viernes, 28 de agosto de 2009

Un texto de Leonardo Boff

Una de la muchas cosas que en algún momento estudié, aunque he dejado de lado es la Teología de la liberación. Uno de los nombres más conocidos es Leonardo Boff, quien ha defendido sus ideas al punto de quedar fuera de la Institución (Iglesia católica) dentro de la cual se formó y en la cual participó desde una postura crítica y criticada.

Hace un par de semanas, por cosas del trabajo, me encontré la columna semanal que publica en un sitio web de servicios bíblicos (http://www.servicioskoinonia.org/boff/). Me permito reproducir la de esta semana, tiene algunas frases que me gustaron mucho:

Ellos tienen derecho a poder entrar en este mundo mínimamente habitable y con las condiciones necesarias para una vida decente que no sólo les permita sobrevivir sino florecer e irradiar.

Porque amamos las estrellas no tenemos miedo de la oscuridad.


Más allá de la postura o impostura religiosa que cada quien posea, considero que leer las palabras de Boff siempre deja algo que pensar, a final de cuentas es un intelectual de primera línea.

Aquí está el texto de esta semana.



¿Cuál será el futuro de nuestros nietos?


Mirando a mis nietos jugando en el jardín, saltando como cabras, rodando por el suelo, y subiendo y bajando de los árboles, me surgen dos sentimientos. Uno de envidia, pues ya no puedo hacer nada de eso con las cuatro prótesis que tengo en los miembros inferiores. Y otro de preocupación: ¿a qué mundo tendrán que enfrentarse dentro de algunos años?

Los pronósticos de los especialistas más serios son amenazantes. Hay una fecha fatídica o mágica de la que hablan siempre: el año 2025. Casi todos afirman que si ahora no hacemos nada o no hacemos lo suficiente, la catástrofe ecológico-humanitaria será inevitable.

La lenta recuperación de la actual crisis económico-financiera que se nota en muchos países, todavía no significa una salida de ella. Solamente que terminó la caída libre. Vuelve el desarrollo/crecimiento, pero con otra crisis: la del desempleo. Millones de personas están condenadas a ser desempleados estructurales, es decir, que no volverán a ingresar en el mercado de trabajo, ni siquiera quedarán como ejército de reserva del proceso productivo. Simplemente son prescindibles. ¿Qué significa quedar desempleado permanentemente sino una muerte lenta y una desintegración profunda del sentido de la vida? Añádase además que hasta esa fecha fatídica están pronosticados de 150 a 200 millones de refugiados climáticos.

El informe hecho por 2.700 científicos «State of the Future 2009» (O Globo de 14.07/09) dice enfáticamente que debido principalmente al calentamiento global, hacia 2025, cerca de tres mil millones de personas no tendrán acceso a agua potable. ¿Qué quiere decir eso? Sencillamente, que esos miles de millones, si no son socorridos, podrán morir de sed, deshidratación y otras enfermedades. El informe dice más: la mitad de la población mundial estará envuelta en convulsiones sociales a causa de la crisis socio-ecológica mundial.

Paul Krugman, premio Nóbel de economía de 2008, siempre ponderado y crítico en cuanto a la insuficiencia de las medidas para enfrentar la crisis socioambiental, escribió recientemente: «Si el consenso de los especialistas económicos es pésimo, el consenso de los especialistas del cambio climático es terrible» (JB 14/07/09). Y comenta: «si actuamos como hemos venido haciéndolo, no el peor escenario, sino el más probable será la elevación de las temperaturas que van a destruir la vida tal como la conocemos».

Si probablemente va a ser así, mi preocupación por los nietos se transforma en angustia: ¿qué mundo heredarán de nosotros? ¿Qué decisiones se verán obligados a tomar que podrán significar para ellos la vida o la muerte?

Nos comportamos como si la Tierra fuese nuestra y de nuestra generación. Olvidamos que ella pertenece principalmente a los que van a venir, nuestros hijos y nietos. Ellos tienen derecho a poder entrar en este mundo mínimamente habitable y con las condiciones necesarias para una vida decente que no sólo les permita sobrevivir sino florecer e irradiar.

