sábado, 27 de febrero de 2010

La edad del cielo

Una canción que sigue con mi ánimo de estos días. No sé bien cómo explicarlo, pero a veces recordar la finitud de la vida dentro de la infinidad del tiempo me hace sentir tranquilo. No es que me llene de sinsentido, aclaro pues sé que pocas personas comprenden que mis estados depresivos son necesarios para mi felicidad. No sé bien cómo explicarlo, y aunque he buscado formas no he hallado la adecuada, aquella con la que se logre comprender lo que quiero explicar. Por lo pronto insisto: pensar en la finitud de la vida no me hace llenarme de sinsentido, sino que aprecio lo que he vivido, lo que recuerdo, como una especie de trampa de la vida al tiempo, porque a final de cuentas creo firmemente que todo sigue siendo en la memoria y en algún lugar del tiempo donde permanece puro, inmutable y eterno.
Un amigo en particular ha sido depositario de estas reflexiones y de esta falta de capacidad para explicarme. Sé que se preocupa por mí y lo agradezco. Es un gran amigo. Hace poco compartí con él esta canción procurando darme a entender, aunque creo que no lo logré del todo. Hoy quiero compartirla en este espacio.
Nota: mientras escribía esto y escuchaba la canción, en casa se desató una pelea como hacía tiempo no sucedía. Antes junto con el hogar me derrumbaba yo, y aún ocurre, pero hoy tuve la protección de esta melodía que a veces repito como mantra y que ha sido esencial en lo que va de este año.

La edad del cielo, de Jorge Drexler

No somos mas
que una gota de luz,
una estrella fugaz,
una chispa tan solo en la edad del cielo.
No somos lo que quisiéramos ser,
solo un breve latir
en un silencio antiguo con la edad del cielo.

Calma, todo esta en calma,
deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure,
deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo.

No somos mas
que un puñado de mar,
una broma de Dios,
un capricho del sol
del jardín del cielo.
No damos pie entre tanto tic tac,
entre tanto big bang,
solo un grano de sal
en el mar del cielo.

Calma, todo esta en calma,
deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure,
deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo.

Calma, todo esta en calma,
deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure,
deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo.

Calma, todo esta en calma,
deja que el beso dure,
deja que el tiempo cure,
deja que el alma
tenga la misma edad
que la edad del cielo...

...

Ahora que un sismo muy fuerte ha colapsado diversas zonas de Chile, creo que nadie podrá negar las enormes desigualdades que existen, ya no digamos en el mundo, sino en una misma región o subcontinente. Mientras que con el sismo en Haití asistimos a la destrucción de una sociedad y a la ayuda rapiña de los centros de poder (razón por la cual no escribí al respecto, me generaba demasiada tristeza y enojo ver eso en un país fundacional para la libertad de este continente), el sismo en Chile, creo, será una prueba más que superará una sociedad que en lo personal me parece admirable, si bien contradictoria. Durante mis años de estudiante tomé un cariño particular hacia Chile, que hasta la fecha conservo. Principalmente he admirado a Salvador Allende, y creo que no es poco lo que puedo agregar a esta afirmación, pero no es el momento. Me emocioné leyendo acerca de Francisco Bilbao y Santiago Arcos, conociendo el ideario y la vida de Luis Emilio Recabarren. Aún siento una mezcla de tristeza y furia al escuchar las palabras "Moneda" e "Iquique". Sí, la tendencia de lo que he estudiado es clara. Por otra parte, su literatura me parece fundamental, al menos en mi formación, donde son esenciales los apellidos de Neruda, Parra, Lihn, y más para acá Bolaño, Electorat y Zambra, por mencionar algunos. En fin, para no extenderme más resumo que es un lugar donde algún día he de estar. Mientras tanto, hoy me uno a la tristeza de los chilenos (yo también vi mi ciudad destruida hace ya varios años), y desde este espacio, en lo que sirva, envío un saludo fraternal y los mejores deseos. Sé que saldrán adelante, han sobrevivido antes a diversas catástrofes, aunque más bien del tipo social.

viernes, 26 de febrero de 2010

Un video de Kings of convenience

Para seguir con un buen estado de ánimo, con calma...

