si usan los medios de la red para informarse. No me parece tan mal, para peores cosas en "literatura" se usa la red, y más vale tarde, ¿no?

También debo decir que entre los comentarios que leí hubo varios que me agradaron, algunos, sorprendentemente, de personas que he considerado muy mamonas en ocasiones anteriores: uno de ellos simplemente aludía al silencio (¡qué acertado comentario!) y el otro ponía de relieve que Fuentes nunca dejó de escribir, más allá de si esto se tradujo en obras buenas, medianas o de plano malas (¡vaya honestidad!). Por mi parte seguramente continuaré con muchas ausencias de lecturas, de libros que me han prestado (mis amigos, pocos, sí prestan los libros) y de obras de Carlos Fuentes. De él me quedan libros que sí he leído y un agradable recuerdo del homenaje que recibió hace algunos años en el Auditorio Nacional, un acto que debió ser más abierto al público (yo conseguí invitación por buena fortuna y buenos amigos), en el que estuve apenas a unos metros, en segunda fila y con buena compañía, feliz, emocionado, escuchándolo hablar acerca de la escritura.

miércoles, 9 de mayo de 2012

De bate e inspiración

La noche del domingo pasado sintonicé el debate de los candidatos a la presidencia de México. Me resultaba muy divertido mirar el show, pero decidí ver algo más y puse Moneyball en el DVD. La película está basada en personas y hechos reales, y da cuenta de la labor de Billy Beane como gerente general de los Atléticos de Oakland, específicamente durante la temporada 2002, en la que alcanzaron un récord de 20 victorias consecutivas (algo nada sencillo en la MLB).

Podrá haber quien cuestione mi preferencia de ver una película estadounidense en lugar del debate entre los supuestos candidatos a gobernar el país en donde vivo. Será que la democracia mexicana no me la creo o que desde hace más de seis años he creído saber quién ha sido elegido como próximo presidente, pero sí, prefiero ver una película y en este caso la elección no pudo ser mejor para contrastar con la falsedad de la política en México.

Mientras en el debate los candidatos me provocaron risa de lástima, en la película hallé inspiración. Soy aficionado a casi todos los deportes y el béisbol es de mis predilectos. Además, los Atléticos de Oakland, aunque no son mi equipo (¡Vivan los Twins!), siempre han tenido un lugar especial en mi memoria pues no fueron pocos los partidos que durante mi infancia disfruté con emoción al ver a José Canseco tomar el bat.

Por otra parte, también soy aficionado al cine y no suelo discriminar por prejuicios respecto de temáticas o países de origen. Considero que si hay algo que saben hacer en Estados Unidos es escribir, y entre esos textos las estructuras de las películas suelen ser impecables. De ahí que Moneyball ganará mi interés.

Ya mencioné la anécdota principal. Queda agregar que la película toca el tema de sabermetrics, que explicado sin mayor pulimento es una forma de análisis del béisbol basado sobre todo en un número muy elevado de estadísticas. El tema resultaba necesario y me parece que la película acierta en mostrar algunas de las reacciones y controversias que desde hace muchos años han surgido alrededor de este método de análisis, pues, como en todo, hay quienes están a favor y quienes están en contra.

Finalmente, destaco el personaje de Billy Beane, interpretado por Brad Pitt, pues me parece un buen ejemplo de lo que es tener congruencia en la vida y eso siempre inspira y alegra al ver una película y al desprender las hojas del calendario. La razón de este argumento se halla en casi toda la película, pero se hace evidente en los últimos cinco o diez minutos. No diré más, espero que alguien se anime a verla y ya me dirá si coincide con lo que digo o no.

Hoy se sigue hablando del debate, no tanto de lo que dijeron los candidatos (¿por qué casi nunca se presta atención a lo que se calla?) sino de la chica que apareció unos cuantos segundos para robarse el show a fuerza de mostrar un poco la carne. Esa es la democracia de acá. Pero no puedo opinar demasiado de algo que no terminé de ver.

Por mi parte sigo pensando en Moneyball, en lo mucho que me gustan el cine y los deportes, en que quizá mirar esa película es lo que me ha hecho llegar en safe hasta este día, luego de un desastroso fin de semana y de la misma basura laboral de todas las semanas. Inspiración, reitero, algo que jamás hubiera encontrado en lo que miraba antes de encender el DVD.

lunes, 7 de mayo de 2012

En octubre del año pasado escribí aquí una entrada acerca retomar mi vieja idea sobre lo que quisiera hacer en mi vida: escribir. Apenas unas horas después nuevamente mi debilidad emocional lo echó por la borda y desde entonces suspendí la lectura de Daytripper, la novela gráfica que más emoción me causó el año pasado. Suspendí otras lecturas y he seguido haciéndolo. Lo que vino en los dos meses restantes del año fue alimentar mi necio optimismo. Hoy ya estoy en el quinto mes del año y a pesar de las intenciones no había resuelto escribir nada aquí. Sin embargo, los eventos se suceden y los ciclos se abren y cierran en esa eterna espiral que es la vida. Sigo seguro e inseguro, nunca satisfecho, siempre dudando. Un puñado de palabras me arde en la garganta, pero habrán de hallar su salida por los dedos. Hoy como muchas veces me siento fuera de mí. He acumuludo en mi cabeza los rostros evocados de todas aquellas personas que me han hecho algún daño con saña o por descuido, grande o pequeño, pero que de cualquier manera ha trascendido de alguna forma en mí. Creo que cada vez confío menos en mis habilidades y veo más lejana la vida que en mi imaginación se prefigura tranquila o al menos sin dolor. Y entonces vuelven esos rostros burlones a reiterarme que yo no estoy del lado de los ganadores, como ellos. Y las opciones son alimentar el rencor y proyectar alguna estúpida idea de venganza, casi siempre en un plato demasiado frío y que cada día encuentro más carente de sentido. Sin embargo, hoy asomó una especie de variante. Hace unos días, en una película o en cualquier lugar (no recuerdo el dato con certeza) escuché o leí que la mejor venganza contra cualquier persona es tener una buena vida. Hoy lo rememoré y quedé nuevamente en total acuerdo. Además pensé que vivir bien es en realidad la única revancha que la existencia deja a nuestro alcance; mientras no lo hagamos, los demás nos seguirán ganando.