viernes, 8 de junio de 2012

Ambas cosas

Hoy leí y recordé la historia de Parménides García Saldaña, quien no era muy apreciado por su familia y sin embargo recibió de sus padres un pequeño cuarto de azotea en Polanco, donde se dedicó a escribir y a morir. Yo quisiera que mis padres tuvieran la oportunidad de darme al menos ese cuarto de azotea, donde no hubiera nada más que una cama y una mesa, pero al menos me significaría salirme de esa espiral hacia el abismo sin fondo que significa para mí el pago de una renta. Puede haber personas, incluso amigos, que hoy día no viven con sus padres y pagan una renta y piensan que mi caracterización es melodramática e hiperbólica, pero sé de antemano que para quienes no han vivido toda su vida en lugares rentados les será imposible comprender que diga que el pago de alquiler es una espiral hacia el abismo sin fondo.

En fin, la digresión es porque en ocasiones, muchas, cuando nuestros medios económicos de supervivencia se trastocan, tenemos que elegir entre una cosa u otra cosa. En estos días, por ejemplo, con el auto enfermo, tenemos que anteponer a su tratamiento la renta, el gas, algunos servicios, comida y los pagos a meses sin intereses en los que una y otra absurda vez hemos caído. Lo anterior ha forzado la ejecución de una rutina añejamente acordada: levantarnos más temprano y volver a dar vida a nuestras piernas para llegar al trabajo, lo que de paso ha contribuido a que tengamos un espacio nuevo, así sea un intervalo de tan solo media hora, de casa a la oficina, para que Mariana y yo platiquemos.

También, he de decirlo, y aquí uno de los motivos de este texto, caminar las mañanas frías y húmedas me ha recordado sucesos y lugares de mi infancia: mirar la enredadera en la fachada de una casa me transporta a contemplar las enredaderas de las casas contiguas a la primera escuela a la que asistí; el vaho que mana de la carretera y se pierde a los pocos centímetros de comenzar a flotar me recuerda algunas mañanas en que había que esperar que se calentara el auto para iniciar la carrera hacia la escuela, y la manera en que el cofre y el parabrisas se iban llenando de pequeñas gotas de agua; y los niños con mochilas y loncheras me han transportado a la ilusión que tenía cada jornada al ir a la escuela para jugar y para aprender, porque en ese entonces, de niño, creo que no me interesaba ni me preocupaba mucho más.

Hoy además recordé la curiosidad que sentía unos días antes de cada nuevo curso, cuando me preguntaba cómo serían mis nuevos compañeros o cuáles de mis amigos del año anterior continuarían en el grupo, si la niña que tanto me gustaba coincidiría conmigo en un salón de clases o si entre los nuevos alumnos estaría un futuro buen amigo u otra niña que me encandilara.

Sobra decir que la mayor parte de mis pensamientos son evocaciones de un mundo que abandoné hace mucho tiempo, pero quizá vuelven a mí estas memorias porque las necesito para respirar. También me imagino que en el caso particular de la curiosidad antes de cada nuevo curso la evocación me ha llegado porque necesito uno o varios cambios, porque quiero vivir otra vez esa sensación de ser el nuevo —que casi siempre fui yo— y tener la expectativa de que quizá en un espacio diferente, inédito, encontraré felicidad y verdadera realización.

Parménides García Saldaña dijo que escribía todos los días porque de lo contrario se hubiera muerto, y escribiendo y viviendo como quiso encontró su deceso. Yo puedo decir que evoco algo de mi pasado todos los días para recordarme que he vivido y que no siempre todo fue predominantemente triste, porque de lo contrario ya me hubiera encontrado la muerte en cualquier forma solitaria. No escribo todos los días, pero sí que pienso y repienso aquello que después toma forma en un papel o en la pantalla de mi compu, y me cuesta trabajo, mucho por la falta de práctica, pero no hay más que sobrevivir y esta es mi manera de hacerlo.

También, como un elemento nuevo, quiero ambas cosas, es decir, quiero dejar de elegir entre uno y otro bien o lujo o servicio o necesidad. Quiero ambas cosas: felicidad y calma, seguridad y expectativas, escribir y mirar, leer y conversar, amor y amistad, jugar y huevonear con mis perros, obligaciones y gozos, sobre todo gozos, y la única manera de conseguir lo que quiero que me ha resultado hasta ahora es simple y llanamente hacer lo necesario, a pesar de todo y de todos. Entonces, tomando un ejemplo de mi infancia, como Marty Mcfly, digamos, pues, la única posibilidad de sobrevivir es cambiar el futuro, para dispersar esa nebulosa que de alguna manera por desidia e indolencia trazamos y nos ha alcanzado. Así será, ya está siendo... Carpe diem.