Conocer mejor para escribirlo bien

Siempre que leo a Hemingway (he leído poco, muchas veces) vuelve a mí cierta calma causada por una suerte de entendimiento con el mundo. Saber que las cosas simplemente son, que así fueron y así serán. Por alguna razón leer a Hemingway me hace ver lo transitorio de la vida, y de ahí recordar lo necesario que resulta vivirla, disfrutarla. Cuando leo a ese gran escritor camino casi imperturbable. Hoy, por ejemplo, parecía caerse el mundo laboral, y sin embargo sólo me quedó aceptar las dos horas extras sin pago, hacer caso omiso de cualquier cosa que lastimara mis oídos, reclinarme sobre la silla y continuar. La literatura de Hemingway me parece vital y sencilla. La disfruto como pocas cosas. Por la mañana un párrafo me hizo sentir pánico de mí mismo:

Ahora ya nunca podría escribir las cosas que había guardado hasta conocer mejor para escribirlas bien. Bien, ya tampoco fracasaría en su intento por escribirlas. Quizá nunca se puedan escribir, es por eso que se hacen a un lado y se aplaza el inicio. Ahora ya nunca lo sabría.

Aunado al recuerdo de que ayer caminé por la que fue mi universidad y pensé que me debo ciertas cosas ahí, que no sé con exactitud cuándo concluya, pero que cada vez percibo más necesario, y después del miedo por hallarme al final de todo como el personaje de Hemingway, llegó nuevamente la calma. Los procesos que he seguido continúan en algo que me parece un buen rumbo. Y ahora, al menos más que antes, tengo algunas certezas, siento alguna seguridad. Creo que algún día sabré si lo guardado ha encontrado vía de expresión en papel, si ha valido la pena esperar hasta conocer mejor para escribirlo bien.
Una cosa más sobre la literatura de Hemingway. Reitero, porque me parece un rasgo fundamental y admirable: es una escritura que vive. No narra cosas, las hace vida en el papel, y aunque no entiendo cómo lo logra, o quizá por esa falta de entendimiento, me parece una maravilla. Pocos escritores hacen vivir a sus personajes y consiguen contar por omisión como lo hace Hemingway. Y es que a veces no dice nada explícito, pero es completamente comprensible. Hemingway hace que los pulmones trabajen. Es un maestro, y aunque me suene raro por tratarse de él, también podría decir que es una luz. Sí, murió hace mucho tiempo y escribo en presente porque no es cierto.

martes, 23 de febrero de 2010

Lectura atravesada

Hace poco publiqué aquí algo que me sonó ya escuchado. Hoy por la mañana recordé los versos "una hoja cae; algo pasa volando", "y el alma del oyente quede temblando". No puedo si no aceptar que a veces se nos cruzan las lecturas y nos regalan un espejismo de originalidad. Cabe aclarar que bajo ninguna circunstancia fue la intención, simplemente me salió algo similar, aunque en el fondo la idea sea distinta. Ya quisiera, en ciertas cosas, parecerme a Vicente Huidobro. Dejo su Arte poética completa, donde por cierto hay una de mis citas consentidas al hablar de literatura ("El adjetivo, cuando no da vida, mata"):

Que el verso sea como una llave
Que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
Cuanto miren los ojos creado sea,
Y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
Como recuerdo, en los museos;
Mas no por eso tenemos menos fuerza:
El vigor verdadero
Reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!,
Hacedla florecer en el poema;

Sólo para nosotros
Viven todas las cosas bajo el Sol.

El Poeta es un pequeño Dios.

lunes, 22 de febrero de 2010

Se buscan personas rotas para armar rompecabezas de belleza inexplicable.

domingo, 21 de febrero de 2010

.......