Los escenarios a los que nos hemos referido nos obligan a soluciones que cambian el cuadro global de nuestra vida en la Tierra. No sirve seguir ganando dinero con la venta del derecho a contaminar (créditos de carbono) y con la economía verde. Si el genio del capitalismo es saber adaptarse a cada circunstancia, siempre que se preserven las leyes del mercado y las oportunidades de ganancia, ahora debemos reconocer que esta estrategia no es ya posible. Precipitaría la catástrofe previsible.

Si queremos tener futuro, debemos partir de otras premisas: en vez de explotación, sinergia humanos-naturaleza, pues Tierra y humanidad forman un único todo; en lugar de competir, cooperar, base de la construcción de la sociedad con rostro humano.

Me dan alguna esperanza los teóricos de la complejidad, de la incertidumbre y del caos (Prigogine, Heisenberg, Morin) que dicen: en toda realidad funciona la siguiente dinámica: el desorden lleva a la auto-organización y a un nuevo orden, y así, a la continuidad de la vida en un nivel más alto. Porque amamos las estrellas no tenemos miedo de la oscuridad.

Leonardo Boff

jueves, 27 de agosto de 2009

Roque Dalton y yo

I
Conocí la poesía de Roque Dalton cuando tenía 20 años y cursaba el primer semestre de la licenciatura. En ese momento Roque Dalton sólo era un nombre, algo intangible que había oído mencionar alguna vez. Entonces decidí indagar un poco y dos datos me fueron suficientes: fue guerrillero y poeta. Desde mi perspectiva de aquella época no había mucho más que pudiera provocar que me interesara en conocer la vida y la obra de alguien, pues Roque Dalton representaba dos de las actividades que consideraba verdaderamente humanas: poeta, porque de nada valen el mundo y la vida si no hay quien deje testimonio de ellos, y guerrillero, porque de nada sirve el tránsito en este mundo si no procuras un cambio para hacerlo mejor, ya no para ti mismo, sino para quienes vengan después.

Fue así que un buen día conseguí una antología a préstamo de la biblioteca de mi facultad. Bastó leer un poema, dos, para darme cuenta de que ante mí se abría un mundo, pero que, desafortunadamente, se trataba de un mundo que en ese momento no habría de explorar. (De vez en cuando me he encontrado con una obra cuyos alcances sé que no lograré percibir, ya sea por mi circunstancia, por mi ignorancia, porque el puto cielo no está de color azul -hablo de obra literaria como el total de un escritor-)

Leí una y otra vez esos poemas. Los leí a compañeros de la licenciatura que apenas alcanzaban a mirarme un tanto extrañados, sorprendidos no sé por qué o de qué. Los leía como diciendo: "¡Entiendan!, ¡esta es una verdad irrefutable! Quizá los leía así porque intuía algo que hasta ahora no deja de ser sino un presentimiento no sé de qué. Temeroso, apenas alcancé a ojear unos cuantos poemas más. Luego de que expiró la fecha de devolución mantuve el libro bajo mi brazo varios días más. Finalmente decidí regresarlo, en todo caso en algún otro momento podría pedirlo de nuevo.

Para mi sorpresa, al volver a buscarlo, tan solo un par de días después, el libro había desaparecido. Alguien tuvo a mal robarlo, porque desde entonces no lo he vuelto a ver, y ya van nueve años en los que, de vez en cuando, vuelvo a las estanterías de la biblioteca con la vana ilusión de hallar esa antología de Roque Dalton.


II
Ana, la niña cool amiga de mi novia, tuvo que viajar a El Salvador hace unos meses. Pensé tantas cosas: por qué no podría acompañarla y buscar información para la tesis que abandoné, pensé en pedirle libros sobre Ignacio Ellacuría, lo que pudiera encontrar sobre noviembre de 1989 en la UCA, algo sobre Arena, documentos del FMLN, hasta una camiseta de Monseñor Romero, el libro acerca Rutilio Grande escrito por Rodolfo Cardenal. Pero al final sólo alcance a decirle por impulso: "Si puedes, tráeme algo de Roque Dalton. Lo que sea".

Una semana después, en una de esas sesiones de cine en viernes por la noche que ya hacen falta, recibí como obsequio un libro de poesía y una novela. Simplemente los contemplé, los miré una y otra vez antes abrir las hojas.


