sábado, 30 de agosto de 2008

Vivo en México, DF; ciudad de la esperanza, ciudad de los palacios, ciudad de delincuencia, según se quiera ver. Soy mexicano, pero a veces quisiera ser canadiense o inglés, sólo por el puro gusto de no ser mexicano. Tengo 28 años, aunque suelo pensar que tengo 30 o 31. Tengo 28 años y mi incapacidad de comprender el mundo es brutal, infantil, ridícula. Soy naive, ingenuo, aunque prefiero un término en griego clásico: oJ a~ntropos eujdokivas.
Es decir, un hombre de buena voluntad; y en mi caso, que se esfuerza por comprender al mundo, a los otros, y dar lo mejor de sí a ambos.
Hoy en mi ciudad se realiza, justo en este momento en que escribo, una marcha en contra de la delincuencia. Una marcha convocada por un sector específico de la sociedad mexicana, con el apoyo de otros sectores. Una marcha que está siendo televisada; que se reproduce de igual manera en varios estados de la república. Sólo hizo falta el secuestro y muerte del hijo de un empresario para apoderarse de las calles de la misma forma en que otros grupos con otras inquietudes han tratado de hacer y resultan siempre satanizados por los medios de comunicación. Pero hoy no es el caso. Hoy sí importa... para ellos.
Al mismo tiempo, como en muchas ocasiones, ocurren foros acerca de los presos y desaparecidos políticos. Víctimas de otra violencia, acaso más brutal, más llena de odio, más sin razón. Porque a final de cuentas la violencia delictiva, los robos, asaltos y secuestros -entre otras cosas- no son más que el resultado del tipo de sociedad que tenemos, de la distribución siempre inequitativa de los recursos y las riquezas del país, por mencionar lo más básico y visible (hoy no se trata de analizar eso). Y aquellos que se benefician del estado de las cosas no están dispuestos a pagar las consecuencias. No, no justifico los delitos, pero intento comprender lo que viene detrás, más allá de la disputa entre partidos que se acusan de ineptitud y se señalan con el dedo cuando mejor les conviene.
No, no hay justificación para la delincuencia ni la violencia. Nada justifica un secuestro o un asesinato. Pero mucho menos se justifica la diferencia al valorar una vida sobre otra; menos aún el olvido.
La gente que hoy marcha en mi ciudad es muy distinta a la gente que marcha cada semana. A aquellos que se defienden de la impunidad y el crimen promovido en ocasiones desde el Estado mismo. Muy distintos también a mí, que nunca marcho y sólo a veces levanto la voz. Cada quien tiene su trinchera, la mía está aquí. Respeto lo que hacen otros, pero no respeto la marcha de hoy. Me disgusta, porque detrás de ella sólo veo distinción social, indiferencia y olvido. Tal vez estoy equivocado...
Sin embargo, por ellos, desde aquí, con todo y la enfermedad, no pude mas que levantarme y escribir. Por aquellos cuya voz fue callada; por aquellos que aún faltan por caer. Porque soy mexicano, tengo 28 años y una larga lista de muertos bajo el suelo que camino... y ausencias que, por la forma en que se dieron, pesan.

2 comentarios:

Iván *El Gato Azulgrana. dijo...

no estás equivocado.
Así es este país, esta sociedad que se conmueve por los muertos de los que tienen, a falta de una realeza.

Anónimo dijo...

yo vi puros zapatos prada y camionetotas