Hoy no fue un buen día, y al final de todo siempre está la música. Encontré un video con la versión de estudio, que además me evita la transcripción de la letra. No tengo fuerzas. La canción es en particular para Mariana, aunque de antemano sepa que no le va a gustar.

"Antes de comenzar a escribir esto el aire que salió de mis pulmones rebotó en mis manos, que cubrían parte de mi rostro, y empañó por unos segundos los lentes de las gafas. Pude ver cómo mi visión encontraba un obstáculo, y cómo éste desaparecía lentamente. Fueron unos segundos, pero pude verlo con toda claridad, como si el tiempo se congelara."
Este párrafo lo escribí hace un par de días, un jueves extraño en que no pude seguir escribiendo, en el que estuve aquí pero sin estarlo, en el que pude sentir nuevamente la fragilidad de la vida, y en el que pensé mucho al respecto.
El jueves amaneció lloviendo. Como de costumbre me dirigí al trabajo por la mañana. A quince minutos de llegar, conduciendo el auto sobre avenida Insurgentes, casi a la altura de Neurología, un auto estaba detenido. Yo iba en ese carril, pude verlo muchos metros antes, pero no podía cambiar inmediatamente de carril ya que una camioneta ocupaba el de alta velocidad a menos de 60 km por hora. Frené, no hubo otra opción. En principio el rechinido de las llantas me pareció normal, sin embargo, no sé cómo, el auto comenzó a virar hacia la izquierda. El viraje fue acompañado de un deslizamiento. No recuerdo todo en conjunto. Cuando evoco el momento suelen aparecer pedazos del hecho, pero nunca puedo juntarlos todos y terminar de armar la pieza. Apenas hoy recordé el rechinar de llantas. El auto quedó practicamente en sentido contrario. Por fortuna quienes iban detrás de mí alcanzaron a frenar (iban lo suficientemente lejos para no chocar). Respiré, miré el bocho rojo frente a mí, vi llegar un auto en el otro carril y al metrobús, volví a respirar, constaté que el auto seguía encendido y apliqué primera velocidad, freno, reversa, primera y seguí mi camino. Una vez en el estacionamiento de la UIC quité el CD que venía escuchando, pero no encontraba la caja. Cuando la hallé en la puerta del copiloto y extendí la mano para alcanzarla, pude ver que temblaba. El resto del día vinieron algunos bajones similiares, algunos momentos en que el nerviosismo que no me alcanzó en la mañana llegaba por fin a su destino.
Siempre he pensado que los jueves son mis días de buena suerte. El jueves pasado tuve ese pequeño percance, y además una máquina expendedora atoró lo que quise comprar, no una, sino dos veces. Aun así, continúo con mi creencia de que los jueves son mis días de buena suerte. Fue buena suerte que el auto girara hacia el lado izquierdo y no hacia el derecho, donde hubiera invadido el carril del metrobús que segundos después de que el giro se detuvo, pude ver que pasaba frente a mí a una velocidad considerablemente alta. Fue una fortuna quedar a 20 metros del imbécil que estaba estacionado en la avenida; que nadie chocara conmigo; que no terminé sobre la banqueta. Quedé abarcando los dos carriles de Insurgentes y en sentido contrario, y aun así no pasó nada más allá de un susto que fue saliendo a cuentagotas durante el resto de la jornada.
Mientras giraba en el auto no sentí miedo, de hecho creo que lo único que sentí fue vulnerabilidad. Estar atrapado en un vehículo del cual no tenía control me hizo sentir simplemente vulnerable, de una forma dura, brutal. Además de eso, mi pensamiento corrió a una velocidad un tanto mayor a la que acostumbra. Ahora no recuerdo mucho, pero sé que en el momento evoqué dos o tres momentos de felicidad que permanecían guardados en la memoria (y me temo que han vuelto a refugiarse); y pensé en Mariana.
Minutos antes había escuchado mi canción favorita: Telegraph road. Y también minutos antes había reflexionado sobre lo enfermo que he estado lo que va del año. Creo en las señales, y creo que ya son muchas las que han llegado en estas semanas y giran alrededor de la vulnerabilidad de la vida, de mi vida en particular, y creo que debo hacerles caso.
Cuanto más trato de recordar algo más se aleja de mi mente, como esos recuerdos que sé que llegaron mientras mi respiración se detuvo y el auto giró. Trataré de recuperarlos de la memoria, porque no pueden aguardar a un momento crítico para aparecer. No los forzaré, sin han de venir será porque quieren, pero tampoco lo dejaré a la desidia. He de recuperarme de algún modo. He de seguir contándome, aunque en principio sea como he venido haciendo, fragmentado.
Son demasiadas señales, demasiadas: debo cuidarme y esforzarme aún más por ser feliz, sea cual sea la forma que ésta posea. Quien quiera seguir acompañándome en este viaje será bienvenido, sin más.

