martes, 7 de julio de 2009

Blues...

Este blog comenzó con varias ideas y el impulso de generar un par o más de exorcismos. Desde hace meses he sentido que el blog, tal cual era, cumplió un ciclo. Pensé en ya no escribir más, en dejarlo ahí viviendo en el espacio intangible que es la red. Pensé iniciar otro y en todo lo que acompaña eso: un nombre, una dirección, una idea. Si embargo, este blog ha venido a ser la constancia de los días, y por lo tanto de lo que ha sido mi vida en apenas dos años. Esa vida hoy está muy lejos de la que era entonces. Hoy las cosas se mueven en planos diferentes, y digo diferentes porque me parece más apropiado que decir opuestos. En fin, no puedo dejar algo que muestra mucho más parte de mí de lo que a veces suelo mostrar en persona. No puedo abandonarlo, pero es necesario dejar constancia de que ya no escribo en la misma hoja. Por eso comparto un poema de José Carlos Becerra, un poema del que me apropié tanto que a él se le debe algo de este blog. Ya antes había lo había pensado, pero también sabía que no era el momento, que éste llegaría cuando fuera preciso, al menos me negaba a escribirlo alguno de los días en que mi ánimo no está muy alto... Hoy lo comparto con serenidad y también advierto que aunque sea otra mi circunstancia sigue presente el gusto por la poesía contenida en sus palabras. Este blog continúa; es otro aunque no cambie nombre ni dirección, creo que no es necesario ser tan radical... ya veremos qué pienso más adelante.


Blues 

No era necesaria una nueva acometida de la soledad
para que lo supiera.
Navegaba la mar por un rumbo desconocido para mis manos.
Donde el amor moró y tuvo reino
queda ya sólo un muro que avasalla la hierba.
Queda una hoja de papel no en blanco
donde está anocheciendo.
Donde goteaba luceros una noche
sobre unos hombros limpios como verdad mostrada,
sólo queda una brisa sin destino.
Donde una mujer fundara un beso,
sólo árboles postrados al invierno.

Y no era necesario decirlo.
El corazón sin que sea una lágrima
puede sombrear las mejillas.

La ventana da a la tristeza.
Apoyo los codos en el pasado y, sin mirar, tu ausencia
me penetra en el pecho para lamer mi corazón.

El aire es una mano que está hojeando mi frente.
Mi frente donde la luna es una inscripción,
una voz esculpiendo su olvido.

Como humo la luna se levanta
de entre las ruinas del atardecer.
Es muy temprano en ese azul sin rostro.
No era necesario enturbiar la soledad
con el polvo de un beso disuelto.
No era necesario
memorizar la noche en una lágrima.

Labios sobrecogidos de olvido,
pulsaciones de un oleaje de mar ya retirándose,
ruido de nubes que el otoño piensa.

Hay lápices en forma de tiempo, vasos de agua
donde el anochecer flota en silencio.
Hay una rama de árbol como un brazo esculpido
por algún abandono.

Hay miradas y cartas donde la noche
puso en marcha al vacío,
a las frentes que extinguen su remoto color
sobre letras que enlazan señales de viaje.

Aquí está la tarde.
Puede enrolarse en ella quien esté enamorado.
Aquí está la tarde para designar una ausencia.

Suena en mi pecho el mundo
como un árbol ganado por el viento.

No era necesaria la tarde, tampoco este cigarro cuyo humo
puede ser otra mano evaporándose.

Invernará la noche en mi pecho.
No era necesario saberlo.
No tiene importancia.
Espero una carta todavía no escrita
donde el olvido me nombre su heredero.

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