III
El sábado fue un día de contrastes, de altas y bajas. Nota alta: ver a Iván; nota baja: se compró un LP que me hubiera gustado tener y no pude evitar sentir una ligera envidia (a veces soy una basura pero así pasó, creí que yo lo apreciaría más, un grupo importante en este año, asentado aquí mismo, al menos así me justifico). Nota alta: ver a Lalo; nota baja: no poder seguir la embebida programada. Nota alta: haber hecho todo lo posible por quedar bien con la gente que vería ese día; nota baja: no sirvió para un carajo.

Nota baja: quedarme sin ánimo para hacer algo; nota alta: salir a caminar en la noche. Nota baja: los altos precios de los libros; nota alta: por fin una antología de Roque Dalton, ¿será la misma?; nota alta: descubrir que sí; nota baja, mi presupuesto.

Nota alta: la plática con Miguel hasta casi media noche. Nota alta: haber releído esos poemas de nueve años antes.


IV
Creo que desde mi etapa alta de depresión no me había quedado sin dinero en la bolsa. Luego de meditarlo, después de pedir consejo a Mariana, fuimos a la librería por la antología de Roque Dalton.

Ese día, por la noche, mientras pensaba y recordaba lo que escribí arriba, me pregunté por qué antes no me había sentido capaz de recibir debidamente la poesía de Roque Dalton. No obtuve mucha respuesta.

También me pregunté por qué nunca pensé en él para un tema de investigación de tesis. He cambiado varias veces de tema, por eso es interminable, pero creo que en verdad sería algo agradable, algo que me motivaría. La respuesta a por qué no lo pensé antes es obvia. Entonces me pregunté si más adelante, en caso de continuar los estudios de postgrado algún espero no tan lejano día, quizá entonces podría plantearme una investigación sobre el poeta salvadoreño. Pero las preguntas más importantes fueron la siguiente: ¿a él le agradaría eso?, ¿podría hacer algo que no sólo fuera digno sino que incluso él mismo aprobaría? No sé si fue sugestión, no creo en las casualidades, pero juro que entonces sentí un escalofrío recorrer mis brazos y di por sentada la respuesta.

Quizá, como muchas cosas que pienso, sea sólo una linda idea en mi cabeza y no algo que algún día avance y vea la luz... Pero el escalofrío se ha repetido: al dar inicio a esta entrada y al llegar a esta línea.


V
Algunos poemas que leí entonces:

Estudio con algo de tedio

Clov: -Llora,
Hammn: -Luego vive.
(Diálogo de Fin de Partida, de Beckett)

Tengo quince años y lloro por las noches.

Yo sé que ello no es en manera alguna peculiar
y que antes bien hay otras cosas en el mundo
más apropiadas para decíroslas cantando.

Sin embargo hoy he bebido vino por primera vez
y me he quedado desnudo en mis habitaciones para salvar la tarde
hecha minúsculos pedazos
por el reloj.

Pensar a solas duele. No hay nadie a quien golpear. No hay nadie
a quien dejar piadosamente perdonado.
Está uno y su cara. Uno y su cara
de santón farsante.

Surge la cicatriz que nadie ha visto nunca,
el gesto que escondemos todo el día,
el perfil insepulto que nos hará llorar y hundirnos
el día en que lo sepan todo las buenas gentes
y nos retiren el amor y el saludo hasta los pájaros.

Tengo quince años de cansarme
y lloro por las noches para fingir que vivo.
En ocasiones, cansado de las lágrimas,
hasta sueño que vivo.

Puede ser que vosotros no entendáis lo que son estas cosas.

Os habla, más que yo, mi primer vino
mientras la piel que sufro bebe sombra.


Los locos

A los locos no nos quedan bien los nombres.

Los demás seres
llevan sus nombres como vestidos nuevos,
los balbucean al fundar amigos,
los hacen imprimir en tarjetitas blancas
que luego van de mano en mano
con la alegría de las cosas simples.

¡Y qué alegría muestran los Alfredos, los Antonios,
los pobres Juanes y los taciturnos Sergios,
los Alejandros con olor a mar!

Todos extienden, desde la misma garganta con que cantan
sus nombres envidiables como banderas bélicas,
sus nombres que se quedan en la tierra sonando
aunque ellos con sus huesos se vayan a la sombra.

Pero los locos, ay señor, los locos
que de tanto olvidar nos asfixiamos,
los pobres locos que hasta la risa confundimos
y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,
¿cómo vamos a andar con los nombres a rastras,
cuidándolos,
puliéndolos como mínimos animales de plata,
viendo con estos ojos que ni el sueño somete
que no se pierdan entre el polvo que nos halaga y odia?