jueves, 11 de febrero de 2010

Sueño sobreviviente 1

No importa que sea un solo año cuando esté a punto de morir, he de habitar en esta ciudad algún día.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Una nota sobre Guillermo Saccomanno

Mentiré. Diré que conocí el nombre de Guillermo Saccomanno de manera fortuita.
Seré sincero. Diré que he leído una sola novela de Guillermo Saccomanno: El amor argentino, antes conocida como Roberto y Eva, y que con eso me ha bastado para querer leer más.
Me lamentaré. Durante la estancia de mi amiga Dany en Argentina le encargué un sin fin de cosas, pero sobre todo, con énfasis, algo de Guillermo Saccomanno, que desgraciadamente no pudo localizar.
Me arriesgaré. Opinaré que Guillermo Saccomanno es casi inédito en México, ya no digamos entre el gran público, sino incluso entre quienes son conocedores de la literatura latinoamericana; no pasa de ser una nombre de referencia, un autor no leído.
Me alegraré. Estaré atento del momento en que las librerías comiencen a circular la novela El oficinista, de Guillermo Saccomanno, ganadora del Premio Seix Barral, y espero que con eso se atrevan a circular más de la obra de este escritor argentino.
Seré terco. No me importan las deudas ni los asuntos de salud; la pequeña cirugía puede esperar. En cuanto lo vea, parte de mi dinero, cueste lo que cueste, se irá en obtener ese libro.
Reseñaré. En la página de la revista Ñ aparece una nota, donde además transcriben fragmentos de la novela, de entre los cuales me quedo con los siguientes:

Le gusta pensar que él, a pesar de su carácter manso, puede ser, dada la circunstancia, feroz. (...)

Nadie es lo que parece, piensa. Simplemente se le debe presentar la oportunidad para que revele de qué es capaz. Este razonamiento le sirve para aguantar al jefe, a los compañeros y a su propia familia. Ni en la oficina ni en su hogar saben quién es él. (...) Un día de estos van a ver. El día menos pensado. 

Fragmentado

Ayer fui asesinado pero dos o tres partes luchan por resucitar. Es una batalla difícil, ya hubo sueños viejos que perecieron. El presente sigue siendo presente y futuro.
Algo cae. Una copa se rompe.
Sólo aire artificial toca mi cara.

martes, 9 de febrero de 2010

Tarot: Sota de Oros

La Sota de Oros representa a un mensajero de nuevas oportunidades que promete mejoría, seguridad, confianza o la posibilidad de hacer realidad tus sueños. Cuando esas oportunidades se presentan solas, deben tomarse. Ellas podrían implicar un aumento significativo del estatus social. Esta carta puede referirse a cuestiones financieras, nuevas e importantes amistades, estudios, alguna beca o una fascinación por el trabajo. La Sota indica que todo se mueve de una manera práctica. Es feliz y optimista, además de pensativa y seria, que aunque puedan verse como características opuestas son las dos caras de una misma moneda. Puede representar situaciones, pero también la presencia de una persona con estos rasgos, que será apropiada para prestar mucha ayuda.

