Tomé el pesero para llegar al metro CU en Villa Panamericana. El conductor era un señor que sin dificultad sobrepasaba los 60 años y nunca lo había visto. Es una ruta corta, con pocas unidades y es fácil ir conociendo a los conductores. El interior del vehículo no tenía mayor adorno, salvo una inscripción en la ventanilla del conductor que decía “Ayer, hoy y siempre El abuelo y yo”. Cuando leí la frase pensé en Andrés Calamaro y una telenovela de hace años. A Calamaro lo imaginé frente a su piano, recordando como siempre a Miguel Ángel Abuelo Peralta. Y comencé a entonar mentalmente “Con Abuelo”. Que es justo lo que escucho ahora. Después pensé que el conductor seguro era el abuelo de alguien y que era esa y no la admiración por Calamaro o la TV mexicana, la causa de la inscripción.
Mientras lo vi manejar pensé que alguien de su edad no merecía seguir trabajando, y menos en algo tan pesado como ser conductor de pesero. Pensé también que ese no era el mejor empleo, recordé a muchas personas que les parece poco digno. En mi opinión ese trabajo es, como cualquier actividad, algo respetable y digno, aunque tampoco no lo considero lo ideal para mí. Sin embargo el señor parecía no pensar en nada, se veía inmutable y gozoso. Conducía serenamente y complacido de estar brindando un servicio.
Al llegar al metro, una señora tocó el timbre para bajar. Antes de que el vehículo hiciera alto total, la señora bajó. La acción de bajar del transporte público en movimiento es algo común en México, al menos en el DF, e incluso los choferes son por demás desesperados. Pero este señor fue diferente y mostró indignación cuando la mujer bajaba como la costumbre lo indica. Normalmente se quejan de que la gente baje demasiado despacio, pero en esta ocasión pasó al revés.
El chofer no era un ejemplo de sociabilidad. Era simplemente amable y cordial. Pensé en el sinnúmero de choferes que he conocido con la actitud opuesta, siempre de malas. No sé si éste sea feliz de trabajar conduciendo un pesero, pero al menos me mostró la diferencia entre una actitud positiva y una negativa, porque seguramente ser chofer es uno de los trabajos que más joden a una persona, no sólo en el plano físico. Uno siempre tiene la opción de ser diferente, de no quejarse y más bien dar lo mejor de sí.
Al bajar del pesero le agradecí, no sólo por llevarme al metro... Recordé de nuevo a algunas personas que he conocido, a algunos “maestros” que he tenido, a esa gente para la que un trabajo de ese estilo resulta poco menos que despreciable. Aunque sé que es probable que algunos no lo entiendan, confieso que encontré en cinco minutos más causas para admirar a un chofer de pesero, que lo que jamás pude o he podido encontrar en esas personas, que por supuesto son etiquetadas de exitosas.
Por eso quise escribir algo, porque ayer no, pero hoy sí y con algo de suerte siempre, espero poder contar con una actitud como la de ese abuelo de alguien. Una actitud que considero un éxito de los más difíciles de lograr.
Mientras lo vi manejar pensé que alguien de su edad no merecía seguir trabajando, y menos en algo tan pesado como ser conductor de pesero. Pensé también que ese no era el mejor empleo, recordé a muchas personas que les parece poco digno. En mi opinión ese trabajo es, como cualquier actividad, algo respetable y digno, aunque tampoco no lo considero lo ideal para mí. Sin embargo el señor parecía no pensar en nada, se veía inmutable y gozoso. Conducía serenamente y complacido de estar brindando un servicio.
Al llegar al metro, una señora tocó el timbre para bajar. Antes de que el vehículo hiciera alto total, la señora bajó. La acción de bajar del transporte público en movimiento es algo común en México, al menos en el DF, e incluso los choferes son por demás desesperados. Pero este señor fue diferente y mostró indignación cuando la mujer bajaba como la costumbre lo indica. Normalmente se quejan de que la gente baje demasiado despacio, pero en esta ocasión pasó al revés.
El chofer no era un ejemplo de sociabilidad. Era simplemente amable y cordial. Pensé en el sinnúmero de choferes que he conocido con la actitud opuesta, siempre de malas. No sé si éste sea feliz de trabajar conduciendo un pesero, pero al menos me mostró la diferencia entre una actitud positiva y una negativa, porque seguramente ser chofer es uno de los trabajos que más joden a una persona, no sólo en el plano físico. Uno siempre tiene la opción de ser diferente, de no quejarse y más bien dar lo mejor de sí.
Al bajar del pesero le agradecí, no sólo por llevarme al metro... Recordé de nuevo a algunas personas que he conocido, a algunos “maestros” que he tenido, a esa gente para la que un trabajo de ese estilo resulta poco menos que despreciable. Aunque sé que es probable que algunos no lo entiendan, confieso que encontré en cinco minutos más causas para admirar a un chofer de pesero, que lo que jamás pude o he podido encontrar en esas personas, que por supuesto son etiquetadas de exitosas.
Por eso quise escribir algo, porque ayer no, pero hoy sí y con algo de suerte siempre, espero poder contar con una actitud como la de ese abuelo de alguien. Una actitud que considero un éxito de los más difíciles de lograr.
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