Los locos no podemos anhelar que nos nombren
pero también lo olvidaremos…


Hora de la ceniza

Finaliza Septiembre. Es hora de decirte
lo difícil que ha sido no morir.

Por ejemplo, esta tarde
tengo en las manos grises
libros hermosos que no entiendo,
no podría cantar aunque ha cesado ya la lluvia
y me cae sin motivo el recuerdo
del primer perro a quien amé cuando niño.
Desde ayer que te fuiste
hay humedad y frío hasta en la música.

Cuando yo muera,
sólo recordarán mi júbilo matutino y palpable,
mi bandera sin derecho a cansarse,
la concreta verdad que repartí desde el fuego,
el puño que hice unánime
con el clamor de piedra que exigió la esperanza.

Hace frío sin ti. Cuando yo muera,
cuando yo muera
dirán con buenas intenciones
que no supe llorar.

Ahora llueve de nuevo.
Nunca ha sido tan tarde a las siete menos cuarto
como hoy.
Siento unas ganas locas de reír
o de matarme.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Fulano de alguien

Palabras más o palabras menos, Luis Humberto Crosthwaite, en una entrevista reciente, confesó que a lo mucho escribe una hora al día, pues además del trabajo entre ser padre y entre ser vato de su morra, le queda poco tiempo. ¡Cómo me identifiqué con esa línea! Si bien no tengo un hijo, tengo unas mascotas que también consumen mi tiempo, y no se diga de las horas que se desvanecen mientras estoy con Mariana.

Poco tiempo solo, que más bien uso para ver a algunos pocos amigos, o para perderme en alguna calle, biblioteca o tienda de discos, para leer poco, para escribir menos (esto que ven aquí es escrito en el trabajo, en pocos momentos de descanso entre una labor y otra, y como ya he dicho no es lo que algún día pretendería publicar).

Luego de leer las palabras de Crosthwaite me quedé pensando que quizá a mí me toca algo similar: dedicarme a escribir brevemente, una hora de vez en cuando. Después profundicé la reflexión y me cuestioné: ¿quizá no naciste para esto? Ta vez no esté en mí vivir la vida ideal del escritor: vivir escribiendo, vivir de escribir. Tal vez mi vida se conforme de algunos momentos para escribir (una obra más bien breve y quizá no tan buena); de seguir en un trabajo que si bien me gusta no representa lo que quiero hacer, pero es más bien seguro. En un primer momento se oye mal, pero entonces pienso: sí, mi vida se puede ir en esas tardes de largas pláticas con Mariana, con Iván, con Miguel, con Paco; en esas tardes de vagar con Mariana sin rumbo, de recorrer pasillos de tiendas sin fijarme en los productos, inmóvil mi mirada sobre sus ojos; se pueden consumir en los recorridos junto a mi perro; en las tardes y noches de películas encerrados en algo que gradualmente parece hogar; en esos fines de semana que se van como si no pasaran aunque en el fondo lo vivido deja exhausto. Veo perfectamente y sin lamentar que mi vida se puede ir en ser papá (por ahora de mis gordos bolas de pelo) y en ser vato de mi morra.

A veces digo, como Benedetti, quiero tiempo, necesito tiempo, pero lo cierto es que sé perfectamente en qué lo uso, y me place tanto que no me importan otras cosas. Sí, la literatura es una bomba de oxígeno, pero no la única y quizá, muy probablemente, no la más importante. Digamos que comparte el primer sitio.

Hace tiempo pensé en lo jodido que estuve hace un par de años. Pensé y me dije: estar jodido y sentir que el mundo se cae, estar jodido y no tener fuerza, estar jodido estar jodido estar jodido. Después levantarse y comenzar a caminar, y que de repente llegue el impulso en forma de mujer, sentir gradualmente que bajas la guardia, que vuelves a confiar; quizá nunca más des por sentado algo, quizá siempre contemples que puede haber un final, pero algo en esa persona te dice que debes arriesgarte, que ya lo hiciste sin darte cuenta, que has dejado de ser un fulano de nadie para convertirte en el fulano de alguien.



lunes, 24 de agosto de 2009

Un poema de Roque Dalton

Alta hora de la noche

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendría la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto:
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre.
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

viernes, 21 de agosto de 2009

Solo un poco de paz

No pido más.


