domingo, 21 de febrero de 2010

"Antes de comenzar a escribir esto el aire que salió de mis pulmones rebotó en mis manos, que cubrían parte de mi rostro, y empañó por unos segundos los lentes de las gafas. Pude ver cómo mi visión encontraba un obstáculo, y cómo éste desaparecía lentamente. Fueron unos segundos, pero pude verlo con toda claridad, como si el tiempo se congelara."
Este párrafo lo escribí hace un par de días, un jueves extraño en que no pude seguir escribiendo, en el que estuve aquí pero sin estarlo, en el que pude sentir nuevamente la fragilidad de la vida, y en el que pensé mucho al respecto.
El jueves amaneció lloviendo. Como de costumbre me dirigí al trabajo por la mañana. A quince minutos de llegar, conduciendo el auto sobre avenida Insurgentes, casi a la altura de Neurología, un auto estaba detenido. Yo iba en ese carril, pude verlo muchos metros antes, pero no podía cambiar inmediatamente de carril ya que una camioneta ocupaba el de alta velocidad a menos de 60 km por hora. Frené, no hubo otra opción. En principio el rechinido de las llantas me pareció normal, sin embargo, no sé cómo, el auto comenzó a virar hacia la izquierda. El viraje fue acompañado de un deslizamiento. No recuerdo todo en conjunto. Cuando evoco el momento suelen aparecer pedazos del hecho, pero nunca puedo juntarlos todos y terminar de armar la pieza. Apenas hoy recordé el rechinar de llantas. El auto quedó practicamente en sentido contrario. Por fortuna quienes iban detrás de mí alcanzaron a frenar (iban lo suficientemente lejos para no chocar). Respiré, miré el bocho rojo frente a mí, vi llegar un auto en el otro carril y al metrobús, volví a respirar, constaté que el auto seguía encendido y apliqué primera velocidad, freno, reversa, primera y seguí mi camino. Una vez en el estacionamiento de la UIC quité el CD que venía escuchando, pero no encontraba la caja. Cuando la hallé en la puerta del copiloto y extendí la mano para alcanzarla, pude ver que temblaba. El resto del día vinieron algunos bajones similiares, algunos momentos en que el nerviosismo que no me alcanzó en la mañana llegaba por fin a su destino.
Siempre he pensado que los jueves son mis días de buena suerte. El jueves pasado tuve ese pequeño percance, y además una máquina expendedora atoró lo que quise comprar, no una, sino dos veces. Aun así, continúo con mi creencia de que los jueves son mis días de buena suerte. Fue buena suerte que el auto girara hacia el lado izquierdo y no hacia el derecho, donde hubiera invadido el carril del metrobús que segundos después de que el giro se detuvo, pude ver que pasaba frente a mí a una velocidad considerablemente alta. Fue una fortuna quedar a 20 metros del imbécil que estaba estacionado en la avenida; que nadie chocara conmigo; que no terminé sobre la banqueta. Quedé abarcando los dos carriles de Insurgentes y en sentido contrario, y aun así no pasó nada más allá de un susto que fue saliendo a cuentagotas durante el resto de la jornada.
Mientras giraba en el auto no sentí miedo, de hecho creo que lo único que sentí fue vulnerabilidad. Estar atrapado en un vehículo del cual no tenía control me hizo sentir simplemente vulnerable, de una forma dura, brutal. Además de eso, mi pensamiento corrió a una velocidad un tanto mayor a la que acostumbra. Ahora no recuerdo mucho, pero sé que en el momento evoqué dos o tres momentos de felicidad que permanecían guardados en la memoria (y me temo que han vuelto a refugiarse); y pensé en Mariana.
Minutos antes había escuchado mi canción favorita: Telegraph road. Y también minutos antes había reflexionado sobre lo enfermo que he estado lo que va del año. Creo en las señales, y creo que ya son muchas las que han llegado en estas semanas y giran alrededor de la vulnerabilidad de la vida, de mi vida en particular, y creo que debo hacerles caso.
Cuanto más trato de recordar algo más se aleja de mi mente, como esos recuerdos que sé que llegaron mientras mi respiración se detuvo y el auto giró. Trataré de recuperarlos de la memoria, porque no pueden aguardar a un momento crítico para aparecer. No los forzaré, sin han de venir será porque quieren, pero tampoco lo dejaré a la desidia. He de recuperarme de algún modo. He de seguir contándome, aunque en principio sea como he venido haciendo, fragmentado.
Son demasiadas señales, demasiadas: debo cuidarme y esforzarme aún más por ser feliz, sea cual sea la forma que ésta posea. Quien quiera seguir acompañándome en este viaje será bienvenido, sin más.

1 comentario:

mangelacosta dijo...

Me alegro de que estés bien, que no haya pasado nada más, pero sobre todo por esta frase: "debo cuidarme y esforzarme aún más por ser feliz".
Abrazos.