lunes, 4 de agosto de 2008

A veces, a pesar de estar acompañado me siento solo, o simplemente busco yo un momento de soledad. Es la costumbre fabricada desde que tengo memoria. Hace unas semanas estuve en la playa con algunos amigos. Mientras ellos jugaban futbol, uno más los filmaba, y la única mujer cuidaba del bebé, decidí ir a caminar. No sé cuánto habrá sido. Caminé mirando el agua filtrarse en la arena, volviendo la mirada hacia el norte, el sur y el este, al inmenso mar abierto. Siempre he sentido una especie de rara nostalgia cuando estoy en un lugar donde hay una fuente de agua; por supuesto, el mar no es excepción. Es como si una parte de mí sintiera un futuro lejano, o quizás es que en esos lugares siento en el cuerpo ese sentido de pertenencia que hace mucho perdí, en un lugar que aún no logro ubicar, en la tierra o mi memoria.
Caminé sintiendo que mi cerebro trabajaba a una velocidad llena de vigor, aunque fui plenamente consciente de que no pensé nada. Al cabo de un rato la pude ver, y me fui acercando con la sensación corporal de dirigirme al encuentro con algo que me revelaría un poco de lo que en mi cerebro trabajaba y mi consciencia asimilaba como un hueco. Después de varios metros estuve al lado y no pude evitar tomar algunas fotos (aunque como bien dijo un amigo, se trata de un recurso ya visto).
Estando allí me refleje en el objeto encallado y -aparentemente- falto de utilidad: esa pequeña balsa que parece esperar serenamente su regreso al mar, la que estando sólo a unos pasos, por alguna razón necesita una ligera ayuda para encontrar su rumbo, su propósito y fin.
Después regresé con mis amigos, y comprendí un poco más mi nostalgia por los sitios con ríos, lagos o mar. Comprendí también esa suerte de empatía con el objeto fotografiado. Y aunque aún no puedo terminar de explicármelo y describirlo con palabras, creo que mi presentimiento fue acertado.

1 comentario:

mangelacosta dijo...

Gran post. Un abrazo.