viernes, 22 de mayo de 2009

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Lo que escribí ayer me recordó algo que ocurrió hace varias semanas. En un día en que no tenía mucho que hacer, o quizá un día que necesitaba encontrar algo entre los cerros de papeles, libros, discos, botellas, revistas y ropa que configuran la geografía de mi cuarto, no sé cuál fue el motivo, si arrebato de orden o imperante necesidad, pero entre las cosas que moví encontré un cuadernillo viejo. En él anoté, hace ya varios años, un sin fin de pensamientos, datos, ubicaciones catalográficas de los libros que usé y de los que no usé en la primera carrera, correos electrónicos, teléfonos, incluso poemas e ideas de historias que no he terminado de inventar. Entre tanto garabato (los cerros hacen mi cuarto; los garabatos, mis cuadernos; las anotaciones, mis libros... ¡joder, qué desmadre!), entre un dibujo y otro, en medio de los libros que algún día habré de leer, encontré un número telefónico que me resultó familiar. Cuando lo anoté debí estar en el tercer semestre de la carrera y harían falta un par de semestres después de concluirla para volver a anotar ese número, que ahora es tan cercano. Fuera de una materia que nos ayudamos a aprobar mutuamente: él asistía y pasaba lista mientras yo hice el trabajo final, nunca conviví con quien ahora puedo llamar amigo. Todo llega a su debido tiempo, y su amistad llegó en el mejor momento, quizá el más necesario. Curiosamente, en la mañana, cuando me disponía escribir esto, vi el comentario que Iván dejó sobre la entrada de ayer...

(El lunes que fui a ver a Iván choqué, y le dije que era su culpa. Hoy, mientras escribía esto, tembló en la ciudad de México... ¿coincidencia? Entre mi novia que, en lugar de salir corriendo, durante el breve temblor me escribió en el chat: tiembla!!!!! cañón, y mi amigo y la suerte que nos acompaña, ¡caray, qué bien la paso!)

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