Canción para mi muerte, de Sui Géneris

Hubo un tiempo que fue hermoso
Y fui libre de verdad
Guardaba todos mis sueños
En castillos de cristal

Poco a poco fui creciendo
Y mis fábulas de amor
Se fueron desvaneciendo
Como pompas de jabón

Te encontraré una mañana
Dentro de mi habitación
Y prepararás la cama para dos

Es larga la carretera
Cuando uno mira atrás
Vas cruzando las fronteras
Sin darte cuenta quizás

Tómate del pasamanos
Porque antes de llegar
Se aferraron mil ancianos
Pero se fueron igual

Te encontraré una mañana
Dentro de mi habitación
Y prepararás la cama para dos

Quisiera saber tu nombre
Tu lugar, tu dirección
Y si te han puesto teléfono
También tu numeración

Te suplico qué me avises
Si me vienes a buscar
No es porque te tenga miedo
Solo me quiero arreglar

Te encontrare una mañana
Dentro de mi habitación
Y prepararás la cama para dos


miércoles, 19 de agosto de 2009

martes, 18 de agosto de 2009

...

3
Dije que tal vez dejaría de escribir aquí por un tiempo indefinido. Sin embargo, dos hechos me hicieron dudar y hoy escribo algo propio. Quizá sea únicamente un paréntesis, no lo sé, pero prefiero que hablen otros, los que sí saben, los que sí escriben literatura.

2
Hace algunos días Iván dejó en su blog un vídeo de la canción Gulliver de Joaquín Sabina. Pocas palabras acuden a mi lengua cuando un amigo dice cosas similares a la que él escribió en esa entrada. Quede simplemente decir que en ese momento quise escribir algo aquí, nada espectacular, acaso esto, una sencilla nota de agradecimiento.

1
Ayer algo me hizo daño. No sé qué fue. Quizá el espíritu malo que me habita, quizá sólo la comida, falta de sueño, alguna cosa similar. No recuerdo cómo llegué a casa. Lo último que recuerdo fue despedirme de Mariana y pisar el acelerador. Dolor de cabeza, nausea, palpitaciones en los ojos, algo de fiebre.
Hace varios años, cuando aún no vivía donde vivo ahora, así que por lo menos son doce años, una tarde me sentí como ayer. En esa ocasión estaba solo. La convivencia con mis padres abarcaba de dos a tres horas al día desde que tengo uso de razón hasta hace seis años. La ventaja de crecer relativamente solo es que uno logra conocerse bien, al menos en un sentido práctico, como en los malestares físicos. Sin embargo, esa vez la recuerdo porque el malestar fue peor, mucho más intenso de lo que solía ser, incluso pensé que se me iba la vida, me hallaba solo (creo que incluso mis padres estaban fuera de la ciudad, no recuerdo) y por primera vez en mucho tiempo deseaba no estarlo y que alguien más me dijera que no iba a ocurrir nada grave.
Entre la fiebre y el cansancio, entre la preocupación y no tener a quien llamar, lo único que me quedó fue meterme bajo las cobijas en cama de mis padres y, temblando de escalofríos, concentrarme en que todo estaría bien, que ese no iba a ser mi último día sobre la Tierra.
Ayer llegué a casa no sé a qué hora ni cómo, mis padres estaban, pero en la circunstancia actual eso equivale a menos que estar solo. Como aquel día de hace años mi memoria no alcanza para mucho, únicamente recuerdo los escalofríos, meterme bajo mis cobijas y despertar horas más tarde...
Lo primero que hice al abrir los ojos fue evocar la imagen de una persona y luego ver el reloj: casi media noche. Era demasiado tarde para llamar a esa única persona con la cual podía sentirme realmente aliviado...

lunes, 17 de agosto de 2009

Dos poemas de Nicanor Parra

Preguntas a la hora del té

Este señor desvaído parece
Una figura de un museo de cera; 
Mira a través de los visillos rotos: 
Qué vale más, ¿el oro o la belleza?, 
¿Vale más el arroyo que se mueve 
O la chépica fija a la ribera?
A lo lejos se oye una campana
Que abre una herida más, o que la cierra: 
¿Es más real el agua de la fuente 
O la muchacha que se mira en ella? 
No se sabe, la gente se lo pasa 
Construyendo castillos en la arena: 
¿Es superior el vaso transparente 
A la mano del hombre que lo crea? 
Se respira una atmósfera cansada 
De ceniza, de humo, de tristeza:
Lo que se vio una vez ya no se vuelve
A ver igual, dicen las hojas secas.
Hora del té, tostadas, margarina.
Todo envuelto en una especie de niebla


