jueves, 10 de abril de 2008

La enfermedad

Hace unas semanas enfermé. La infección cedió, pero como el mejor estratega, simplemente fue una retirada para volver con más fuerza. Hoy estoy enfermo. Como ayer y el resto de la semana. Una infección severa, diagnosticó uno de los pocos doctores que conozco que saben curar. Una infección severa y un cuadro viral, agregó esta mañana.
Durante varios años estuve enfermo de una infección en la nariz. Una serie de bacterias encontraron su hogar y se negaron a dejarlo durante casi ocho años, hasta que encontré a este doc. No puedo culparlos, mi nariz, por breve y ancha que sea, me parece un lugar agradable. Sin embargo, pudimos desalojarlos aunque quedó, como consecuencia de años de enfermedad, una especie de alergia e hipersensibilidad que de cualquier manera resultan muy molestos. Hoy parece que unos nuevos paracaidistas se han alojado en el mismo sitio. No lo sé. Y no lo sabré hasta dentro de un par de meses.
Desde niño he tenido una frágil salud en las vías respiratorias. Al menos eso me hicieron saber mis padres al decir "nosotros nos fuimos a Aguascalientes por tu salud", sobretodo cuando me quejaba de haber dejado a mis amigos. De igual forma, cuando manifesté quejas por haber regresado al DF y dejado a mis nuevos amigos, dijeron "nos regresamos de Aguascalientes porque tú querías".
Sea desde pequeño o desde la adolescencia, lo cierto es que la constante enfermedad no me abandona. Esa alergia incluso la he aceptado como parte de mí. Ya conozco la sintomatología y los hechos. No hay sorpresas. Mi umbral del dolor ha cedido a la molesta sensación diaria de despertar como si por mi nariz hubiera fluido refresco toda la noche, como si una bolita de pequeñas agujas de cristal estuviera alojada de cinco a seis de la mañana, para luego volver a su refugio, en algún otro lugar de mi organismo. Sí, la costumbre y el umbral del dolor han cedido y sedado porque ya casi no siento nada.
Sin embargo, esta vez ha sido diferente. Más agresiva y molesta. Ahora se trata de una infección y no de la simple alergia, en teoría. Y no sé qué sea más desagradable, el dolor en nariz y garganta, la inminencia de la tos, la posibilidad de perecer ahogado cada noche o la febrícula que me tiene como zombi todo el puto día o la maldita sensación de cansancio crónico que no me ha permitido vivir regularmente esta semana.
Por las razones que sean, hoy me propuse combatir todo y al menos escribir una tontería en el blog. Aunque fuera mi enfermedad. Es simplemente por dar una muestra de resistencia a una batalla que se ha alargado 13 años y que por momentos me ha llevado a pensar en desistir.
Pero sucede que con mi hartazgo se mezclan las reflexiones del martes, cuando de camino al consultorio del médico escuché como atropellaban a un motociclista y después vi que de una caída no pasó... minutos más tarde me impidieron el paso a la estación del metro porque un muchacho se había suicidado y más tarde, en otra línea, vi un metro abandonado a mitad del túnel. Todo en menos de una hora. La fragilidad de la vida, el abandono, la sin razón de un objeto útil sin la vida que lo ocupa. Yo que tengo cierta experiencia en esas cosas no gratas, me quedé pensando sin llegar a un punto. Pensé en los pensamientos de suicidio, pensé en la señora chismosa que iba contando a todos en la calle, si va al metro regrésese porque un muchacho se aventó y está cerrado. Pensé en mis problemas que siguen sin solución. Y como siempre pensé las cosas y personas que me hacen feliz. Pensé en todo esto de ida y vuelta sin llegar a un sitio o pensamiento concreto. Luego leí a Vonnegut mientras esperaba entrar con el doctor que, dicho sea de paso me cae pocamadre y siempre asiente, asiente diciendo es una infección severa.
Y hoy que pensé que ya son muchos años, que me he perdido de muchas cosas por la puta enfermedad, que he dejado de disfrutar otras tantas, que no he llevado una vida normal; hoy que nuevamente me dije, tira la toalla, la enfermedad ha ganado, por alguna razón pienso en el chico del metro, en el tren abandonado, en el motociclista tirado mientras la mujer que lo golpeó miraba desde la puerta de su coche. También pienso en las cosas buenas, en los pocos sueños que tengo y los ínfimos detalles que me dan felicidad. Y sigo pensando. Y todo se mezcla. Y ya siento la fiebre de nuevo, el sudor y el constante sabor a sangre en la boca. Y no sé por qué todo viene sin llegar a un punto. Y escribo.
La vida y una infección severa.

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