lunes, 8 de febrero de 2010

Esta canción fue escrita hace más de 25 años... Aunque lleva un nombre femenino la esencia de la canción se puede aplicar a la mayoría de los seres humanos sin distinciones de sexo, pero sí de nivel social. El mundo es terrible, pero paradójicamente este tipo de canción me da cierto ánimo. Quizá es el encuentro, las cosas en común entre dos, al menos en la forma de observar algunas cosas, lo que hace sentir que la soledad no es tan brutal.
Estoy seguro que en los próximos 25 aún seguirán habiendo muchas Susanas de la mañana... de sueños viejos, días aburridos, mirada hacia ningún lugar...



Susana de la mañana, de Rodrigo González

Con tus manos sobre la máquina de escribir
contestando las llamadas día tras día sin sentir
tus ojos vuelan siempre con rumbo del reloj
la novela semanal, el último hit musical

La pintura de labios, el rimel, la moda, el peinado
sábado en la noche a la discoteque
y revistas y televisiones que te dan la imagen
de lo que tu debes pensar o sentir

Susana de la mañana y los escritos hasta en la tarde

El día se pasa entre fábulas y cuentos viejos
y fastidios que no saben esconderse o irse lejos
pero no importa ya que el amor llegara
y ese principe encantado algún día te salvará

Pero te vas por la calle y al llegar la noche ya nada sabes más de ti
en ese continuo lo mismo que siempre te espera
antes de dormir y empezar otra vez

Susana de la mañana y los escritos hasta en la tarde
de checar bien la tarjeta y así los jefes no te regañen
Susana de sueños viejos, días aburridos, mirada hacia ningún lugar


viernes, 5 de febrero de 2010

...

1
A medida que avanza el tiempo se hace evidente la sabiduría en algunas cosas que decían mis padres y soy capaz de ver la estupidez adolescente que me la mantenía velada. También con el tiempo se me presentan algunas creencias que mis ideas trataban de mantener a raya, por decir lo menos.

2
Durante la preparatoria conocí a Paco y a Adrián. Fuimos, por un breve tiempo, un grupo de tres amigos. Adrián fue el más sociable y mudaba de un grupo de amigos a otro. Yo siempre me envolví en relaciones tormentosas y duraderas, y la mayor parte de mi tiempo lo pasaba entre los sueños y quien entonces era mi novia. Paco también flotó por algunos grupos de amigos, en menor medida que Adrián, y también, años más tarde, se dedicó con devoción a una relación que caminaba hacia el fracaso. Sí, los años pasaron, cada vez vi menos a Adrián, pasé año y medio en solitario para después dedicarme con mayor devoción a un más grande y devastante fracaso.
Siempre pensé que Paco sería el primero en casarse, entendiendo esto no como la institución sino como el hecho de compartir la vida con alguien. Después sería yo. Adrián sería el último, pero me equivoqué, será el primero.

