martes, 30 de junio de 2009

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Hace una semana mencionaba aquí una sensación de estar en paz con la vida y con el mundo. Pareciera que alguna fuerza sobrenatural me quisiera poner a prueba, pues lo que vino después de esa escritura transitó por el lado contrario. Una semana pesada, un tanto lenta, casi detenida. La señora mala suerte tocó a mi puerta, o mejor dicho la abrió sin esperar invitación ni cortesía. Sin embargo, no quiero quejarme. Sigo en lo dicho y en lo dispuesto por mí: estoy en paz con todos y con las circunstancias (presentes y pasadas... y ¿por qué no?, futuras). No pienso desistir y renunciar como a final de cuentas he hecho con muchas cosas. Esta vez sí estoy dispuesto a jugarme la vida en ello.
Por lo pronto creo que voy ganando: llegué al domingo, un poco maltrecho, con ganas de quedarme debajo de una roca olvidada, dentro del baúl de cualquier habitación llena de recuerdos y objetos que narran ocasiones de la gente que ya no está, detrás del cristal roto de una casa abandonada, pero sin siquiera considerarlo de verdad. Felicidad, alegría, aferramiento. No queda más. No me doy otra opción.
El domingo fui un poco el entretenimiento de un grupo de amigos. Llegó el punto en que uno de ellos dijo: vamos a ver cómo termina tu día. Algo de humor, de ese sentido que por lo general hace mucha falta a las personas. Y sí, por poco mi día terminaba en lo imposible, porque por mucho que las estrellas se alineen en contra de alguien, el libro que buscaba en la librería es de esos que siempre se encuentran... aunque no se hallen en el librero sino en el piso, y lejos lejos de la P de Proust.
Con ese grupo de amigos aseguré que pondría este vídeo, parte de una película con la que me he identificado mucho. Una reflexión sobre la suerte, que aunque echada está en el aire siempre...

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