martes, 24 de abril de 2007

Rompecabezas

No sé si soy el único que constantemente piensa que hace falta una pieza en su vida. Una simple pieza. No sé cuál, ni qué pueda ser, si una persona, un objeto, una emoción, un acto.
Hace unos años, cuando iniciaba mis estudios universitarios, una mañana de camino hacia CU encontré una pieza de rompecabezas tirada en la calle. Sin meditarlo, la recogí y pensé “quizás esta es la pieza que falta en el rompecabezas de mi vida”.
Unas semanas más tarde, volví a encontrar una pieza. Mi reacción fue la misma. Después de todo, desde el día que recogí la primera, mi vida no había cambiado en absoluto. Así que quizás la nueva, era la pieza que faltaba.
Nada cambió. Bueno sí. Muchas cosas. Importantes. Conocí a la persona que me acompañó en esa parte del camino. Nació mi perro. Sí, cambió mi vida de forma radical. No de manera tan inmediata como supuse en los momentos de encontrar esas piezas de cartón que prometían tapar el hueco de mi existencia. En esos momentos pensé que era cosa de horas y mi vida sería completamente distinta. Tardó bastante tiempo más, pero finalmente llegaron los cambios, las dos piezas que me faltaban.
Hoy, una de ellas se ha ido. Y quizás es esa ausencia, la que causa ciertos eventos. No la ausencia de una persona en específico. Hablo de una ausencia todavía sin rostro, de ese alguien con quien poder pasar una tarde mirando el cielo tornar colores (en estos días a pesar de la contaminación, he podido apreciar cielos hermosos, naranjas y violetas). Y los eventos que creo causa la ausencia, son, por ejemplo, encontrar nuevamente piezas de rompecabezas en la calle.
La primera fue hace tres semanas. De nuevo, camino hacia CU. En estos días he ido para, de una vez por todas, dar punto final a lo que comencé hace casi 7 años y pasar a otras cosas de la vida. Iba hundido en algunos problemas que me han complicado la tesis, cuando, ya desacostumbrado a hacerlo, miré al suelo -de unos meses para acá prefiero mirar al cielo-, y ahí estaba, como sonriéndome, una pieza de rompecabezas. No quise levantarla. Esta vez me dije “ya no quiero resolver las grietas de mi vida con pedacitos de cartón”, y seguí caminando.
Una semana después, ya en el pesero rumbo a la Universidad, una chica abordó y se sentó del lado opuesto, unos lugares adelante del mío. Era... creo que más bien normal, ni bella ni fea, ni gorda ni flaca... lindos ojos... morena... Mexicana promedio. En un momento volvió la mirada y nuestros ojos se encontraron. Después volví a la lectura de El amor argentino de Guillermo Saccomanno... Y ahí sucedió. No sé si influenciado por la atmósfera de predestinación de la novela... o por cualquier cosa... al bajar los ojos, antes de llegar al libro, pude ver que, debajo del zapato de esa chica, había una pieza de rompecabezas.
Pensé muchas cosas. Demasiadas.
Recordé.
Después mi mente se perdió en la Nada.

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