jueves, 4 de febrero de 2010

Fragmento

Es difícil mirarse en el espejo y reconocer que, en términos generales, uno es el responsable de su propio desastre. Claro que hay imponderables en la vida, variables que no se pueden controlar, pero cuando sabes que en 98 por ciento eres culpable de tu insatisfacción, es duro mirarte. Más difícil es llegar al estado contemplativo, pero la circunstancia cambia una vez que logras perdonarte, aunque sea medianamente, o quizá como placebo. Entre disculparte medianamente y el efecto placebo debe haber alguna diferencia que desconozco. Yo me perdono como medida de supervivencia, es decir, con efecto placebo. En esos momentos es más sencillo colocar de nuevo los espejos, levantar la mirada en los aparadores, verse en el retrovisor del auto, inspeccionar tu reflejo, inquirirlo, revisar a detalle las arrugas que ahora habitan en el rostro, huellas inequívocas de que el tiempo no se detuvo a esperarte. Después vuelven los momentos de recriminación, de apatía y aversión por uno mismo, de querer desaparecer sin decir ni siquiera adiós. Así, dual, camino como en una espiral que sólo el mismo tiempo impío definirá si es en ascenso o en descenso.

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