martes, 11 de diciembre de 2007

Ésta, la llamada época decembrina, es de las que más desagradables me resultan a lo largo del año. Las razones son varias. Supongo que irán saliendo en entradas posteriores. Hoy por ejemplo, me quedé pensando en esta estúpida frase hecha: “época de dar y recibir”. Una frase, una supuesta idea que te venden en todos lados, más que evidente en el principal medio de comunicación masiva que es la televisión. Lo que no te dicen es qué dar y qué recibir. Y mucho menos hacen la penosa aclaración “época de dar y recibir (entre los que pueden)”. Recuerdo alguna de las obras de Michael Moore, en la que toman un video de Bush donde dice “aquí estamos los que tenemos y los que tenemos más” o algo parecido (no recuerdo bien, pero creo que es en Fahrenheit 9/11). Y algo similar pasa en México y supongo que en todo el mundo. Así que seguí pensando en la frase y pensé en la gente que no tiene un peso, ni casa, ni comida. ¿Ellos que esperan dar y recibir? ¿Me lo dirán los noticieros? ¿Lo tendrá contemplado el gobierno, algún teletón o los mártires del Fobaproa? Por supuesto, las preguntas fueron necias y las respuestas evidentes.
Mis pensamientos aterrizaron en la causa del festejo navideño: el nacimiento de Jesús. No voy a entrar en polémicas, ya se ha hablado suficiente sobre la extraña coincidencia entre el supuesto nacimiento y muchas otras fiestas de diversas culturas antiguas. El asunto es que se celebra a Jesús. Es él, en apariencia, el motivo de todas las fiestas. Y el problema entonces radica en que desafortunadamente, la idea que se tiene de él, es bien distinta entre las personas que tienen, las que tienen más y las que no tienen.
Después, mi pensamiento dibujó una especie de idea. Pensé que este año, como en los últimos 12 años, no quiero cena ni lucecitas en un árbol. Tampoco quiero esperar un tipo gordo en traje rojo, ni dejar un zapato el 5 de enero. Este año me gustaría, y de hecho es una invitación abierta, que la gente como yo, que tampoco tenemos mucho, pero al menos contamos con comida y techo, reservemos algo o todo de la cena y lo regalemos. Me gustaría que en lugar de peregrinar de casa en casa para recalentados, a cada una de las pocas personas que suelo visitar, estén de acuerdo conmigo en recalentar la comida y dársela a una persona que probablemente en la puta vida ha probado una torta de bacalao con frijoles (quizás sólo dos de los ingredientes). No hace falta buscarlos, basta abrir la puerta para encontrarte con una persona más jodida (y eso que estamos en la ciudad capital y no en el México que muchos llaman profundo).
Cuando maquiné la idea inmediatamente me sentí estúpido. No obstante espero hacerlo. Sé que no voy a resolver su situación para nada. Sé que las cosas no van a cambiar por darle comida a alguien. Sé que ese alguien no va a tener un mejor futuro y sé también que mi conciencia no quedará más tranquila. Sin embargo, le encuentro más sentido a eso que a pasar una noche comiendo y brindando sin motivo aparente ni evidente. Y claro, no se trata de caer en la estupidez de dar y recibir, esas son mamadas (perdonen mi fino español, pero es que es la mejor forma de calificar una frase ahora carente de sentido: dar y recibir). No, la verdad es que si lo quiero hacer es porque supongo que en el fondo de los festejos navideños está el recordar algo que no aparece en la televisión ni los centros comerciales. Recordar que el mundo es una mierda, pero que de alguna manera puede ser cambiado. No olvidar que muchos (no sólo la figura central del cristianismo) han dejado todo en ese esfuerzo. Yo no tengo mucho que dar. Y la verdad estoy cada día más amargado, más desilusionado y desesperanzado y no me engaño creyendo que voy a vivir para ver un mundo distinto. Sin embargo, como una especie de placebo para no dejar que la esperanza muera del todo, quiero compartir algo de lo poco que tengo, al menos un día en el año. No sería la primera vez, pero nunca lo había pensado para navidad, así que esta vez será como para no olvidarme que ha habido, y quizás aun hay, gente buena, cosas por las que vale la pena luchar y, al menos en literatura, la posibilidad de un mundo mejor que este. Repito, no es dar y recibir, sino compartir, en el más amplio -y menos manoseado- sentido de la palabra.

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