3
Casarse, formar una familia, tener un vida agradable, un trabajo, estabilidad. Cuando era adolescente por algún motivo deseché estas opciones para mí. También deseché sin más los consejos que me ofrecían mis padres. No sin razón, no con tanta estupidez como a veces declaro, más bien con base en ciertos conflictos que fueron desarrollándose durante varios años, decidí que buscaría ser lo más opuesto a ellos, pero en ese ir a la contra confundí lo que eran ellos con lo que querían que fuera yo, que son cosas distintas.
Hoy creo que no hubiera estado mal apelar un poco a la estabilidad y menos al desmadre, pero a lo hecho pecho, diría Efraín Huerta, y las cosas ya sucedieron. Creo que a final de cuentas me parezco más a ellos de lo que hubiera imaginado, pero también supongo que aún estoy a tiempo de tomar otro rumbo.
Las ideas que me fui formando entran en choque con las creencias que tengo arraigadas. Hago esta distinción a la manera de Ortega y Gasset, en un libro, fabuloso, de los que más me han influido aunque poco hable de él. Y me doy cuenta de que, si bien no me agradan del todo, buscar el claro opuesto a esas creencias tampoco me lleva a sentirme satisfecho. Por eso desde hace un par de años cuando alguien me pregunta qué es lo que más deseo sólo me siento capaz de responder: ser feliz. Y ese ser feliz tiene muchas implicaciones que aún estoy definiendo.
Parte de mi dualidad radica en esta falta de acomodo entre lo que creo y lo que pienso, y en ese acomodo siento que la vida se me va. Lo único que de verdad tengo claro es que quiero ser feliz, y después de eso, que no quiero tener nada que reprocharme nuevamente. Quizá mi punto de partida sea el perdón a mí mismo, olvidar lo que no hice, los lugares donde debería de estar, y plantearme un punto de inicio. La idea ha venido generándose desde hace mucho, pero me sigo resistiendo, por miedo, a los cambios que han de arraigarla. Por lo pronto di un primer paso el fin de semana, sacando ocho grandes bolsas de basura de mi habitación, pero sigo lidiando un poco con el choque que se produjo, con las nostalgias resucitadas (en torno a mi familia, nada más), con que me cuesta demasiado perdonar mis estupideces.

4
Anoche recordé muchas cosas y me eché a domir. Hoy mi mente quizá está un poco más clara, pero no me fío. Mientras meditaba por la mañana recordé esta canción, y siento que no podría haber una mejor para esta entrada, porque por un lado me recuerda la etapa preparatoriana y por otro, metafóricamente, a mí.

Well this place is old 
It feels just like a beat up truck 
I turn the engine, but the engine doesn't turn 
Well it smells of cheap wine & cigarettes 
This place is always such a mess 
Sometimes I think I'd like to watch it burn 
I'm so alone and I feel just like somebody else 
Man, I ain't changed, but I know I ain't the same 
But somewhere here in between the city walls of dyin' dreams 
I think her death it must be killin' me

Hey, come on try a little 
Nothing is forever 
There's got to be something better than 
In the middle

jueves, 4 de febrero de 2010

Winter, de Tori Amos

La primera vez que escuche esta canción me encontraba en el auto, esperando a mi padre, que había entrado a casa de alguien con quien hacía negocios. Afuera llovía de tal manera que era imposible ver algo con claridad. Era una especie de estela blanca incrustada en la noche. Por momentos se alcanzaban a ver trazos de luces intermitentes, nada más. Meses después entré en una etapa depresiva y el disco Little earthquakes fue un asidero a este mundo. Desde entonces asocio esta canción a los días lluviosos y a mis etapas depresivas. Estos días son lluviosos en la ciudad de México, y la maldita enfermedad me causa estragos...

Fragmento

Es difícil mirarse en el espejo y reconocer que, en términos generales, uno es el responsable de su propio desastre. Claro que hay imponderables en la vida, variables que no se pueden controlar, pero cuando sabes que en 98 por ciento eres culpable de tu insatisfacción, es duro mirarte. Más difícil es llegar al estado contemplativo, pero la circunstancia cambia una vez que logras perdonarte, aunque sea medianamente, o quizá como placebo. Entre disculparte medianamente y el efecto placebo debe haber alguna diferencia que desconozco. Yo me perdono como medida de supervivencia, es decir, con efecto placebo. En esos momentos es más sencillo colocar de nuevo los espejos, levantar la mirada en los aparadores, verse en el retrovisor del auto, inspeccionar tu reflejo, inquirirlo, revisar a detalle las arrugas que ahora habitan en el rostro, huellas inequívocas de que el tiempo no se detuvo a esperarte. Después vuelven los momentos de recriminación, de apatía y aversión por uno mismo, de querer desaparecer sin decir ni siquiera adiós. Así, dual, camino como en una espiral que sólo el mismo tiempo impío definirá si es en ascenso o en descenso.