jueves, 23 de octubre de 2008

Paul Auster

Este blog comenzó por varias razones, una de las cuales era dar salida a un cúmulo de pensamientos que tenía en esa precisa etapa. También inició con la terrible noticia de la muerte de uno de mis escritores favoritos.
Es curioso el reflejo de lo que me gusta, hablando de literatura: mi dirección de correo electrónico es el título de una novela de Mempo Giardinelli, la dirección de este blog es por un poema de José Carlos Becerra, y es un espacio donde he hablado de Vonnegut; cuando preguntan sobre por qué quiero escribir o sobre mi novela favorita siempre aparece el nombre de José Emilio Pacheco; si pienso en cómo me gustaría escribir hablo -además de la obvio: Vonnegut y Pacheco- de Pérez Subirana, Javier Cercas o Enrique Vila-Matas (también es curioso que la mayoría sean españoles, barceloneses). Y sin embargo, sólo con dos amigos y Mariana he hablado del escritor a quien quizás le deba más que a ninguno otro: Paul Auster.
Cierto que aparece como referencia en mi perfil, el de blogger y de hi5, con la etiqueta: no tiene desperdicio. Pero en general no suelo hablar de él.
Llegué a Paul Auster por curiosidad en un instante azaroso y por necesidad en el momento preciso. Durante un par de años tuve la intención de leer algún libro suyo -en particular llamaban mi atención dos títulos: La invención de la soledad y Ciudad de cristal, hallados en alguna de mis visitas a la librerías de la ciudad-, pero nunca lo hice hasta hace dos años.
Leía Ciudad de cristal justo cuando llegó la llamada que marcaba el punto de quiebre de la depresión que venía acumulando años atrás: la llamada de mi entonces novia para decirme que me mandaba al demonio y sin oportunidad de remediarlo. Ya hablé mucho al respecto aquí y no quiero abundar en cosas ya dichas ("say something once, why say it again?", David Byrne).
En fin, no sé si todo lo he escrito o si algo lo he reservado en mi memoria o en las charlas con amigos y mi actual novia. Sólo baste decir que de ahí todo fue cuesta abajo durante varios meses, con miles de altibajos que solían hundirme más y más, a veces sin notarlo de manera plena.
Lo que no he dicho aquí, y quizás debería mantener en silencio, es que justo en los peores días, cuando como clásico deprimido vivía más la noche y dormitaba de día, cuando mis alimentos diarios se reducían a alguna taza de café, algún trozo de pan si acaso, cuando sin creer en dios le pedía dormir y dormir para vivir mis sueños... en pocas palabras, cuando literalmente estaba a punto de arrojarme de un puente para terminar de abandonarme, un día decidí leer La invención de la soledad.
Mi memoria de entonces es confusa, como los días mismos lo fueron. Sin embargo, hay un recuerdo dudoso, quizás ficcionado por mi cerebro, pero al cual ya he legalizado como real: la decisión de ir a comprar el libro de Auster, porque en ese momento me sentía más que sólo, y lo estaba: sólo, solitario, dejado por mí, y quizás un libro cuyo título aludía a la soledad podría decirme algo que sí escuchara.
Mi imaginación ha formulado una escena donde puedo verme desde las escaleras de la librería yendo con rapidez a la mesa de Anagrama, tomar el libro y casi correr a la caja (porque sabía que si demoraba iba a terminar dejándolo: a nada le encontraba sentido). Es una escena tan real como inventada, y tan verídica como las varias veces que se repitió, días después, con otro libro de Auster, y otro, y uno de Vila-Matas, y otro más de Auster.
La invención de la soledad se divide en dos partes, de las cuales "El libro de la memoria" (la segunda parte) resultó mi favorita. Sin embargo, la transparencia del sentimiento del escritor, su propia historia desde la primera parte fue el lugar donde proyecté lo que me anudaba, lo que me impedía seguir viviendo y generaba que pasara los días sin razón alguna.
"Tengo la sensación de que estoy sometido o condenado a un estado mental que no me permite concentrarme en lo que hago. Una y otra vez he visto cómo mis pensamientos se desviaban de la idea que tenía enfrente. Tan pronto como pienso una cosa, ésta evoca a otra y esta última a otra más, hasta alcanzar una acumulación tan grande de detalles que tengo la sensación de que me van a ahogar",
y muchas páginas más adelante, ya en "El libro de la memoria":
"Lo invadió un constante sentimiento de pérdida del que no podía deshacerse. Y había momentos en que ese sentimiento era tan grande y sofocante que parecía que no iba a abandonarlo nunca"
Notas así, que dan cuenta de este tipo de sensaciones; un hombre que siente que no vive el presente, que al oír las noticias escucha los hechos como cosas ocurridas muchos años atrás, que se interna en su habitación sintiendo que está condenado a contemplar su propia desaparición; en fin, serían demasiadas si quisiera transcribirlas. Creo que, junto con Morirás lejos (libro que "casualmente" también llegó en un periodo de crisis), es el libro al que más anotaciones y señalamientos le he hecho.
La segunda parte reflexiona sobre varias cosas: la paternidad, la orfandad, la escritura, pero sobretodo: la memoria (el lugar donde todo ocurre por segunda vez –yo añadiría: o más-), y la soledad; una y otra vez la soledad. Con ejemplos y referencias a Collodi, Mallarmé, Van Gogh, Jonás, Hölderlin, entre otros. Todavía me recuerdo buscando días después poemas de Hölderlin, y de ahí la referencia a Leopardi...
No sé qué fue, pero algo en ese libro, sin temor a exagerar, me salvó la vida. Quizás el saber que no estaba solo, que esa soledad y otras soledades eran compartidas, en espacios y tiempos diferentes, por otros hombres que se habían sentido como yo, por otros que en el futuro se sentirán así. Quizás el saber que las cosas pasan. Algo formidable en los libros que he leído de Auster es que a pesar del desastre siempre hay algo adelante.
Después de leer La invención de la soledad las cosas no cambiaron mágicamente, pero recuerdo muy bien que fue cuando comencé a salir un poco más de casa, cuando volví a levantar la mirada del piso para sentir el viento (amo el viento atravesado por mi rostro, y desde la noche que interrumpió mi lectura de Ciudad de cristal el aire era sólo una mole de frío para mí), comencé a escuchar más allá de lo que mi cerebro me decía, me dejé acompañar por amigos, familia y por supuesto mi perro.
Antes de Auster sólo había leído consecutivamente dos libros de un mismo autor: Pérez Subirana, que en realidad no fueron sino la predicción del desastre. En el caso de Auster fueron cuatro: Ciudad de Cristal, La invención de la soledad, La música del azar y El cuaderno rojo, los cuales, junto con Lejos de Veracruz de Vila-Matas, fueron mi cuadro de terapia necesaria para mirar las cosas de una forma distinta.
Fueron los libros de Paul Auster los que me guiaron hasta poder vivir de nuevo... El último libro que compré de él decidí no leerlo, dejarlo para una posterior ocasión que ha llegado.
Ha sido difícil escribir esto. Ha sido extraño, pero satisfactorio, recordar; antepongo una cita más del libro: "Fue. Nunca volverá a ser. Recuérdalo.", y hoy tiene un significado distinto al que tuvo entonces, y no sólo uno.
Todo lo anterior lo he escrito porque lo he recordado, y lo he recordado principalmente por la noticia de que Paul Auster estará en México, en Oaxaca, el próximo mes. Quiero ir, escuchar su plática y decirle: gracias...
En estos días parece que mi suerte va cambiando. A principios de año hablé con algunas personas (no sé si lo escribí aquí) sobre mis periodos de suerte: años pares mala suerte, años impares buena suerte; periodos que a veces se reducen y a veces se alargan. No quiero ilusionarme demasiado, no vaya a ser que creyendo estar en el lado de la buena suerte, en realidad sigo en el de la mala suerte... No quiero pensar más, lo he hecho demasiado desde que supe la noticia... no sé qué va a pasar, sólo espero poder estar ahí...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pati-difusa porque mi anterior comentario de se publicó, ya me pasó más veces.