De Chistes para desorientar a la policía

Creo en un + allá
donde se cumplen todos los ideales
Amistad
Igualdad
Fraternidad
excepción hecha de la Libertad
ésa no se consigue en ninguna parte
somos esclavos x naturaleza

jueves, 13 de agosto de 2009

Dead souls, de Joy Division

Someone take these dreams away,
That point me to another day,
A duel of personalities,
That stretch all true realities.

That keep calling me,
They keep calling me,
Keep on calling me,
They keep calling me.

Where figures from the past stand tall,
And mocking voices ring the halls.
Imperialistic house of prayer,
Conquistadors who took their share.

That keep calling me,
They keep calling me,
Keep on calling me,
They keep calling me.

Calling me, calling me, calling me, calling me.

They keep calling me,
Keep on calling me,
They keep calling me,
They keep calling me.

martes, 11 de agosto de 2009

Un poema de Enrique Lihn

Después de leer este poema pensé en ponerlo aquí. Luego continué reflexionando y quedó en el aire la pregunta de si podría seguir escribiendo en este blog, si no vendría una etapa de abandono temporal.
Todavía no lo sé.


Porque escribí

Ahora que quizás, en un año de calma, 
piense: la poesía me sirvió para esto: 
no pude ser feliz, ello me fue negado, 
pero escribí. 

Escribí: fui la víctima 
de la mendicidad y el orgullo mezclados 
y ajusticié también a unos pocos lectores; 
tendía la mano en puertas que nunca, nunca he visto; 
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies. 

Pero escribí: tuve esta rara certeza, 
la ilusión de tener el mundo entre las manos 
-¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco 
con toda su crueldad innecesaria-. 
Escribí, mi escritura fue como la maleza 
de flores ácimas pero flores en fin, 
el pan de cada día de las tierras eriazas: 
una caparazón de espinas y raíces. 
De la vida tomé todas estas palabras 
como un niño oropel, guijarros junto al río: 
las cosas de una magia, perfectamente inútiles 
pero que siempre vuelven a renovar su encanto. 

La especie de locura con que vuela un anciano 
detrás de las palomas imitándolas 
me fue dada en lugar de servir para algo. 
Me condené escribiendo a que todos dudaran 
de mi existencia real 
(días de mi escritura, solar del extranjero). 
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos 
digo que pasarán porque escribí 
y hacerlo significa trabajar con la muerte 
codo a codo, robarle unos cuantos secretos. 

En su origen el río es una veta de agua 
-allí, por un momento, siquiera, en esa altura- 
luego, al final, un mar que nadie ve 
de los que están braceándose la vida. 
Porque escribí fui un odio vergonzante, 
pero el mar forma parte de mi escritura misma: 
línea de la rompiente en que un verso se espuma 
yo puedo reiterar la poesía. 

Estuve enfermo, sin lugar a dudas 
y no sólo de insomnio, 
también de ideas fijas que me hicieron leer 
con obscena atención a unos cuantos psicólogos, 
pero escribí y el crimen fue menor, 
lo pagué verso a verso hasta escribirlo, 
porque de la palabra que se ajusta al abismo 
surge un poco de oscura inteligencia 
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados. 

Porque escribí no estuve en casa del verdugo 
ni me dejé llevar por el amor a Dios 
ni acepté que los hombres fueran dioses 
ni me hice desear como escribiente 
ni la pobreza me pareció atroz 
ni el poder una cosa deseable 
ni me lavé ni me ensucié las manos 
ni fueron vírgenes mis mejores amigas 
ni tuve como amigo a un fariseo 
ni a pesar de la cólera 
quise desbaratar a mi enemigo. 

Pero escribí y me muero por mi cuenta, 
porque escribí porque escribí estoy vivo. 