Tú dices "ha sido difícil escribir estp" y me he sentido identificada, porque ha sido difícil para mí leerlo. Pausa (en esta pausa me dehago en felicitaciones por el blog). Me reconstruyo. Y te pregunto, ¿¿es verdad que en tiempos de crisis, de soledad, de desamor, la idea de que no eres el único que pasa por eso, te alibia?? Porque a mí me sucede todo lo contrario cuando estoy retorciéndome felizmente de dolor y me llega un gritito desde cualquier otra estancia. Hace que, por un lado, sienta que estoy haciendo el tonto, perdiendo el tiempo, sufriendo por nimiedades; y por otro, me siento ridícula y humillada por no ser simplemente la única. Punto. Espero que me hayas entendido la idea porque, al contrario de lo que los poetas creem, esto de los sentimientos es difícil de comunicar.

Saludos!

mangelacosta dijo...

¿Recuerdas Guanajuato? ¿Has visto Elizabethtown? Habrá que hacer una selección de música para recorrer algunas carreteras, llevar algunas lecturas para el camino. Esperemos estar ahí.

JJ dijo...

Pati-difusa, creo que en esos momentos de crisis no salen cosas buenas cuando alguien o algo te hace evidente que no eres el único que se ha sentido así. Con respecto a lo que he escrito aquí, algunas veces me han dicho: no eres el único. Más que sentirme bien me molesta, me enoja sobremanera y digo, carajo, los sentimientos son compartidos pero también son únicos, tanto como cada persona. Lo que me sucedió luego de leer a Auster ahora lo puedo ver en perspectiva, pero en ese momento no: entonces sólo sabía que algo había cambiado en mí y que podía seguir adelante, sólo sabía que en ese libro encontré la verbalización de lo que no podía decir, de lo que garabateaba cada día como carta inmensa e inconclusa a ese alguien que ya no estaría.
También me he sentido tonto, como si mis problemas fueran nimiedades, y quizás a veces lo son, pero creo que sin ellos no podría seguir conformando el humano que espero algún día llegar a ser. Vamos, lo que quiero decir es que nunca el tiempo es perdido a menos que repitas lo mismo sin parar una y otra vez durante años... y aun así no estaría seguro de que fuera tiempo perdido.
En fin, gracias por el comentario y por leer el blog. Aquí seguimos para lo que pueda servir.
Saludos

JJ dijo...

Miguel, ¡claro que recuerdo Guanajuato! Por música no queda, tengo deudas contigo. Las lecturas te tocan porque siempre conoces más cosas que yo.
Un abrazo.