Enrique Lihn

Say no more

Me tardé varios días en ponerlo, lo siento.

lunes, 10 de agosto de 2009

Corazón de sandía

Hace varios años solía organizar fiestas en mi casa, desde una borrachera de dos hasta las que convocaban a gente menos desconocida. Muchos desastres ocurrieron en esa época. Algunas de las desapariciones ocurridas fueron de discos. Acostumbrado al robo, a perderlos o incluso, ya muy ebrio, regalarlos, entonces no les daba la importancia que les otorgo ahora. Con el paso de los años he descubierto el tamaño de los daños materiales (los otros prefiero no nombrarlos ahora). Uno de los cds que me duelen más es el Mama Funk, de Los Tetas. En realidad no me gustaba el total del disco, pero el sencillo que los dio a conocer acá en México es una de esas canciones que siempre me pondrán de buenas. Si alguien que lea esto tiene mi disco, o algún ejemplar y quiere deshacerse de él, no dude en mandarme un correo. (Vaya, escribir eso fue muy deprimente, así que dejo el vídeo...)

domingo, 9 de agosto de 2009

viernes, 7 de agosto de 2009

Un poema de Gonzalo Millán

3.

Andan los relojes.
Andan los planetas.
¿Cómo andamos?
Ando a tropezones.
Ando enfermo.
Ando con hambre.
Ando sin plata.
Ando andrajoso.
Ando sucio.
Ando solo.
Ando con miedo.
Ando huyendo.
¡Andate! me dijeron.
Andan tras de mí.
Ando por los andenes.
¡Andando!
Adiós.
Los Andes están nevados.

jueves, 6 de agosto de 2009

.....

Mi vocación autodestructiva sigue presente. Sé que estoy a dos palabras de que salga el malnacido, el hijo de puta para ser más preciso. Ese que lastima y se lastima, el que puede llevarse a gente por delante aunque a final de cuentas quien termina más dañado es él mismo, mi otro, es decir, yo.
Ahora sé que mi vocación siempre estará presente, pero creo que sé cómo sobrellevarla. Ha llegado el momento de hacer una pausa, de demostrar que a pesar de la terquedad puedo tener la paciencia de dejar las cosas en paz; quizá después de esto pueda decir por una vez que he crecido.
Llevo dos días más fuera de mí que de costumbre. Sin embargo, la fatalidad sirve para dormir temprano. Dormir temprano no sé para qué sirva, pero al menos a mi ánimo no se agrega el desvelo, al menos no el físico.
Anoche decidí poner una canción y repetirla hasta quedar dormido. Es una canción que casi no he compartido con amigos, pero aprovecho este espacio y esta coyuntura para hacerlo. La montaña, de Javier Batiz, siempre ha sido una buena compañía en días aciagos.

martes, 4 de agosto de 2009

...

Hoy iba a ver a un amigo y decidí no hacerlo. No es que él esté acompañado, sino que hoy hubiera precisado de su soledad para acaso abrir la mía a una mirada externa. También he recibido una "invitación" de amistad en hi5 (pronto habré de botarlo) de alguien que no conozco. Miro su perfil y reconozco personas cuyos caminos se han cruzado con el mío. Advierto a gente no conocida porque así lo quise yo, y quizá ellos también. Gente que a veces me resulta insoportable y a veces indiferente. Una voz interna me cuestiona: creo que debería dejar de rechazar a la gente o un día terminaré todavía más solo. Entonces viene mi lado soberbio y sobrado a decirme: ¿acaso no somos todos unas islas que sólo de vez en cuando colapsan?, al menos tú lo reconoces.
Que todos somos unas islas, que nacimos y morimos solos es cierto, aunque también lo es que la vida es compañía. Pero, ¿qué sucede con alguien que ha pasado más tiempo con su interior que con otras personas?, ¿que incluso en compañía se siente solo? El resultado es una especie de sociopatía también interna, porque mi misantropía no me deja a salvo sino que me incluye. El resultado también puede ser alguien que aunque no siempre lo muestre aprecie mucho, muchísimo a esa poca gente que también ha abierto su soledad con él.
En estos días una canción me ha dado la paz que ni en soledad he hallado. La primera vez que la escuché fue solo un fragmento en la película Buenos muchachos, misma que vi años después con Paco, quien me aclararía que se trataba de Eric Clapton. Dejo el vídeo para mi buen amigo, por los tiempos más tranquilos que un día fueron, y por la felicidad que abremos de alcanzar.

lunes, 3 de agosto de 2009

...

Son canciones contemporáneas, pero en definitiva no es lo mismo Dulces dieciséis que Sweet sixteen.